Una semana en Lugano, de Francisco Hinojosa, comienza cuando al protagonista, Pedro, lo secuestra el ejército un día que sale para ir a clase. Lo sustituyen por un robot, que es un doble suyo entrenado perfectamente para que haga su vida de todos los días, y a él lo llevan a un campamento especial. Allí lo preparan para una misión: debe sustituir al hijo del presidente de su país —pues se le parece mucho y es mucho más listo—, en una competición que anualmente convoca el emperador de Lugano, una isla en medio del Pacífico. Es un concurso, con distintas pruebas que se desarrollan durante una semana, y en el que participan diez hijos de reyes, emperadores o presidentes de otros países como Venelombia, Turambul o Zambizania.
Relato con un arranque sensacional y un golpe final estupendo. El desarrollo de la competición tiene momentos buenos pero menos gracia: por una parte, el dibujo de los participantes es muy esquemático o es que, tal vez, tanto las pruebas como los competidores son muchos para una historia tan corta y rápida; por otra, es inevitable comparar la historia con obras anteriores que se basan, parcialmente al menos, en la misma idea, como Charlie y la fábrica de chocolate. En cualquier caso, está bien y tiene chispa.
Francisco Hinojosa. Una semana en Lugano (1992). Madrid: Alfaguara, 2009; 151 pp.; col. Alfaguara Juvenil; ISBN: 978-84-204-2197-1.