Cuando en los Estados Unidos comenzó a imponerse jurídicamente la integración racial, Hannah Arendt protestó vehementemente señalando que hacer de los niños la vanguardia de la integración era una flagrante abdicación de la responsabilidad de los padres: ¿cómo podemos tener la cara dura de cargar sobre las espaldas de los niños el cambio del mundo?, venía a decir. Y, señalando que la educación no debe ser ni la única ni la más importante fuente del cambio político y social, atacaba ese sistema educativo que destruía la autoridad natural de los maestros e imponía un comportamiento de pequeños adultos a los niños, que les privaba de tener su propio tiempo y espacio prepolíticos en la escuela y de poder gozar de un periodo protector de maduración que tan necesario es para que puedan llegar a estar en el mundo como en su casa. Y, con otra manera de decir la famosa frase d´orsiana de que, por favor, los experimentos con gaseosa, comentaba: «precisamente por lo que es nuevo y revolucionario en todo niño, la educación debe ser conservadora».
Elisabeth Young-Bruehl. Hannah Arendt.