Tercera novela de los Episodios Nacionales.
1808. Dos acontecimientos centrales: en marzo, el motín que haría caer a Godoy —«era aquella la primera vez que veía al pueblo haciendo justicia por sí mismo, y desde entonces le aborrezco como juez», dice Araceli—; y en mayo, la revuelta popular del día 2 —«raras veces presenta la historia ejemplos como aquel, porque el sentimiento patrio no hace milagros sino cuando es una condensación colosal, una unidad sin discrepancias de ningún género, y por lo tanto una fuerza irresistible y superior a cuantos obstáculos pueden oponerle los recursos materiales, el genio militar y la muchedumbre de enemigos»—. En medio de los acontecimientos, llevados de un lugar para otro, están Gabriel, Inés, su tío, y otros personajes. Poco a poco, el héroe aprende: «las contrariedades me habían dado alguna experiencia; conocía ya los rudimentos de la ciencia del corazón, y el mío principiaba a reunir ese tesoro de desconfianzas, merced a las cuales medimos los pasos peligrosos de la vida». En lo que se refiere a las aventuras del héroe lo que importa es que, al final, Inés es secuestrada y desaparece.
Abundan, como siempre, los adjetivos descriptivos magníficos: una voz becerrona, una mano lagartijera… Asoman, también como siempre, la ironia zumbona y los conocimientos literarios del autor: el narrador dice que estaban en la taberna «pidiendo Lopito para sí aguardiente de Chinchón, y yo tintillo de Arganda», y continúa: «No estábamos solos en aquella academia de buenas costumbres, porque cerca de la mesa en que nosotros perfeccionábamos nuestra naturaleza física y moral, se veían hasta dos docenas de caballeros, en cuyas fisonomías reconocí a algunos famosos Hércules y Teseos de Lavapiés, de aquellos que invocó con épico acento el poeta al decir: Grandes, invencibles héroes, que en los ejércitos diestros de borrachera, rapiña, gatería y vituperio, fatigáis las faltriqueras».
Entre los muchos personajes singulares que destaca la narración hay varias mujeres combatientes cuyo comportamiento heroico y feroz desmiente las afirmaciones masculinas típicas: «en este día el llanto es indigno aun en las mujeres» dirá un anciano. Por ejemplo, esta escena de combates callejeros en la Puerta del Sol: «—Ven acá, Judas Iscariote —exclamó la Primorosa, dirigiendo los puños hacia un mameluco que hacía estragos en el portal de la casa de Oñate—. ¡Y no hay quien te meta una libra de pólvora en el cuerpo! ¡Eh, so estantigua!, ¿pa qué le sirve ese chisme? Y tú, Piltrafilla, echa fuego por ese fusil, o te saco los ojos. Las imprecaciones de nuestra generala nos obligaban a disparar tiro tras tiro».
Pero aquí destaco la descripción que hace de un tipo muy particular que reaparecerá más adelante: «Juan de Dios era sin género de duda un excéntrico, pues también en aquella época había excéntricos. Un hombre que no habla, que ignora lo que es la risa, que no da un paso más de los necesarios para trasladarse al punto donde están la pieza de tela que ha de vender, la vara con que la ha de medir, y la hortera en que ha de guardar el dinero; un hombre que en todas las ocasiones de la vida parece una máquina cubierta con la humana piel para remedar mejor nuestra libre, móvil e impresionable naturaleza, ha de llevar dentro de sí algo ignorado y excepcional».
Como en Trafalgar reivindicó a varios marinos españoles al frente de la flota, en esta novela Galdón reivindica las figuras de dos oficiales de artillería desconocidos que hicieron frente a un asalto de las tropas francesas en las calles de Madrid: «Eran aquellos los dos oficiales oscuros y sin historia, que en un día, en una hora, haciéndose, por inspiración de sus almas generosas, instrumento de la conciencia nacional, se anticiparon a la declaración de guerra por las juntas y descargaron los primeros golpes de la lucha que empezó a abatir el más grande poder que se ha señoreado del mundo. Así sus ignorados nombres alcanzaron la inmortalidad». Hablará después de Pedro Velarde, Luis Daoiz y otros, y terminará su historia estando presente y siendo una de las víctimas del 2 de mayo.
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