En La esfera y la Cruz Chesterton plantea una confrontación entre dos personajes que se proponen batirse en un duelo que, por unas u otras razones, nunca tiene lugar. Al final, los dos contendientes concluirán que nada mejor que discutir con una cerveza delante en vez de combatir el uno contra el otro.
En un episodio inicial, cuando el profesor Lucifer y el monje Miguel viajan volando por encima de Londres, el primero tiene un ataque de cólera y arroja al segundo al vacío cuando pasan por encima de la cúpula de San Pablo. Luego comienza la novela: el intransigente católico escocés Evan Mac Ian desafía en duelo al profesor Turnbull, director de El Ateo. Turnbull acepta, pues es la primera vez que alguien le considera seriamente. Como el duelo está prohibido van de sitio en sitio, perseguidos por unos y otros, y tropezándose con personajes variados, cada uno de los cuales representa una tendencia del pensamiento moderno. Mac Ian encuentra una chica liberal y escéptica, pero que desea sinceramente la verdad, y la convierte. Turnbull encuentra otra chica de fe sencilla, que lo convierte a él.
A lo largo de la novela salen ideas que Chesterton desarrollará de modo más completo en Ortodoxia, unos años después. Entre otras, la importancia de ser educado en un universo completo, donde lo sobrenatural existe y, aunque no sea natural, sí es razonable: dice Mac Ian que, para él, «lo sobrenatural es un mensaje directo de Dios, que es razón». O la necesidad de contar con la caída original si se desea comprender de verdad al hombre: dice Miguel que «el hombre (…) es un animal cuya superioridad sobre los otros animales consiste en haber caído». O el interés en revelar el significado de tanto derroche como vemos en la naturaleza: dice Turnbull al loco que se hace pasar por Dios que «hace usted un millón de semillas y una sola lleva fruto. Hace usted un millón de mundos y uno solo parece habitado. ¿Qué quiere decir con esto, eh?». O la visión cristiana de la vida como fuente de un inquebrantable optimismo: «la cruz no puede ser derrotada —dijo Mac Ian—, porque es ya la Derrota». O las consecuencias sociales del rechazo de la visión cristiana del mundo: «Empiezan ustedes rompiendo la cruz, y concluyen destrozando el mundo habitable», dice también Miguel.
La novela está llena de discusiones y diálogos de ideas que dan idea del entusiasmo por la confrontación dialéctica que tenía Chesterton, pero, fundamentalmente, de la importancia que para él tenía ser preciso tanto en el uso de las palabras como en la comprensión de los conceptos. Un ejemplo es cuando, con ese característico acento desafiante que a Chesterton le gusta poner cuando hace una declaración que suena escandalosa, después que Mac Ian dice que «matar es pecado pero verter sangre no es pecado» y su rival, bromeando, le responde que, «bueno; no disputemos por una palabra», figura esta respuesta: «—¿Y por qué no? —dijo Mac Ian con súbita aspereza—. ¿Por qué no habíamos de disputar sobre una palabra? ¿De qué sirven las palabras si no tienen importancia bastante para disputar sobre ellas? ¿Por qué escogemos una palabra con preferencia a otras si no difieren entre sí? Si a una mujer le llama usted chimpancé en lugar de ángel, ¿no habría disputa por una palabra? Si usted no quiere discutir sobre palabras, ¿sobre qué va usted a discutir?». Entre paréntesis, esta observación en castellano se ilumina mucho más si uno señala la diferencia que hay entre decirle a una chica que es mona o que es un chimpancé. Otro ejemplo, en relación a la importancia de manejar bien los conceptos, se da cuando, en otro momento, Mac Ian habla de «una filosofía turbia y falsa», una «ciénaga de moral cobarde y rastrera», en la que uno acaba pensando que «un golpe es malo porque hace daño, no porque humilla», en que «dar muerte es malo porque es violento, no porque es injusto».
G. K. Chesterton. La esfera y la Cruz (The Ball and the Cross, 1910). Madrid: Valdemar, 2005; 384 pp.; col. El Club Diógenes; trad. de José Luis Moreno-Ruiz; 384 pp.; ISBN 10: 84-7702-524-X.