El espía que surgió del frío, La alternativa del diablo y La caza del submarino ruso

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El espía que surgió del frío, La alternativa del diablo y La caza del submarino ruso

En una conversación con amigos de hace unos meses recordaba que quizás los thriller que leí con más interés en el pasado fueron El espía que surgió del frío, de John Le Carré, La alternativa del diablo, de Frederick Forsyth, y La caza del submarino ruso (o La caza del Octubre Rojo), de Tom Clancy. También hablamos de que las tres novelas fueron referencias en el género: la primera por ir contracorriente al presentar al mismo nivel de inmoralidad a los servicios secretos de Inglaterra y la Unión Soviética; la segunda, porque introdujo a políticos del momento en la trama, con otros nombres pero con rasgos que los hacían reconocibles; y la tercera, que fue la primera de su autor, por dar origen a los que se llamaron tecnothrillers, los relatos que se apoyan mucho en la descripción documentada de las armas más avanzadas. Las tres respondían a la situación de Guerra Fría que se vivía en aquel momento, aunque si la primera resultaba inquietante para el público occidental las otras eran claramente más comerciales y buscaban ser tranquilizadoras. Las dos últimas ejemplifican bien que los autores que supuestamente saben más de lo que hablan no dan en el clavo cuando avanzan el futuro en sus novelas.

Así que, después de aquella charla, las releí para ver qué impresión me causaban hoy.

El espía que surgió del frío se centra en Alec Leamas, jefe del espionaje inglés en Alemania. Cuando todos los agentes que dependen de él son eliminados por su colega de Alemania Oriental, un tal Mundt, vuelve a Inglaterra. De acuerdo con sus jefes monta un teatrillo para pasar por desertor a los ojos de sus oponentes en busca de que, al cabo de un tiempo, el contraespionaje de los países del Este contacte con él: su objetivo es eliminar a Mundt de una forma u otra.

La alternativa del diablo se desarrolla en muchos escenarios, todos descritos con detalle. Hay escasez de trigo en la Unión Soviética, se anuncian revueltas, y puede ocurrir que haya un golpe interior que lleve al poder a los halcones del Kremlin, dispuestos a invadir Europa. Los gobiernos de Inglaterra y Estados Unidos cuentan con una persona infiltrada en el mismo Kremlin que les suministra información clave de lo que ocurre. Entretanto, un grupo de terroristas ucranianos da un golpe al régimen soviético, que primero es el asesinato del jefe de la KGB y luego un secuestro de un avión ruso que desean llevar a Israel: si todo sale como los terroristas piensan, también los halcones del Kremlin se harían con el poder.

La caza del Octubre Rojo cuenta la huida a Estados Unidos del submarino más avanzado de la Unión Soviética. El relato sigue, por un lado, las acciones del experto comandante del submarino; por otro, los pasos que dan los rusos para evitarlo; por otro, las conjeturas de los servicios de inteligencia occidentales para intentar adivinar lo que está pasando y luego para facilitar las cosas al submarino soviético. Además del contenido de las reuniones, en la CIA, en la Casa Blanca y en Kremlin, la novela cuenta con detalle las operaciones militares, en submarinos, barcos y aviones que tienen lugar alrededor del Octubre Rojo. Tiene un papel destacado el analista de la CIA Jack Ryan, que más adelante protagonizará otras novelas del autor.

La novela más duradera de las tres es la de Le Carré: por ser más limitada en sus escenarios es más comprensible y por estár más centrada en los conflictos humanos es más cercana. Una de las fortalezas de las otras dos fue circunstancial y hoy es un lastre: las muchas informaciones técnicas que ya no están vigentes. En la novela de Le Carré hay tal vez un exceso de cinismo —no es que las cosas no puedan ser así sino que todo está muy enfocado para dejar ese sabor de boca desencantado en el lector—. En las otras hay un exceso de triunfalismo, como si sus autores quisieran convencer al público de que los gobernantes de la época eran al fin buena gente, o que en ambos había buena gente —para Forsyth los de los dos lados, para Clancy los occidentales— y para dejarlo tranquilo pues quienes velaban por la seguridad de Occidente hacían bien su trabajo.

