Decía Chesterton que «hay tres maneras distintas de escribir historia. La antigua, que solíamos encontrar en los libros de nuestra infancia, era pintoresca y en extremo falsa. La última, más ilustrativa, adoptada por las autoridades académicas, es la de pensar que se puede seguir siendo falso, siempre que se evite ser pintoresco. (…) La tercera forma es utilizar lo pintoresco (lo que constituye el instinto natural del hombre desde que el mundo es mundo) pero haciéndolo de tal forma que parezca un símbolo de la verdad en lugar de un símbolo de la mentira. Relata al lector el verdadero significado del incidente pintoresco en lugar de dejarlo en suspenso o de darle un matiz decepcionante: es pintar un cuadro verdadero en lugar de uno falso, pero sin evitar que el cuadro sea pintoresco». De otro modo, los intentos que vemos alrededor de enseñar «historia sin lo pintoresco, sin espadas ni juglares», dan como resultado unas historias nuevas que son «no sólo indignas de confianza sino indignas de ser leídas». («Escribiendo sobre la historia», Charlas)
Hay también dos propósitos en la historia: uno, el superior, que es el útil para los niños; otro, el inferior o secundario, que es el útil para los historiadores. El primero lo vemos en historias como las de Guillermo Tell, o la de David, o la de Nelson, que pueden ser de cualquier época y lugar, y que podemos contar a los niños porque son grandes historias que hablan de cuestiones eternas. En este sentido, «lo esencial sobre lo que yo insistiría siempre no es que el cuento sea verdadero sino que sea un gran cuento»: en las leyendas y en los relatos sobre los héroes están los principios de las más profundas lecciones de moral y de la buena educación. Por eso, en la enseñanza de la historia, «la verdad de tipo general que no cambia, es que deberíamos enseñar a los jóvenes esas verdades permanentes, y dejar a los expertos que se diviertan ellos mismos con sus errores pasados». («The Duty of the Historian», The Uses of Diversity)
Pues, en definitiva, «estoy absolutamente convencido de que es inútil hablar de la verdad en la enseñanza de cosas como la historia», de la verdad de muchos hechos históricos. «No es posible ser imparcial con la historia. Podemos mostrar entusiasmo, podemos mostrar compasión, podemos mostrarnos serenos y observadores, pero ni siquiera podríamos imaginar ser capaces de obtener la verdad. Aplaudamos, admiremos, reverenciemos, denunciemos, execremos… Pero no juzguemos, y no seremos juzgados». («Defensa de los historiadores parciales», Lectura y locura)