Escritor rumano, nacionalizado francés. 1912-1994. Nació en Slatina. Su padre era rumano y su madre francesa. Vivió en París hasta los trece años y volvió a Rumanía en 1925. Estudió Letras. En 1938 volvió a París. Trabajó en una editorial y en un banco. Con su primera obra teatral, estrenada en 1950, dio comienzo su carrera como dramaturgo, uno de los más importantes del siglo XX. Murió en París.
Cuentos para niños con menos de tres añosCuatro cuentos que están contenidos en la segunda parte de los
Diarios: Diario en migajas y
Presente pasado, pasado presente (Journal en miettes, 1967; Présent passé, passé présent, 1968). Madrid: Páginas de Espuma, 2007; los cuentos tienen 4, 4, 6 y 3 pp. de las 409 pp. del volumen; col. Voces/Ensayo; trad. de Marcelo Arroita-Jauregui; ISBN: 978-84-95642-94-3.
Hubo también ediciones individuales de tres de los cuentos en formato de álbum pequeño:
—Cuento Nº 1 (Conte Nª 1, edición con ilustraciones de
Etienne DELESSERT de 1983). Madrid: Altea, 1986, 3ª ed.; 28 pp.; col. Altea Benjamín; trad. de Alberto Martín Baró; ISBN: 84-372-1784-9.
—Cuento Nº 2 (Conte Nº 2, edición con ilustraciones de
Etienne DELESSERT de 1983). Madrid: Altea, 1986, 3ª ed.; 30 pp.; col. Altea Benjamín; trad. de Alberto Martín Baró; ISBN: 84-372-1785-7.
—Cuento de papá (se corresponde con el
cuento nº 3). Madrid: Edelvives, 1987; 63 pp.; col. Aladelta; ilust. de Alberto Urdiales; trad. de Marcelo Arroita-Jauregui; ISBN: 84-263-1334-5.
Nueva edición, titulada
Cuentos 1, 2, 3, 4 (Contes 1 2 3 4, 1983, 1985, 1988), en Barcelona: Combel, 2009; 112 pp.; ilust. de
Etienne DELESSERT; trad. de Jordi Martin Lloret; ISBN: 978-84-9825-500-3.
Los cuatro cuentos, que son más bien escenas, se inician con Josette pidiendo a su padre que le cuente una historia. Como relatos escritos, su público es adulto; como relatos contados y compartidos, su público pueden ser niños pequeños.
En el primero el padre le habla de una niña llamada Jacqueline —igual que la empleada de la casa—, cuya mamá se llama Jacqueline y su padre Monsieur Jacqueline y su hermano igual y los muñecos igual… Al oírle, la mujer le dice: «Va usted a volver loca a esta niña, señor». Y luego, al conocer a otra niña en el mercado que se llama también Jacqueline, Josette le repite la historia de su padre y causa sorpresa en quienes la escuchan, con lo que la empleada dice a todos los presentes: «no se preocupen, son historias idiotas que le cuenta su padre».
En el segundo, a Josette, su padre, ocupado en el baño, le dice desde dentro que él no está allí y que busque bien: primero en el comedor, luego en la cocina, luego debajo de la mesa… Hasta que, al fin, su padre aparece.
En el tercero el padre propone a Josette que se den un paseo en avión, con lo que ambos van fingiendo todos los pasos: despedirse de su madre, de Jacqueline, de la portera…, y luego comentan lo que ven desde arriba… Al final, la madre dice al padre: «Vas a volverla idiota con tus tonterías».
En el cuarto, a Josette le dice su padre que el teléfono se llama queso, el queso no se llama queso sino caja de música, la caja de música se llama alfombra, etc. Y, sin embargo, las imágenes no se llaman imágenes sino que se llaman imágenes… Con lo que Jacqueline vuelve a decirle a Josette: «Vaya, otra vez las tonterías de su papá…».
