Así termina el último de los ensayos de Simon Leys que se recogen en La felicidad de los pececillos:
«No dejamos de asombrarnos del paso del tiempo: “Pero ¡cómo! ¡Si parece que era ayer cuando ese padre de familia era aún un chaval con pantalón corto!”. Lo cual viene a demostrar que el tiempo no es nuestro elemento natural. ¿Es posible imaginar a un pez que se asombre de que el agua moje? Es que nuestra verdadera patria es la eternidad; nosotros no somos más que visitantes de paso en el tiempo.
Eso no impide que sea en el tiempo en donde el hombre construya la catedral de Chartres, pinte el techo de la Capilla Sixtina o toque una cítara de siete cuerdas, lo que inspiró la fulgurante intuición de William Blake: “La Eternidad está enamorada de las obras del tiempo”».
Simon Leys. La felicidad de los pececillos: cartas desde las Antípodas (The bonheur des petits poissons, 2008). Barcelona: Acantilado, 2011; 140 pp.; col. El acantilado; trad. de José Ramón Monreal; ISBN: 978-84-92649-88-4.