Escritor norteamericano. 1878-1927. Nació y falleció en Owosso, Michigan. Se hizo cazador. Fue periodista. Recorrió el Canadá y conoció bien la vida y las costumbres de quienes habitaban en esas tierras.
Kazán, perro loboBarcelona: Fórum, 1985; 183 pp.; col. Grandes Aventuras; trad. de Ricardo Velasco; ISBN: 84-7574-443-5.
Nueva edición en Barcelona: Juventud, 2007; 245 pp.; col. Juventud; ilust. de
Jordi Vila Delclós; trad. de José Fernández; ISBN: 978-84-261-3633-6. [
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Bosques de Canadá. Kazan, un perro de trineo con algo de lobo en sus genes, huye de sus dueños después de haber sido maltratado, y se une a unos lobos. Se acaba emparejando con una loba, Loba Gris, que se quedará ciega después de un combate feroz que los dos tienen con un lince, por lo que Kazan ha de ser su guía en adelante. En su periplo, Kazan tiene peleas y enfrentamientos con distintos animales —lobos, linces, erizos, renos, castores…—, pasa por situaciones críticas —gran incendio, época de frío extremo y hambre…—, y también encuentros de distinto signo con hombres —una mujer muy buena que le cuida, un cazador peligroso, un amable naturalista, un tipo malvado…—.
Nómadas del NorteBarcelona: Juventud, 1995; 259 pp.; col. Universal; trad. de José Fernández; ISBN: 84-261-2872-6.
«No está en el orden de las cosas naturales —habría dicho el viejo indio Makoki— que un osezno negro y un perro de raza Mackenzie, […] se hicieran amigos. A no dudarlo, se trataba de un favor especial de la Potencia bienhechora que vela por las bestias. Y era esta Potencia la que hizo a Challoner atar a los animalitos por el cuello, para que, al salvarse juntos, encontraran cada uno un amigo en el otro». El perro, Miki, y el osezno, Niva, crecerán e irán viviendo juntos distintas correrías.
En sus novelas, Curwood muestra un conocimiento sobresaliente de los mundos que describe y refleja un gran amor a la naturaleza, a la que contempla con un cierto sentimiento de respeto religioso. Emplea un vocabulario sencillo, lleno de poesía y simpatía. Sus escenarios son selvas, praderas, majestuosos paisajes canadienses, y en ellos se desarrolla la vida de los quienes afrontan los peligros de la naturaleza, sean hombres o animales. Su sentimiento hacia los hombres, arraigado por su conocimiento directo de algunos casos reales de malhechores acusados injustamente de serlo, es la piedad. De ahí que, aunque muestre comportamientos malvados, en sus novelas predominan los hombres rectos y nobles. Sus finales son positivos, y contrastan con los desenlaces duros y agrios de las novelas de su contemporáneo LONDON, como se puede apreciar con claridad en la popular Kazan, perro lobo, cuyo argumento es semejante, pero se desarrolla de modo menos bronco, que las historias de Colmillo blanco y de Buck en La llamada de lo salvaje.
Con alguna frecuencia, Curwood va más lejos de lo prudente al atribuir sentimientos humanos a sus héroes. Hay momentos en los que, por ejemplo, nos dice que Kazan sentía un deseo de venganza hacia los hombres cada vez más violento, no sólo por el daño que le hicieron a él sino también por el que le causaron a Loba Gris; también esta última, indica el narrador, estaba impresionada por el «extraño y misterioso salvajismo» que se apoderaba de Kazán y le hacían olvidar «cuanto no fuese herir y matar».
Con todo, en la descripción de los hábitos de los animales, a Curwood le complace subrayar, sobre todo, su «inteligencia», y así, hace notar que al perro Miki «la soledad y el desierto le habían enseñado estas duras lecciones: esperar, aprovechar el instante propicio, valerse de la astucia para engañar y luego matar al enemigo». Niva y Miki, arrastrados por la corriente del río, semejantes a «dos bolas de espuma jabonosa, entre las que relucían unos ojos que reflejaban el espanto», […] «aquella travesía fue algo inolvidable y espeluznante, que habría de quedar en su memoria mientras viviesen».
Curwood nos hará presenciar fieros combates entre animales y, como en otras obras suyas y de London, en Nómadas del Norte incluirá una terrorífica lucha entre perros: «Durante la última fracción de segundo, cuando ya iban a cerrarse sobre él las mandíbulas del perro-lobo, Miki se transformó en un rayo. Jamás vio nadie movimiento tan rápido como el que hizo para volverse contra Taao. Entrechocaron sus colmillos. Oyóse un ruido espeluznante de huesos triturados, y los dos animales rodaron por el suelo estrechamente unidos».
Crecer en el ambiente de las grandes aventuras
Al nacer el osezno Niva, hijo de Nuzak, el narrador indica que «desde su hociquillo hasta el extremo de su cola era negro como el ébano de los bosques». Y presenta luego a Miki, «un perro cachorro, uno de esos perros feos, pero sociables y cariñosos en extremo, llamados Mackenzie», cuya «estructura anunciaba para el porvenir una fuerza gigantesca», y que ya desde el primer momento «sentíase en el propio ambiente para el que fue creado, el de las grandes aventuras». El lector irá viendo crecer a los dos y comprobando cómo los instintos hereditarios se despertarán en ellos cada vez más, con lo que viven y con lo que ven.
Verá cómo Niva va «conociendo la alegría excitante de cazar por su propia cuenta»; y, con la muerte de su madre, cómo asiste «a la primera tragedia de su vida y al advenimiento del hombre. A la vista de aquella nueva bestia que se sostenía sobre dos patas, contraíase cuanto podía en su refugio y su corazoncito latía hasta casi saltársele de terror. No podía razonar. Sólo oscuramente comprendía que acababa de pasar algo terrible e irremediable, y que aquel animal de dos patas había sido la causa de todo».
Observará que Miki graba «nuevas habilidades y nuevas malicias» […] «en su cerebro rudimentario», y averigua que hay «en el mundo muchos seres a los cuales él no inspiraba terror alguno»; lo ve aprender que «la garra y el colmillo están hechos para subsistir a expensas de la pezuña y el cuerno», y descubrir que «la vida no era, como antes había creído, una cuestión de juegos y caricias con un amo amable y sonriente».
Podrá comparar las diferencias entre ambos y ver cómo «en Niva, por el contrario, el proceso deductivo seguía una marcha muy distinta. Su raza no era agresiva, a no ser contra sus mismos semejantes». Y que la tragedia que impresionaba a Miki «no había enseñado nada nuevo a Niva sobre el arte de batirse». Al final asistirá, quizá con pena, a la separación: no sólo es que «Miki pertenecía a una raza que gusta de la carne fresca, mientras que Niva prefería la podrida», sino que Niva tiene que marcharse para invernar.
Otro libro: El oso.
9 abril, 2008