Los cansados, de Michele Serra, me ha interesado: por su contenido y porque está muy bien escrito, a la vez con garra y con altura literaria. El narrador se dirige a su hijo, de 18 años, para mostrarle su incomprensión y su exasperación ante su comportamiento —desordenado, descuidado, todo «un perfeccionista de la negligencia»—. Al principio de su relato señala cómo, muchas veces, en su cabeza se desarrolla una especie de congreso donde distintas voces opinan sobre cuál debería haber sido su conducta como educador: «el título ideal de tan farragoso simposio debería ser: “Cuántas veces, en lugar de mandarte al carajo, hubiera debido abrazarte. Cuántas veces te abracé y, en cambio, hubiera debido mandarte al carajo”». Compara las actitudes ante la vida que tuvo él cuando era joven con las de la nueva generación y ve poco contacto: «yo no era ni más dócil ni más sensible ni más inteligente que tú. Pero pertenecía a una época —¿la última?— en la que el conflicto entre Viejos y Jóvenes tenía lugar en un mismo campo de batalla». Habla de que está escribiendo una novela sobre una guerra entre Viejos y Jóvenes e incluye algunos textos. Todo se desarrolla en capítulos cortos y en varios, alternos, menciona propuestas que le hace a su hijo, todas fallidas menos la última, para que le acompañe al monte, al Paso de Nasca, como él hizo con su padre varias veces.
El narrador se describe bien a sí mismo: «en términos técnicos, soy el típico relativista ético». Dice pertenecer a esa «porción de adultos occidentales que, a excepción de una reducidísima serie de preceptos atemporales y sin copyright (del tipo no matar y no robar), son incapaces de considerar indiscutible ningún planteamiento ético, especialmente en la vida privada». Explica irónicamente que los padres de esta postépoca, como él, han desechado el imperativo y se lamenta de que su hijo no lo aprecie: «Tú que tienes enfrente a un postpadre titubeante y, en el fondo, cómplice, ¿cómo es posible que no te des cuenta de la suerte que tienes? Sé perfectamente que no basta, como Sentido de la Vida, con un váter limpio. No soy tan idiota. Pero el escalofrío (inédito durante siglos) de una relativa libertad, ¿cómo es posible que solo llegue a generar dejadez y malestar, pereza y mal humor, y no, a la vez, un alivio compartido, el de haber abatido, por fin, todos juntos, ese tótem inhumano, feroz, castrante que es el Absoluto?».
Sin embargo, también señala, con honradez, dos cosas. Una que si él es un burgués de izquierdas, «en ninguna parte está escrito que tú también debas convertirte en un burgués de izquierdas». Otra, que tiene «la fundada sospecha —casi una certeza— de que las generaciones anteriores, en lo que respecta al arte de no dejarse abrumar por sus hijos, estaban mucho mejor equipadas que la nuestra». Y el lector, o un lector como yo, le puede preguntar al narrador: vale, entonces, ¿no estará la solución en «el equipamiento» que tenían ellos y tú ahora no tienes?, ¿no tendrías que volver, como Robinson Crusoe, a los restos del naufragio a ver si allí está lo que necesitas?
Michele Serra. Los cansados (Gli sdraiati, 2013). Madrid: Alfaguara, 2014; 147 pp.; trad. de Carlos Gumpert; ISBN: 978-84-204-1716-5. [Vista del libro en amazon.es]