La edición de estos cuatro relatos dentro del conjunto del Diario de Ionesco, una colección de reflexiones sobre muchas cosas diferentes, los enmarca en su contexto apropiado: por un lado completan la imagen del autor, a quien vemos como un padre de familia que sabe dedicar tiempo a su hija pequeña, y como una persona capaz de reírse de sí mismo y bien consciente de cómo le juzgan a veces su mujer y la empleada; por otro, las singularidades de los cuentos no sorprenden al lector, que se hace cargo de las preocupaciones e intereses de Ionesco y que los lee como parece que fueron escritos originalmente, es decir, no con la intención de que fueran relatos infantiles.
En relación a las otras ediciones mencionadas, en mi opinión no creo que estas historias sean apropiadas para ser álbumes, aunque las ilustraciones de DELESSERT —que a muchos les recordarán portadas famosas de discos de los Beatles— sean tan sugerentes y esté muy bien la edición de los cuatro juntos, que por cierto añade una interesante explicación del ilustrador sobre su trabajo. En cualquier caso viene bien insistir que no son, como sí decían dos de las ediciones citadas arriba, cuentos «para no olvidar que las palabras sirven también para divertirse», sino más bien cuentos apropiados para contar en alto y compartir.
Son cuentos en los que Ionesco no intenta una construcción narrativa completa: su voluntad parece ser la de recoger con naturalidad las voces de quienes hablan y, como autor teatral que es, lo consigue de lleno. Se ve que desea tratar, humorísticamente, cuestiones como la incomunicación humana y mostrar que los procesos de aprendizaje del lenguaje por parte de los niños, y de todos, no son en absoluto triviales. Pero, sin duda, no pretende más que ofrecer sugerencias y abrir vías a la reflexión y de ningún modo abordar esos temas con profundidad. Otra consideración de interés es que son relatos que indican cómo la comunicación oral entre un adulto y un niño permite libertades que un texto escrito no recoge: al niño se le pueden proponer relatos disparatados aunque sólo sea para disfrutar con sus reacciones y avivar su ingenio, y esos momentos pueden permanecer en su memoria como inolvidables y mágicos, pero para la inmensa mayoría de los niños no es posible una recepción equivalente del mismo texto si sólo les llega por escrito.
El mundo del primer día
Da una idea de la mente de Ionesco, respecto a los niños, este texto del Diario: «La infancia es el mundo del milagro o de lo maravilloso: es como si la creación surgiese, luminosa, de la noche, completamente nueva y completamente fresca, y completamente asombrosa. No hay infancia a partir del momento en que las cosas ya no son asombrosas. Cuando el mundo parece “visto ya”; cuando nos acostumbramos a la existencia, nos convertimos en adultos. El mundo de lo mágico, la maravilla nueva, se hace banalidad, tópico. Eso es, exactamente, el paraíso, el mundo del primer día».
Abrir la pared
Y, para ver cómo algunas de sus imágenes preferidas están presentes en los cuentos, véanse los párrafos finales del cuarto relato, que termina con la madre regresando a casa:
«Y luego, aquí está mamá que llega, como una flor, con flores, con su vestido de flores, su bolso con flores, su sombrero en flor, sus ojos como flores, su boca como una flor.
—¿Dónde has ido tan temprano?, pregunta papá.
—A coger flores, dice mamá.
Y Josette dice:
—Mamá, has abierto la pared».
El lector de las entradas anteriores del Diario sabe que en los sueños del autor aparece algunas veces una pared inmensa, que para él es «la expresión de mi soledad, de la no-interpenetración; yo no llego hasta los otros, los otros no llegan hasta mí. Es, al mismo tiempo, el obstáculo al conocimiento, es lo que me oculta la vida, la verdad». En otro momento afirma que «la pared expresa también el límite infranqueable de mi ser humano. No soy de aquí, soy de otro lado, y es ese otro lado, más allá de las paredes, lo que se trata de volver a encontrar». Y los elogios a su mujer que figuran en otras entradas completan el significado de la escena.
6 mayo, 2008