Decía Chesterton que una de las afirmaciones modernas más asombrosamente tontas es la de «que “la religión nunca puede depender de diminutas disputas acerca de la doctrina”. Es como decir que la vida no puede depender de mínimas disputas acerca de la medicina». Lo cierto es que «nadie escribirá una historia de la civilización europea que tenga sentido hasta que no haga justicia a los concilios, esas vastas y sutiles colaboraciones para cribar mil pensamientos y encontrar así el verdadero pensamiento de la Iglesia. Los grandes concilios son más prácticos y más importantes que los grandes tratados internacionales que generalmente se consideran los momentos de giro de la historia». Esto se ve si pensamos en que, «en casi todos los casos, la paz internacional está basada en un compromiso; mientras la paz religiosa está fundada en una distinción». Por ejemplo, «no fue un compromiso decir que Jesucristo es perfecto Dios y perfecto hombre; pero sí fue un compromiso decir que Danzig debería ser parcialmente polaca y parcialmente alemana». Es decir: «nuestra civilización está construida sobre viejas decisiones morales; esas que muchos piensan que son decisiones sobre minucias». Así, «cuando el dogma trazó una fina distinción entre el honor debido al matrimonio y el honor debido a la virginidad, selló la cultura de todo un continente con un modelo de rojo y blanco; un modelo que puede no gustar a algunos, pero que toda la gente reconoce cuando ellos lo vilipendian. Cuando se distinguió entre préstamo legal y usura, se creó una conciencia histórica que incluso el enorme triunfo de la usura en la edad moderna no ha destruido del todo. Cuando Tomás de Aquino definió la verdadera propiedad y definió los abusos de la falsa propiedad, la tradición de esa verdad ha dado lugar a una estirpe de hombres reconocibles hoy en las huelgas de Melbourne o de Chicago». Y es que «esas distinciones han crecido hasta ser principios y hasta prejuicios fuertes», como pensar que beber está bien y emborracharse mal, que el matrimonio es normal y la poligamia anormal, que golpear primero está mal pero defenderse está bien, que hacer esculturas está bien pero adorarlas está mal. «Todas esas son, si uno lo piensa bien, distinciones teológicas sutiles». (The Resurrection of Rome)