ADAMS, Richard

ADAMS, RichardAutores
 

Escritor inglés. 1920-2016. Nació en Newbury, Berkshire. Estudió en Oxford. Fue funcionario. Escribió La colina de Watership a petición de sus hijas: una versión elaborada de los relatos que les contaba mientras las llevaba al colegio. Como su éxito fue grande, desde 1974 se dedicó en exclusiva a escribir, aunque ninguna de sus obras posteriores tuvo un impacto semejante a la primera. Falleció en Whitchurch, Hampshire.


La colina de Watership
Barcelona: Bruguera, 1977; 541 pp.; col. Libro Amigo; trad. de Patricio Canto y Francisco Torres Oliver; ISBN: 84-02-05169-3; agotado. Nueva edición en Barcelona: Seix Barral, 2009; 448 pp.; col. Biblioteca Formentor; trad. de Pilar Giralt y Encarna Quijada; ISBN: 978-84-322-2854-4; vista en amazon.es. Nueva edición en Madrid: Austral, 2022; 464 pp.; trad. de Pilar Giralt Gorina; ISBN: 978-8432241468; vista de esta edición en amazon.es.

El joven conejo Quinto tiene una premonición: si no huyen de la madriguera, todos morirán. Dirigidos por Avellano, hermano de Quinto, unos cuantos conejos huyen hacia la Colina de Watership. Logran asentarse allí después de superar muchas dificultades. Avellano se revela como un jefe nato, prudente y decidido, que sabe sacar partido a las cualidades de cada uno, impulsar una política de conciliación con otros animales, y pelear con decisión cuando es preciso. En los momentos difíciles, los conejos buscan inspiración en las leyendas que conservan de El Arairal, un antiquísimo conejo-héroe que «nunca dejó de encontrar una trampa para engañar a sus enemigos», y cuyas tretas de leyenda conocía y copió el mismo Ulises, si el narrador no miente.



La colina de Watership es una obra distante de los libros sobre animales humanizados habituales para niños: su longitud es infrecuente, sus descripciones de los paisajes de Berkshire son muy ricas, su léxico es a veces complejo, la información relativa a la vida de los conejos y a distintos aspectos de la naturaleza puede llegar a ser abrumadora, las variadas citas literarias e históricas que abren cada capítulo le dan un tono algo barroco… Adams levanta todo un mundo conejil con leyes, lenguaje y mitología propias, para construir con cuidado una sofisticada narración que también podría ser más sencilla sin perder ni un ápice de su atractivo, pues tiene altura literaria, se sigue con interés, y está protagonizada por unos personajes simpáticos y coherentes, bien dibujados al hilo de los sucesos que van viviendo.

Estos conejos que luchan por el futuro, sirven al autor para ir comparando el comportamiento conejil con el humano: por boca de Frutillo, escuchamos que «los animales no se comportan como los hombres. Si tienen que pelear, pelean; si tienen que matar, matan. Pero no se sientan y se rompen los sesos para inventar maneras de estropear la vida de otras criaturas y herirlas. Tienen dignidad y animalidad». La explícita moraleja final es la necesidad del esfuerzo y de una colaboración leal: los obstáculos que han de vencer juntos vuelven a los conejos más belicosos y más audaces, a la vez que se unen entre sí y aprenden a conocer las cualidades de cada uno: la intuición de Quinto, la fuerza de Pelucón, la autoridad de Avellano, el ingenio de Frambueso… En otro nivel de significados, en el fondo se plantea el para qué de tanto agobio y de tanta ansiedad por un futuro desconocido que no se sabe a dónde lleva. Y es que, «Avellano, como casi todos los animales salvajes, no tenía costumbre de mirar hacia el cielo. Lo que consideraba el cielo era el horizonte, generalmente interrumpido por árboles y cercas».

Un tratado de vida conejil

La colina de Watership es todo un tratado de vida conejil. Asentamientos: «Los conejos evitan los bosques tupidos, donde el terreno es sombrío, húmedo, sin hierba, y están amenazados por la maleza». Reacciones: «Para los conejos, todo lo desconocido es peligroso. La primera reacción es de sorpresa, la segunda salir disparados». Viviendas: «Los agujeros y túneles de una conejera vieja se vuelven tersos, seguros y cómodos con el uso. No hay protuberancias ni rincones ásperos. Cada túnel huele a conejo… […]. El trabajo pesado ya ha sido hecho por innumerables bisabuelas y sus compañeros. Todos los defectos han sido arreglados y lo que está en uso es de valor probado. La lluvia se seca con facilidad e incluso el viento de mediados de invierno no puede penetrar en las madrigueras profundas».

Por qué los conejos se caen cuando huyen cuesta abajo

«El hombre camina erguido. Para él es agotador subir una colina empinada, porque debe empujar su masa vertical hacia arriba y no puede tomar ímpetu. El conejo lo pasa mejor. Sus patas delanteras soportan el cuerpo horizontalmente y las grandes patas traseras hacen el trabajo. Son más que suficientes para impulsar hacia arriba la liviana masa que tienen al frente. Los conejos pueden trepar rápidamente un declive. Tienen tanta fuerza detrás que les resulta molesto descender y, a veces, al huir por una barranca, se caen de cabeza. […] Las ansiedades y el agotamiento de los conejos al trepar por el declive fueron, por tanto, distintos, de los que tú, lector, habrías experimentado en caso de hacerlo. […] Los conejos que no están bajo tierra, a menos que estén en lugares conocidos y familiares, cercanos de sus madrigueras, viven en constante miedo. Si este miedo se vuelve bastante intenso puede llegar a helarlos y paralizarlos, “tarno” para usar su propio idioma.»


21 enero, 2010
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