En la introducción a Sobre los cuentos de hadas, Tolkien enumera qué preguntas desea contestar: «¿qué son los cuentos de hadas?, ¿cuál es su origen?, ¿para qué sirven?». Y divide su exposición en varios apartados: «Cuentos de hadas» y «Los orígenes», que responden a las dos primeras preguntas; tres más, «Los niños», «Fantasía», «Renovación, evasión y consuelo», que abordan la tercera; y por último un epílogo y unas notas aclaratorias a varios puntos del texto.
Los dos primeros apartados son un intento de Tolkien de poner al lector en la misma longitud de onda: términos y expresiones como «cuento de hadas» o «fantasía» tienen significados y resonancias variados. Por eso, primero habla de algunas definiciones que se han dado de seres como las Hadas o los Elfos, y explica cómo algunos relatos, que a veces se incluyen en recopilaciones de cuentos de hadas, él no los considera tales: descarta las narraciones de viajes con intenciones satíricas (al modo de los Viajes de Gulliver), las fábulas clásicas de animales con intenciones pedagógicas (y aquí menciona El viento en los sauces), los relatos enmarcados en un sueño (como los viajes de Alicia).
También señala que no le interesan los cuentos de hadas del mismo modo que a los folkloristas, antropólogos, y estudiosos de las mitologías, gente que normalmente no usa esos relatos con el fin que se pretendió que tuvieran, sino como un filón para conseguir testimonios o información sobre lo que buscan. Y, en lo que se refiere a los orígenes de los cuentos, indica, las discusiones de arqueólogos y filólogos comparatistas se resumen en que, desde unos orígenes antiguos, puede darse una evolución independiente de temas parecidos, o bien puede haber derivaciones de un antepasado común, o puede existir una difusión que parte desde distintas épocas y desde uno o varios centros.
Pero todo lo anterior ni siquiera roza lo que a Tolkien y a los lectores comunes de esos relatos les importa: «Lo más interesante en los cuentos de hadas es considerar lo que son, lo que para nosotros han llegado a ser y los valores que el largo proceso de la alquimia del tiempo ha creado en ellos». Así que, cuando hemos hecho todo lo que la investigación puede hacer —recoger, comparar, ver los distintos elementos presentes en los cuentos…—, y pensamos en el efecto que producen los antiguos elementos que han quedado en las actuales versiones de los cuentos, vemos que esos elementos se han conservado porque los narradores saben, instintiva o reflexivamente, que tienen importancia literaria: son como las llaves que nos abren las puertas a Otros Tiempos y a Otros Mundos.
J. R. R. Tolkien. Árbol y Hoja (Tree and Leaf: incluye el cuento Hoja de Niggle y el poema “Mythopoeia”, 1988); Barcelona: Planeta-Agostini, 2002; 152 pp.; prólogo de Christopher Tolkien; trad. de Julio César Santoyo, José M. Santamaría y Luis Domènech; ISBN: 84-395-9786-X.