Lo mejor de las tres es su maestría técnica: las tramas están medidas al milímetro y todo encaja de modo perfecto, la tensión se apoya en unas huidas y persecuciones muy bien contadas, y se transmite en todo momento al lector la sensación de que los autores son fiables y saben de qué hablan. Una reflexión que me hacía al leerlas ahora es la de que los hilos argumentales se tensan continuamente de un modo que sería imposible actualmente: las demoras que se van dando, debido a que muchos mensajes tenían que transmitirse personalmente o por medios tecnológicamente anteriores a los nuestros, resultan, por escrito, poco imaginables o difíciles de soportar para quienes usan móviles e internet desde pequeños.

Un párrafo que aclara por qué El espía que surgió del frío sigue teniendo interés humano ahora lo tenemos en las justificaciones del jefe de Alec Leamas, al que se llama Control, para obrar como lo hacen: «Hacemos cosas desagradables para que la gente corriente, aquí y en otros sitios, puedan dormir seguros en sus camas por la noche. ¿Es eso demasiado romántico? Desde luego, a veces hacemos cosas auténticamente malvadas —hacía muecas como un colegial—. Y, al contrapesar asuntos morales, más bien nos metemos en comparaciones indebidas: al fin y al cabo, no se pueden comparar los ideales de un bando con los métodos del otro, ¿no es verdad?».

Un párrafo que pone de manifiesto una de las fortalezas de La alternativa del diablo en su momento, pero que ahora nos hace sonreír, es el elogio del narrador a Margareth Thatcher: de uno de los personajes se indica que «había trabajado con tres primeros ministros, y el último era, con mucho, el más exigente y expeditivo. Durante años había circulado el chiste de que el partido en el Gobierno estaba lleno de viejas de ambos sexos; afortunadamente, ahora era regido por un verdadero hombre. Se llamaba mistress Joan Carpenter».

Una sentencia que podríamos encontrar en muchas novelas del género, pues supuestamente pretende revelar el mundo propio del espionaje político, es este de La caza del Octubre Rojo: «usted conoce muy bien la Primera Regla de Seguridad: la probabilidad de que un secreto trascienda es proporcional al cuadrado del número de personas que lo conocen».

Por último, unas consideraciones que hace Ursula Le Guin cuando habla de la importancia de que un escritor cultive y ponga en práctica las reglas del género en el que se sitúa su novela: «el principal motivo de la tozuda popularidad de las novelas románticas, las historias de misterio, la ciencia ficción y los wésterns, pese a las décadas de negligencia y desprecio crítico y académico» está en que respetan las convenciones propias de su género. «Una novela de género cumple con ciertas obligaciones genéricas. Una novela de misterio proporciona alguna clase de acertijo y su resolución; una fantasía rompe las normas de la realidad de un modo significativo; una novela romántica ofrece el impedimento y la consumación de una historia de amor. En el plano más bajo, el género brinda la clase de fiabilidad que ofrece una cadena de hamburgueserías».

John Le Carré. El espía que surgió del frío (The Spy Who Came in from the Cold, 1963), Barcelona: Debolsillo, 2016. [Vista del libro en amazon.es]
Frederick Forsyth. La alternativa del diablo (The Devil’s Alternative, 1979), Barcelona: Debolsillo, 2017. [
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Tom Clancy. La caza del Octubre Rojo (The Hunt for Red October, 1984), Barcelona: Plaza & Janes, 1987. [
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El texto de Ursula K. Le Guin está en Contar es escuchar: sobre la escritura, la lectura, la imaginación (The Wave in the Mind: Talks and Essays on the Writer, the Reader, and the Imagination, 2004). Madrid: Círculo de Tiza, 2017; 402 pp.; trad. de ; ISBN: 978-84-947707-0-8. [Vista del libro en amazon.es]

 

11 enero, 2019
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