En un futuro muy lejano, cuando hombres y otras criaturas extraterrestres conviven en la galaxia, no sin tensiones, Lorenzo Smythe, un actor en paro, es contratado para sustituir a un líder político, jefe de la oposición, en una ineludible ceremonia protocolaria en Marte. Es preparado concienzudamente para ello, pero los acontecimientos se precipitan y deberá sustituirlo más tiempo y en más ocasiones de las previstas. Ese es el argumento básico de Estrella doble, una novela de ciencia-ficción de Robert A. Heinlein.
La historia es amena pero, además, contiene algunas ideas interesantes. El protagonista, al verse obligado a ir más lejos de lo que pensaba en un principio, reflexiona más profundamente sobre los motivos que le hacen aceptar, se pregunta cuáles son sus normas de conducta, y se responde:
«El espectáculo debe continuar. Siempre había creído y vivido en y para eso. Pero, ¿por qué debe continuar el espectáculo?…, sobre todo teniendo en cuenta que algunas de las obras son sencillamente horribles… Pues bien, porque uno había aceptado realizar su trabajo, porque el público espera allí fuera; han pagado su entrada y tienen derecho a lo mejor que se les pueda dar. Uno se lo debe. Se lo debe también a los tramoyistas, al director y al empresario y a todos los demás miembros de la compañía…, y a aquellos que le han enseñado su profesión y a cientos y cientos de artistas que se alinean en el pasado, hasta los teatros al aire libre y graderías de piedra, y hasta los narradores de leyendas en los bazares morunos. Noblesse oblige. Comprendí que la misma idea podía aplicarse a cualquier clase de profesión. Debemos dar tanto como recibimos. Construir con escuadra y nivel. El juramento de Hipócrates. No dejemos perder al equipo. Trabajo honrado para una paga honrada. Tales cosas no necesitan ser probadas; constituyen una parte esencial de la vida…, ciertas por toda la eternidad, verdaderas en los más lejanos límites de la Galaxia».