Hay quienes cogen algo natural, lo pintan de mala manera y lo desfiguran con añadidos artificiales, y después se quejan de que es algo antinatural y lo tiran. Al principio aceptan las alteraciones como mejoras, y al final cada supuesta mejora sirve para mostrar que la cosa no debería ser alterada sino abolida. Esto es lo que algunos hacen con las Navidades: primero las vulgarizan y luego las denuncian por vulgares, primero las hacen comerciales y luego desean suprimir la Navidad pero conservar el comercio.
No es extraño que quienes comprenden el cristianismo como si fuera una especie de combinación «del optimismo carente de fundamento de un ateo americano con el pacifismo de un hinduísmo amable», vean el espíritu de la Navidad como si fuera esparcir acebo y muérdago por lugares donde si algo no hay es el verdadero espíritu de la Navidad, o lo identifiquen con la publicidad ajetreada y bulliciosa que vemos alrededor. Pero quien desee ser original, o volver a los orígenes, debe recordar una obviedad: la Navidad fue, y lo sigue siendo allí donde se celebra de verdad, una fiesta familiar; y su razón, su única razón, era y sigue siendo de índole religiosa: tenía que ver con una familia feliz porque estaba consagrada a la Sagrada Familia.
G. K. Chesterton. Textos adaptados y algo modificados de «The Winter Feast», The Apostle and the Wild Ducks, el primer párrafo; y de «El espíritu de la Navidad», Por qué soy católico, el segundo.