Los traficantes de naufragios fue la segunda novela que Lloyd Osbourne y Stevenson firmaron juntos pero, a diferencia de Aventuras de un cadáver, fue planeada y realizada por los dos. Primero discutieron cada capítulo antes de ponerlo por escrito, luego Lloyd Osbourne hizo una primera redacción, y Stevenson la corrigió a continuación. Pero, aunque Stevenson controló más el proceso constructivo, no fue un libro conseguido: Chesterton decía que se trata de «un libro que muchos llamarían un fracaso y que nadie llamaría un impecable acierto artístico, y menos que nadie el artista», pues tiene algo de un «álbum de recortes».
El mismo Stevenson confesó que, a lo largo de los dos años que duró la confección de la historia, había perdido un poco su hilo. El epílogo de la obra —en el interior de la misma novela—, en el que se dan informaciones sobre su construcción, indica cómo los autores se plantearon un relato detectivesco —pues esas eran las inclinaciones de Osbourne pero no las de Stevenson—, pero añadiéndole una presentación larga de personajes y ambientes, con la intención de obviar el carácter artificioso habitual del género, como de partida de ajedrez, algo que había hecho ya Dickens según el narrador reconoce.
La historia va saltando de lugar en lugar: París, San Francisco, Hawai y las islas del Pacífico, Edimburgo, París. Los primeros capítulos son más bien burlescos y luego cambia el tono. El narrador es Loudon Dodd, estudiante de arte. Él y su emprendedor compañero Jim Pinkerton, deseosos de hacer dinero, compran en una extraña subasta el Nube Volante, un bergantín naufragado en las islas Midway, pensando en cobrar luego el seguro correspondiente. Dodd parte de san Francisco a las islas Midway en un barco mandado por el concienzudo capitán Nares pero las cosas se complican más de la cuenta y todo parece indicar que algo extraño sucedió con la tripulación del Nube Volante. Al regresar Dodd encuentra que su amigo Pinkerton ha hecho unos negocios ruinosos, pero todo podrá resolverse porque recibe una herencia de su abuelo, en Edimburgo, con lo que vuelve a Europa, primero a Inglaterra y luego a París, en busca de las claves del naufragio que tiene un joven inglés llamado Norris Carthew.
El relato tiene un punto de comedia y otro de investigación detectivesca. Es también episódico y su estructura un poco circular lo hace algo confuso o, cuando menos, le da un argumento un tanto alambicado. La trama tarda en ocuparse del misterio del naufragio pero, cuando el problema se plantea, se aviva el paso: son notables los diálogos por medio de los cuales progresa la investigación. Como suele ocurrir con Stevenson, la conversación tiene toques que van más allá de lo habitual. Así, en una conversación con el capitán Nares, el narrador dice: «Le interrumpí: —¿Es esa la manera adecuada de plantear el problema? La verdadera pregunta es otra: ¿Dónde está el bien? ¿Dónde el mal?».
Chesterton observa que las novelas de Stevenson cuentan crímenes pero no matanzas con una excepción que se da en esta novela, una escena concentrada en dos páginas que se da cuando estalla una discusión entre dos tripulaciones. También indica que lo mejor que tiene son dos cosas: los retratos que se hacen en ella de distintos tipos sociales con pocas y clarificadoras pinceladas; y la fluidez narrativa y el tono de fría y sostenida ironía con que Loudon Dodd cuenta su historia. En cuanto al primer punto, los numerosos aciertos en esta cuestión señalan la diferencia entre Stevenson y otros escritores: «un hombre que hace esto no sólo es un artista que hace lo que muchos hombres no saben hacer, sino que hace lo que muchos novelistas no hacen. Muy buenos novelistas hay que no tienen este don especial de pintar toda una figura humana con unas pocas palabras inolvidables». En cuanto al segundo, dice cómo «el autor posee la facultad, enteramente excepcional, de expresar lo que quiere expresar en palabras que realmente lo expresan», y cómo Stevenson variaba su estilo para adaptarse al tema y al orador: las abruptas y secas brevedades de narradores como David Balfour o Efraim Mackellar no las encontraremos en las reflexiones distantes de Loudon Dodd.
Robert Louis Stevenson. Los traficantes de naufragios (The Wreckler, 1892). Madrid: Valdemar, 1994; 223 pp.; col. El Club Diógenes; trad. de Rafael González; ISBN: 8477021074. [Vista del libro en amazon.es]