Unos párrafos de Cosas que nadie sabe, a propósito de la lectura de grandes libros.
Hay un momento de la historia en el que la protagonista se ve retratada cuando leen en alto, en clase, La Odisea: «¿Es que la Odisea podía ser su historia? (…) En el hijo de Ulises, Margherita encontró un amigo capaz de escuchar su dolor. (…) Sintió el miedo de Telémaco y su esperanza. Sintió que el chico le entraba en la piel. Él también sin padre, él también niño llamado a convertirse en adulto. Nada había cambiado a lo largo de los siglos. El mayor poema jamás escrito empezaba con un chiquillo que debe buscar a su padre».
Más adelante, cuando su profesor lee un fragmento sobre un padre y una hija de una obra de Shakespeare, el narrador indica que «Margherita se preguntó si toda la literatura hablaba de ella. El profesor se había convertido, sin saberlo, en la puerta a cuyo través entran, desde mundo lejano y más real que el nuestro, respuestas a cosas que nadie quiere saber. En la vida de todos los días nadie te pide que cuentes la historia que te atormenta el corazón o te lo corroe, y si alguien te lo pide, en la vida de todos los días nadie consigue contar esa historia, porque nunca encuentras las palabras y los matices adecuados, no te atreves a ser frágil y auténtico, a estar desnudo. Esa historia debe llegar desde fuera, como cuando los libros nos eligen y los autores se convierten en amigos a los que nos gustaría llamar por teléfono al concluir la lectura para preguntarles cómo es que nos conocen o dónde han oído nuestra historia. Esa historia es un espejo que te sorprende exclamando: habla de mí, este soy yo, pero no tenía palabras para contarlo. Y a lo mejor descubres que no estás solo, definitivamente solo».
Alessandro D’Avenia. Cosas que nadie sabe (Cose che nessuno sa, 2011). Barcelona: Grijalbo, 2013; 334 pp.; trad. de César Palma; ISBN: 978-84-253-4910-2.