Cobra, de Frederick Forsyth, es un thriller en el que un personaje particularmente bien preparado, por encargo del presidente de los Estados Unidos urde un plan para proporcionar un golpe mortal al tráfico de drogas. Durante varios meses recluta los hombres y da los pasos previos para, llegado el momento, actuar por sorpresa sobre los barcos y aviones que trasladan la droga y provocar una gran confusión entre los traficantes.
Como se podría esperar, lo mejor de la novela es la maestría de Forsyth para contar las cosas: da mucha información de forma ordenada y sintética, alterna escenarios y cambia de personajes con fluidez, huye de los excesos descriptivos y de (casi) cualquier exageración, y trufa su narración de las frases contundentes propias del género —como la de que sólo puedes mantener un secreto entre tres hombres si dos de ellos están muertos, o la de que hay pilotos viejos y hay pilotos osados pero no hay pilotos viejos osados—.
Pero son una verdadera lástima el comienzo empalagoso y adulador hacia Obama y su mujer; la hollywodiense y ridícula presentación del jefe antidroga, Jack Deveraux o Cobra, y el jefe de los narcotraficantes, Diego Esteban o Don, como piadosos católicos y despiadados asesinos; y esto alcanza lo vergonzoso en el inverosímil desenlace, con un encuentro entre los dos que comienza con Don esperando, rezando de rodillas en la discreta y vigiladísima iglesia del pueblo, a su archirrival, que se sienta en el banco de delante de la iglesia del pueblo para charlar un rato como quien no quiere la cosa.
Frederick Forsyth. Cobra (The Cobra, 2010). Barcelona: Plaza & Janés, 2011; 366 pp.; trad. de Alberto Coscarelli; ISBN: 978-84-01-39088-3.