Tesoros perdidos, de Ramón Homs, cuenta que dos universitarios, Santi y Oriol, deciden pasar los meses de verano en La Arboleda, el pueblo tarraconense de la familia de Santi, para preparar un trabajo que deben presentar al regreso. Con ese fin, acaban montando una empresita que ofrece rutas turísticas por la comarca. Su primer cliente resulta ser un tipo misterioso, que parece alemán y desea ir a un lugar poco accesible. Como se puede suponer, las cosas se complican.
La parte de la historia sobre tesoros artísticos que robaron los nazis y reaparecen ahora sirve para dar suspense al hilo argumental. En este caso, lo que importa más es cómo la narración, que destaca por su lenguaje cuidado y por su fluidez, va poniendo delante del lector los pormenores de la vida cotidiana con un deje irónico que provoca la sonrisa continua. Los personajes principales están bien dibujados y resultan cercanos. Los «secundarios» se perfilan bien con pocas apariciones: de la hermana de Santi se dice que «practica una especie de psicología aplicada: el profesor flemático, el vecino reprimido, la tía psicótica…»; la dueña de la pensión donde se aloja el extranjero lo caracteriza señalando que habla un castellano tan perfecto «como un diccionario. ¡Qué vocabulario! Dice “si es usted tan amable”, y “no obstante”, y “postigo” y “frazada”…».
Ramón Homs. Tesoros perdidos (Tresors perduts, 2012). Madrid: Oxford, 2012; 187 pp.; col. El árbol de la lectura; trad. de Toni Cassany; ISBN: 978-84-673-7316-5.