LAWRENCE, Caroline

LAWRENCE, CarolineAutores
 

Escritora norteamericana nacida en Londres. Creció en California. Estudió Lenguas Clásicas en Berkeley; más tarde, Arte Clásico y Arqueología en Cambridge, Inglaterra; y, finalmente, Latín y Hebreo en Londres. Fue profesora unos años. Comenzó a escribir la serie Misterios Romanos en el año 2000.


MISTERIOS ROMANOS
Serie compuesta de diecisiete libros. Yo he leído los cinco primeros: Ladrones en el foro (The Thieves of Ostia, 2001), Los secretos del Vesubio (The Secrets of Vesuvius, 2001), Los piratas de Pompeya (The Pirates of Pompeii, 2002), Asesinos en Roma (The Assassins of Rome, 2002), Los delfines de Laurentum (The dolphins of Laurentum, 2003). Barcelona: Salamandra, 2007 8ª ed., 2008 6ª ed., 2003, 2003, 2004; 192, 192, 191, 190, 187 pp.; trad. de Atalaire los dos primeros y de Raquel Vázquez Ramil los siguientes; ISBN 10: 84-7888-792-X, 84-7888-793-8, 84-7888-798-9, 84-7888-843-8, 84-7888-838-1. Hay nuevas ediciones en 2021; la nueva edición del libro ahora titulado Ladrones del foro, ISBN: 978-8418174339, se puede ver en este enlace de amazon.es.

Las historias comienzan el año 79 d.C. y sus protagonistas son: la intelectual y activa Flavia, de doce años, hija de un armador; el impulsivo Jonatán, también de doce, judío-cristiano e hijo de un médico; la intuitiva Nubia, de doce años, al principio una esclava que Flavia compra por su cumpleaños; y Lupo, un mendigo mudo, de ocho años, con unas cualidades excepcionales para dibujar. Como en otras series de pandillas, los protagonistas se meten o se ven metidos en sucesivos líos y salen siempre indemnes gracias a las distintas cualidades que tiene cada uno y, a veces, con la colaboración de los adultos de alrededor.


El caso de los bandidos asesinos
Barcelona: La Galera, 2012; 335 pp.; col. Se busca: P.K.Pinkerton; trad. de Victoria Alonso Blanco; ISBN: 978-84-246-4165-8.

Primera entrega de una serie. Estado de Nevada, 1862. P. K., o Pinky, tiene doce años y, a partir lo que cuenta en el capítulo introductorio, el lector se hace cargo de que tiene una gran inteligencia para ciertas cosas pero también que es autista e identifica con dificultad las emociones. Su madre fue una mujer india, ya fallecida, y su padre, a quien cree también fallecido, fue posiblemente un hermano de Allan Pinkerton, el fundador de una famosa agencia de detectives privados en Chicago. La novela comienza en un pueblo cercano a Virginia City cuando P.K. vuelve a casa y encuentra que sus padres adoptivos, un predicador metodista y su mujer, acaban de ser asesinados por unos bandidos disfrazados de indios. Pero, antes de morirse, su madre adoptiva le dice lo que buscan, una bolsita con un plano, y le urge a que huya. P. K. logra esquivar a los bandidos encaramándose a la diligencia que va a Virginia City. Allí averigua por qué tiene tanto valor el plano y por qué le persigue Walt el Navajas, que así se llama el jefe de los bandidos. Uno de los personajes que le ayudará será el joven reportero Mark Twain, que trabajaba entonces en el primer periódico de Virginia City.



Los relatos de Misterios Romanos están estructurados con habilidad y contados con oficio. Son amenos y cumplen su objetivo de dar información, de avivar la curiosidad por la Roma clásica, y de servir de puente hacia lecturas futuras. Según avanzan los libros, y las historias de unos y otros protagonistas van entretejiéndose, se abren nuevos interrogantes y las coincidencias aumentan. La narración se centra en contar lo que pasa y en arreglárselas para ir dando explicaciones de cosas —mitos, creencias, costumbres, historia…—, que alguno de los presentes no conoce. Los protagonistas afrontan tareas muy por encima de su edad y algunas de sus emociones suenan artificiales o, más bien, suenan como podrían sentirlas chicas y chicos de ahora mismo. Pero, dada la edad de los destinatarios, el acento en la valoración de los libros, si están bien hechos como es el caso, no hay que ponerlo tanto en los defectos narrativos y literarios como en su eficacia, en que consiguen lo que pretenden: entretener y subir el nivel.

En El caso de los bandidos asesinos la escritora integra bien la información sobre la vida real del lugar y de la época según van sucediéndose los numerosos incidentes que le ocurren a P.K: desde cómo funcionaban las lavanderías chinas o los fumaderos de opio, hasta cómo eran la pistola Derringer o cómo se trabajaba en las minas. Pero lo que hace muy amena la historia es la calidad y la simpatía del narrador. P.K. describe las cosas tal como lo puede hacer alguien con un fino espíritu de observación y un talento natural para las comparaciones, ajustadas a quién es él y al ambiente donde vive: cuando ha de ocultarse rápidamente dice que lo hizo «veloz como un telegrama»; de unas escombreras nos dice que «parecían hormigueros gigantes veteados de amarillo, dorado y naranja». Luego, aunque no siempre su autismo ni sus conocimientos de algunas cosas resultan verosímiles, lo cierto es que sabe ganarse al lector desde la primera página. Así, el hecho de que no comprenda las metáforas da lugar a escenas graciosas: un caso es su desconcierto, después de la explicación que le habían dado acerca de que había en Virginia City toda una calle ocupada por «pájaras pintas», cuando identifica la primera. O, por ejemplo, son excelentes los momentos en los que un tahúr, admirado al ver la inexpresividad de su cara, le hace notar cuáles son los gestos y posturas de los pies, o de las manos, o del cuerpo, que dan a conocer los sentimientos y pensamientos de alguien.

En buena parte debido a las singularidades del narrador y del argumento, una vez pasados los efectos de la simpatía que despierta y de las sorpresas que contiene, no causa igual impacto en el lector, ni tampoco tiene la misma calidad el segundo libro de la serie, El caso del cadáver elegante.


15 noviembre, 2012
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