En Microcosmos dice Claudio Magris que «los cafés son una especie de asilo para los indigentes del corazón» y, algunos de sus propietarios, «son también benefactores que les ofrecen un amparo provisional frente a la intemperie». Más adelante señala que, en nuestro mundo, el bar y la iglesia son «dos lugares liberales, en los que no se pregunta, al que entra, de dónde viene y bajo qué bandera o distintivo milita; en la iglesia no hace falta además ni siquiera pagar la consumición, encender una vela está aconsejado pero no es obligatorio». Más aún, señala: «Tal vez hoy las iglesias sean uno de los sitios en los que se respira más libremente».
He recordado esos comentarios, y los he buscado en mis notas, al leer un escolio de Nicolás Gómez Dávila que dice:
«La proposición científica presenta una alternativa abrupta: entenderla o no entenderla. La proposición filosófica, en cambio, es susceptible de intelección creciente. La proposición religiosa, en fin, es ascenso vertical que permite observar el mismo paisaje desde alturas distintas.
La ciencia contrapone ignorantes a sabios. La filosofía escalona discípulos y maestros. Para el cristianismo, finalmente, lo que cree la beata no difiere de lo que cree el santo.
El único recinto donde podemos compartir opiniones, sin sentirnos humillados, es una iglesia».
Claudio Magris. Microcosmos (Microcosmi, 1997). Barcelona: Anagrama, 1999; 323 pp.; col. Panorama de narrativas; trad. de J. A. González Sáinz; ISBN: 84-339-0889-8.
Nicolás Gómez Dávila. Escolios a un texto implícito (1977-1992). Girona: Atalanta, 2009; 1408 pp.; ISBN: 978-84-937247-1-9.