«El arte medieval era deficiente en la aplicación de la perspectiva y la poesía siguió su ejemplo. Para Chaucer, la naturaleza es siempre primer plano; nunca representa un paisaje. Ni los poetas ni los artistas sentían demasiado interés por el ilusionismo estricto de épocas posteriores. El tamaño relativo de los objetos en las artes visuales estaba determinado más por el interés con que el artista deseaba recalcarlos que por sus tamaños en el mundo real o por la distancia. El artista medieval nos muestra cualquier detalle que quiera hacernos ver tanto si es visible como si no».
En ese modo incoherente de usar la escala tiene un gran papel que la imaginación medieval no es «una imaginación transformadora como la de Wordsworth o penetrante como la de Shakespeare. Es una imaginación aprehensiva. Macaulay observó en Dante el carácter extraordinariamente factual de las descripciones, que tiene por objeto garantizar —sea cual fuere el costo en dignidad— que vemos exactamente lo que él vio. Ahora bien, esa característica de Dante es típicamente medieval. Hasta llegar a tiempos bastante modernos ninguna época ha superado a la Edad Media en la presentación transparente de los detalles, en el uso del “primer plano”. (…) En la actualidad ese tipo de vivacidad forma parte del bagaje de cualquier novelista; constituye un procedimiento de nuestra retórica que muchas veces se usa con tal exceso, que, más que revelar la acción, la oculta. Pero los medievales no tenían modelos en quien imitarlo y había de pasar mucho tiempo hasta que tuviesen muchos sucesores».
C. S. Lewis. La imagen del mundo – Introduccion a la literatura medieval y renacentista (The Discarded Image, 1964). Barcelona: Península, 1997; 179 pp.; trad. de Carlos Manzano de Frutos; ISBN: 84-8307-066-9.