Seudónimo del escritor norteamericano John Griffith Chaney. 1876-1916. Nació en San Francisco. Fue aventurero, marino, trabajador en fábricas y en minas, cowboy, vagabundo, trampero en Alaska, y, a su regreso, periodista y luego novelista autodidacta muy popular. Escribió en 1909 una novela en gran parte autobiográfica, Martin Eden, cuyo protagonista manifiesta un coraje y espíritu de lucha fuera de lo común, pero falto de otra referencia mejor que su amor propio, caerá en el alcohol y, por último, en el suicidio cuando estaba en la cumbre de su éxito. Así le sucedió también a London, considerado el escritor más rico del mundo en su tiempo. Murió en Glen Ellen, California.
La llamada de lo salvajeMadrid: Anaya, 1999, 9ª impr.; 191 pp.; col. Tus libros; ilust. de
Charles Pickard; trad. y notas de M. I. Villarino; apéndice de Francisco Cabezas Coca; ISBN: 84-207-3382-2. Otra edición, titulada
La llamada de la naturaleza y que contiene también
Bâtard (1904), otro relato corto del autor, está en Madrid: Alianza, 2014; 168 pp.; col. El libro de bolsillo; trad. de Begoña Gárate; ISBN: 978-8420683546. [
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Buck es un perro nacido en cautividad, hijo de un enorme San Bernardo y de una Collie escocesa. Es raptado, maltratado, vendido, «arrancado del corazón de la civilización para echarlo al de las cosas primitivas». Cuando empieza a ser usado como perro de trineo, dentro de él crece «la dominante bestia primitiva», pero también adquiere aplomo y control pues «no era propenso a actuar precipitada e impulsivamente». Después de una violenta pelea, se hace con la primacía entre los perros. Por lealtad hacia un hombre que lo defiende, vive a su lado y le ayuda; pero cuando ese hombre muere, se rompe su último lazo con los hombres.
Colmillo BlancoMadrid: Espasa, 2003, 4ª impr.; col. Espasa Juvenil; trad. de José Novo Cerro; ISBN: 84-239-9030-3. Otra edición en Madrid: Anaya, 1995, 4ª ed.; 235 pp.; col. Tus libros; ilust. de
Charles Pickard; trad., apéndice y notas de María del Mar Hernández; ISBN: 84-207-3951-0. Nueva edición en Madrid: Alianza, 2015; 312 pp.; col. El libro de bolsillo; ISBN: 978-8491040682. [
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Estamos en «las Tierras Vírgenes, la soledad salvaje, el helado corazón de los desolados yermos del norte». En ellas vive Colmillo Blanco, un cruce de lobo y perra, cuya historia es semejante pero en cierto modo inversa de la de Buck en La llamada de lo salvaje: Buck empieza y Colmillo Blanco termina siendo propiedad de un juez, Buck debe adaptarse a la vida salvaje y Colmillo Blanco a la vida entre hombres… Estando al borde de la muerte, un hombre no sólo lo salva sino que se impone «la tarea de redimir a Colmillo Blanco —o mejor, de redimir a la humanidad— del mal que había hecho Colmillo Blanco», pues sentía que el mal hecho por Colmillo Blanco era una deuda en la que había incurrido el hombre y que debía ser pagada».
La quimera del oroRelatos publicados entre 1900 y 1908. Madrid: Anaya, 2004, 3ª impr.; 255 pp.; col. Tus libros; ilust. de Justo Barboza; selección y apéndice de Francisco Cabezas Coca; trad. de Jacinta Romano; ISBN: 84-207-3418-7. Nueva edición en 2015; 290 pp.; col. Tus libros - selección; ISBN: 978-8467887082. [
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Una edición independiente de uno de ellos,
La hoguera, o
Encender una hoguera, está en Madrid: El Rey Lear, 2011; 69 pp.; ilust. de Raúl Arias; trad. de Catalina Martínez Muñoz; ISBN: 978-84-92403-86-8. También en Cáceres: Periférica, 2013; 80 pp.; col. Largo Recorrido; trad. de Juan Sebastián Cárdenas; ISBN: 978–8492865765. [
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Trece historias ambientadas casi todas en Alaska en la segunda mitad del siglo XIX. Más o menos, todas están protagonizados por buscadores de oro, tramperos, mineros, etc., en situaciones límite de lucha por la vida.
Tal vez la mejor sea La hoguera (To Build a Fire, 1908): en su primer invierno en Alaska un hombre y su perro realizan una travesía en solitario y, cuando son atrapados por una ola de frío polar, el hombre intenta hacer fuego para calentarse.
También son intensas Diablo (Diable, a Dog, 1902), acerca de la relación entre un amo malvado y un perro que acaba siendo más retorcido todavía; Demasiado Oro (Too Much Gold, 1903), sobre dos individuos que logran engatusar a un sueco y venderle su concesión; El filón de oro (All Gold Canyon, 1905), donde un buscador solitario es atacado por la espalda justo cuando confirma que ha encontrado un gran filón.
