Graham Balfour (1858-1929), primo de Stevenson, se propuso escribir una biografía suya y, también con ese fin, vivió en su casa de Samoa dos años.
Al margen de que la obra que luego publicó estuviera un tanto condicionada por los deseos de la esposa de Stevenson, en ella da todos los datos ordenadamente —antepasados, relaciones familiares, amistades de juventud, matrimonio, viajes, publicaciones, etc.—, y hace observaciones que van al fondo del modo de ser y de trabajar de su biografiado. Habla de la influencia que tuvo en él su nodriza, Alison Cunningham, o Cummie; de la rigidez y honradez escrupulosa de su padre; del espíritu optimista de su madre que, dice, «poseía en el más alto grado esa disponibilidad para la alegría que ilumina la incomodidad y convierte en una fiesta cualquier ruptura de la rutina cotidiana», un talante heredado por Stevenson.
Señala que una de las claves para comprender su personalidad y sus obras, tal como comenté a propósito de su poesía, está en la forma tan viva en que recordaba su infancia. El mismo Stevenson afirmaba que «se diría que he nacido con el sentimiento de que hay en las cosas algo conmovedor, de una fascinación y un horror infinitos e inseparables». Graham Balfour habla también de cómo, en sus años de juventud, Stevenson incubó una fuerte rebelión contra los dogmas rígidos e intolerantes del calvinismo, aunque no hace mención de un punto al que Chesterton dará mucha importancia: las experiencias oscuras de su vida juvenil en Edimburgo que asoman en relatos como El ladrón de cadáveres o como Jekyll y Hyde.
En cambio, lo que sí acentúa mucho es cómo tuvo, ya en esos años jóvenes, el objetivo claro de aprender a escribir y cómo, con ese fin, practicaba continuamente: mantenía diálogos consigo mismo, hacía frecuentes anotaciones, ejercitaba su capacidad para las descripciones, etc. A propósito de uno de los ejercicios que se imponía, el de imitar a distintos autores, decía el mismo Stevenson: «no lo lograba, y lo sabía; y de nuevo lo intentaba y tampoco lo conseguía, nunca lo conseguía; pero, al menos, gracias a aquellas inútiles tentativas, adquirí cierta práctica con la cadencia, la armonía, la construcción y la coordinación de las partes». También afirmaba que actuó así no como quien libra una batalla sino llevado de un fuerte impulso interior: «viré como un navío bien gobernado. Al timón se hallaba un piloto desconocido, al que llamamos Dios».
Balfour describe bien su modo de ser: su jovialidad y su espíritu efervescente, siempre con bromas y agudezas, su buen humor y una afición a la risa que nunca le abandonó, su sentido de la amistad y de la camaradería. También, su confianza en Dios, aunque no fuera el dios rígido del calvinismo: en una carta a su padre le decía que «ciertamente este es un mundo extraño, pero existe un Dios tangible para aquellos que le buscan». Otra de las cosas importantes que subraya el biógrafo es que Stevenson, a pesar de su fortísima vocación para la literatura y de la seriedad con la que siempre abordó su trabajo, tenía claro que lo primero es siempre la vida. Dice que, para él, como para Walter Scott, «haber hecho cosas que mereciese la pena escribir era un honor que no alcanzaba quien simplemente hubiera escrito cosas que mereciese la pena leer».
Graham Balfour. Vida de Robert Louis Stevenson (The Life of Robert Louis Stevenson, 1901). Madrid: Hiperión, 1994; 427 pp.; col. Libros Hiperión; trad. de Juan Ignacio de Laiglesia; ISBN: 84-7517-432-9.