El único e incomparable Iván, de Katherine Applegate, es una historia emotiva con bastantes parecidos a Las telarañas de Carlota: ambas son historias de animales por un lado y de los hombres que se relacionan con ellos por otro; en los dos libros uno de los animales salva la vida de otro realizando algo impensable (para un animal); y es una chica humana la que muestra simpatía por los animales y la que intercede por ellos.
En este caso el narrador es Iván, un gorila «espalda plateada» que, desde hace más de veinte años, es una atracción en un área comercial, junto con otros animales como, sobre todo, la elefanta Stella. También se relaciona con un perro pequeño y rebelde, Bob, que entra y sale de las jaulas sin problemas. El lugar es miserable y su propietario, Mack, no cuida bien a los animales. Stella enferma y, además, traen a otra elefanta pequeña, Ruby. Cuando Stella muere y Ruby está pasándolo mal, Iván tiene una idea. La hija del cuidador del lugar, Julia, comprende a Iván mejor que nadie: Iván pinta «cuadros» sencillos que luego se venden a buen precio y Julia también se pasa tiempo dibujando junto a su jaula.
El relato se inspira en un hecho real sucedido hace tiempo en los Estados Unidos. La organización y presentación del libro están pensadas para facilitar la lectura: el interlineado es cómodo, los capítulos son cortos y también los párrafos que, además, están separados por una línea en blanco entre sí. Las imágenes de Patricia Castelao son pocas pero acertadas. Es un buen recurso que haya un glosario inicial con algunas expresiones extrañas del gorila: una forma que no había visto antes de crear curiosidad y cierta expectación en el lector.
Pero, sobre todo, el narrador, el mismo Iván, tiene un tono muy conseguido: es algo lento de razonamientos, tiene una ironía que a veces parece no percibir él mismo, hace observaciones dolidas pero no hirientes, da información sobre su pasado y su especie cuando recuerda su vida, se expresa con claridad aunque parezca que con dificultad, se podría decir que casi no hace descripciones más allá de su alcance, y no le caen nada bien los chimpancés. Además, la personalidad de quienes le rodean también está bien definida. Así, dice Iván: «Mis visitantes suelen sorprenderse al ver el televisor que Mack puso en mis dominios. Parece que llama la atención ver un gorila observando humanos diminutos en una caja». O explica la sensata Stella: «Un buen zoológico es la manera en que los humanos nos dan una compensación». O apostilla el irónico Bob: «Los humanos apestan (…). No se dan cuenta porque sus narices son incompetentes».
El libro retrata bien el comportamiento de los hombres que aparecen en la historia: el propietario, Mack, y el cuidador y padre de Julia, George, no son malas personas sino pobres gentes a los que no les gusta mucho lo que hacen pero que tienen que sobrevivir. Pero, como es de esperar casi siempre en un libro así, el planteamiento que subyace no es tanto el de que los hombres tienen obligaciones respecto a los animales como el de que los animales tienen derechos como los hombres. Así, Julia dice que su pancarta preferida, cuando hay manifestaciones delante del parque, es la de que «los elefantes también son personas». Sin embargo, Iván mismo sabe apreciar las diferencias, incluso entre los animales: cuando alguien le cuenta la vieja historia sobre la posibilidad de que un chimpancé al que encerrasen con una máquina de escribir podría llegar a escribir un libro, comenta: «Refunfuño. Como si un chimpancé pudiera escribir una letra, ni hablar de un libro».
Katherine Applegate. El único e incomparable Iván (The One and Only Ivan, 2012). Barcelona: Océano, 2014; 324 pp.; col. Grantravesía; ilust. de Patricia Castelao; trad. de Mercedes Guhl; ISBN: 978-84-942582-2-0. [Vista del libro en amazon.es]