Otras son: Los buscadores de oro del Norte (The Gold Hunters of the North, 1903), un resumen de cómo se desató la fiebre del oro en Alaska; El silencio blanco (The White Silence, 1899), un viaje de tres personas en el que una sufre un accidente mortal; En un país lejano (In a Far Country, 1899), la rivalidad entre dos tipos egoístas que viven juntos en una cabaña; El hombre de la cicatriz (The Man with the Gash, 1900), un avaro que regenta una posada donde se alojan buscadores de oro sueña insistentemente con que un hombre con una cicatriz le acabará robando; Ley de vida (The Law of Life, 1901), el viejo indio Koskoosh es dejado atrás por su pueblo y, mientras le llega la muerte, recuerda su juventud; Las mil docenas (The One Thousand Dozen, 1903), el cuento de la lechera en forma de un comerciante que viaja al norte llevando mil docenas de huevos; Amor a la vida (Love of Life, 1906), un hombre abandonado por su socio cuando ambos vagan en solitario sobrevive varios días en condiciones extremas; Lo inesperado (The Unexpected, 1906), una chica inglesa se casa en Estados Unidos con un buscador y ha de ir haciendo frente continuamente a lo inesperado; El Burlado (Lost Face, 1908), el aventurero polaco Subienkov acaba en manos de una tribu india que le va a torturar y matar, y piensa un último recurso.
A London no le importa tanto la forma como el contenido. Estuvo un año escaso en Alaska y en el noroeste del Canadá, por lo que una parte de lo que cuenta en torno al Gran Norte será inventado o de segunda mano y de ahí que cometa inexactitudes, y se confunda de perros y de trineos. También la trama será un elemento casi irrelevante respecto a la búsqueda de coherencia de los personajes. Lo que finalmente importará es la belleza del relato, el estilo fogoso y la plasticidad del lenguaje al servicio de unas historias rápidas y violentas, en las que predomina la narración y escasean los diálogos.
Sus animales protagonistas se presentan con rasgos antropológicos: hoscos, haraganes, honrados, prudentes… El crecimiento de Buck y de Colmillo blanco es presentado, más que como un proceso de maduración, como una lucha épica en la que van haciéndose duros y fortaleciéndose ante las adversidades. Sus vidas son como unos combates darwinistas por la vida, en donde siempre queda clara la superioridad de la vida en plena naturaleza sobre la vida civilizada. A través de sus protagonistas, London deja ver su visión de las cosas: así, por ejemplo, durante su vida en el campamento, Colmillo Blanco «conoció la injusticia y la avaricia de los perros más viejos con la carne o el pescado que se les arrojaba para alimentarse. Se dio cuenta de que los hombres eran más justos, los niños más crueles y las mujeres más amables y más propicias…». Y es que la declarada ideología socialista de London no le impedía tener un claro sentido elitista, ni que su acento cuando hable de los hombres sea bronco y crudo.
Estas características las tienen también los relatos recogidos en La quimera del oro. London empezó imitando a KIPLING, pero alcanzará una fuerza incluso mayor en esas pequeñas historias, cuidadosamente montadas y resueltas, que presentan bromas crueles del destino, la capacidad del hombre de adaptarse a condiciones adversas, el instinto de supervivencia que conduce de regreso al salvajismo… En ellas se manifiesta la eficacia y la contundencia de la prosa sobria de London, poética cuando describe el paisaje, directa y clara en los momentos de acción; y brilla su talento para producir en el lector los mismos sentimientos de ansiedad y desesperación ante los peligros que sufren sus protagonistas. Con frecuencia London logra héroes inolvidables para quienes todo el romanticismo está en la lucha y no en la meta. Unas veces les da nombre, como al cruel Black Leclère de Diablo (historia que también tituló Bâtard), el patético David Rasmunsen de Las mil docenas, o la resuelta Edith Nelson de Lo inesperado; otras son personajes innominados, como el buscador metódico y calmoso de El filón de oro, «un hombre de tez arenosa»; el vagabundo valientemente desesperado de Amor a la vida; o el novato insensatamente ignorante de La hoguera.
El perdón es para climas suaves
Uno de los momentos más intensos de La llamada de lo salvaje es la pelea entre Buck y Spitz, el jefe de los perros, un luchador experimentado, «capaz de una rabia feroz, pero no ciega», cuya «pasión por vencer y destruir nunca le impedía olvidar que su enemigo sentía la misma pasión por vencer y destruir», que «nunca embestía hasta que no se sentía capaz de aguantar una embestida, nunca atacaba hasta que no podía afianzar ese ataque». Pero a pesar de ir ganando el combate con Buck, éste «poseía una cualidad que suplía la capacidad: imaginación», y con un ardid logra primero que sus dientes se cierren sobre la pata izquierda de Spitz, «se oyó un crujido de huesos rotos», y luego le quiebra la pata derecha… Buck será inexorable: «El perdón quedaba relegado a climas más suaves».
La saliva crujió
En las obras de London, a menudo el ambiente es el antagonista. En La hoguera (To Build a Fire, 1908), uno de los cuentos recogidos en La quimera del oro, nos dice London del protagonista que «era rápido y agudo para las cosas de la vida, pero sólo para las cosas, no para su significado». Y, continúa, «al volverse para seguir adelante, escupió meditabundo. Un chasquido agudo y explosivo le sorprendió. Escupió de nuevo. Y de nuevo, en el aire, antes de caer en la nieve, crujió la saliva. Sabía que a cincuenta bajo cero la saliva cruje en la nieve, pero esta saliva había crujido en el aire. Sin duda hacía más de cincuenta bajo cero». London compara, una vez más, el comportamiento humano con el animal: «El perro se encontraba abrumado por el tremendo frío. Sabía que no hacía tiempo para viajar. Su instinto le contaba una historia más veraz que la que contaba al hombre su propio juicio. […] El perro no entendía de termómetros».
3 abril, 2008