La omnipresencia de lo insignificante

Chesterton (textos: enfoques, historia, educación)Chesterton (textos)
 
La omnipresencia de lo insignificante

Chesterton señaló con frecuencia cuánto abundan en nuestras conversaciones un tipo de afirmaciones que parecen dejar satisfechas las mentes y detienen el pensamiento: por ejemplo, quien elogia el progreso y ya no considera necesario progresar en su pensamiento un poco más, quien rechaza una queja por ser antigua y ya no piensa que sea necesario decir algo nuevo. (The Outline of Sanity)

En esa línea, de hacer notar las dificultades que a veces tenemos para pensar con rigor, decía que una de las principales incomodidades de nuestro tiempo está en ese montón de pequeños pensamientos, o pequeños dichos que se han divorciado hace tiempo de los pensamientos, que invaden toda la atmósfera en forma comparable a los pequeños insectos: insignificantes y casi invisibles pero innumerables y casi omnipresentes. Es algo que, al mismo tiempo es atmosférico y microscópico, como una nube de mosquitos. No me refiero, decía, a opiniones morales o filosóficas basadas en principios que a uno le parecen equivocados, o que producen resultados que a uno le parecen malvados, ni a teorías científicas y filosóficas, que podrían ser comparadas, según el gusto de cada uno, con leones, elefantes, tigres, buitres, víboras o escorpiones. Me refiero, en particular, a esa especie de casual y conversacional escepticismo, que hace que muchos, sin pensar en absoluto, digan frases frívolas que casi siempre, por una extraña fatalidad, son o suenan como una débil rebelión contra cualidades que los hombres han estimado siempre, por ejemplo cuando alguien afirma que la honradez o el valor son estúpidos y no valen la pena. En ese tipo de frases, que denotan y aceleran la corrupción de toda una cultura, vemos la paradoja que puede ser denominada la omnipresencia de lo insignificante: una mosca es una cosa pequeña, pero las moscas pueden ser una gran cosa, como cuando, en los países tropicales, forman grandes nubes y aparecen en el horizonte llenando por completo el cielo; o esas plagas de pequeñas langostas que afligen muchas tierras de modo más destructivo que una manada de lobos o una estampida de bisontes. Y con el ejemplo tal vez comprendamos mejor por qué el antiguo nombre de Belzebú significa, precisamente, el Señor de las moscas. («On Thoughtless Remarks», All I Survey)

 

7 agosto, 2010
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