Y, sin embargo, contento, de Javier Arcas, es una «novela de profesor»: un relato que un profesor construye a partir de sus experiencias en el trato con alumnos y con sus padres, que recoge anécdotas escolares, contenidos académicos integrados en el texto, y orientaciones vitales para chicos y chicas en momentos clave de su maduración. Tiene como particularidad que se puede descargar en la red gratuitamente y que, por lo que sé, a lo largo del verano en España ha sido la novela gratuita más descargada en iTunes (de momento, ningún editor se ha enterado del éxito, por lo que parece).
La acción tiene lugar en Vigo. Su argumento comienza con una bronca entre dos chicos que tontean con la más guapa de la clase. Uno, Lucas, es el más listo; otro, Berto, no es buen estudiante pero es un gran deportista y muy simpático; Andrea, la chica en discordia, ambiciona ser modelo. La pelea tiene, como consecuencia inmediata, que ambos son expulsados del colegio durante una semana y, como efecto a corto y medio plazo, que Lucas y Berto empiezan a dar pasos hacia una mayor madurez. Van apareciendo en el relato los profesores, y las conversaciones que tienen entre ellos y con los padres; más compañeros y compañeras, entre los que merecen una mención especial las Gorgonas, un personaje colectivo que representa a los murmuradores; padres y madres de distintos estratos sociales.
La estructura, en capítulos cortos que, a su vez, se subdividen en escenas más o menos contadas desde la perspectiva de algún personaje, facilita que la narración salte de un escenario a otro y deje intrigado al lector con qué ocurrirá luego. El mundo interior de los protagonistas, y también de otros secundarios, está presentado con detalle y verosimilitud, con especial atención a los procesos de reconocimiento y aceptación de los errores pasados. Los diálogos de los chicos tienen frescura, también la frescura de la zafiedad, bien contrarrestada por algún personaje que frena o corrige las basteces, y mucho vigor dialéctico, cuando asoman el furioso sarcasmo adolescente o el displicente sarcasmo del educador. Hay que decir, también, que el hecho de que el libro haya pasado directamente del autor al público, facilita que haya conversaciones, que todos conocemos de sobra como normales, que seguramente los editores preocupados por lo políticamente correcto no permitirían.
Son muchas las expresiones coloquiales felices —«roces mejilleros», «la enorme alegría de una idiotez tan grande como un gol de recreo», «los tíos sois unos animales y tenéis la sensibilidad en los mocos», una chica «más corta que el rabo de una mosca»—; abundan escenas de clase y de ambiente colegial que son excelentes —por ejemplo, un grupo de madres que animan a sus hijos en los partidos, «un rebaño de ultras, agrupadas en corrillos con la única finalidad de insultar a los contrarios y de poner a caldo al árbitro con gritos de grulla histérica, mientras mascaban chicle o comían pipas, poniéndolo todo perdido»—; no faltan digresiones del narrador acerca de ciertas teorías pedagógicas —«el problema de Berto lo señalaría hoy un pedagogo teórico como falta de motivación. Es la mítica respuesta que les ha servido a tantos para justificar unos números de fracaso escolar más propios de otra especie que de la humana. Y también la han argumentado para lavarse las manos, echando las culpas siempre a los demás, o a lo demás. El propio Berto Lavilla sabía que su verdadero problema no era la falta de motivación, ni que le faltasen razones para hacer bien las cosas, ni motivos por los que hacerlas»—.
Aparte de que la novela parece haber sido redactada muy rápido, lo que le da fuerza pero implica que podrían corregirse cosas, algunos lectores le podrían objetar la gran sabiduría de algunos personajes adultos —la abuela de Lucas, un viejo pintor amigo de su familia, el profesor Adrio—, el que haya tantos procesos de maduración positivos a la vez —pues no sólo los dos protagonistas principales cambian para bien—, el que algunos episodios buscan tocar no tanto los sentimientos de los personajes como llegar al corazón del lector… Pero todas estas pegas forman parte de los rasgos habituales del subgénero: así son este tipo de novelas en las que se busca hacer pensar gracias a que se presentan con talento situaciones y emociones que los lectores jóvenes reconocen como propias. Por eso, teniendo en cuenta que no estamos ante un relato complaciente y cómplice, a la hora de juzgarlas el éxito es importante: si gustan mucho a su público natural, como es el caso, es que estamos ante una buena historia. Se puede añadir, por último, que el autor tiene la habilidad de no recurrir casi a rasgos circunstanciales —como canciones o películas de moda—, y que las referencias a las redes sociales son las justas y no invaden el relato, con lo que ha conseguido un relato que puede ser mucho más duradero de lo habitual.
Javier Arcas González. Y, sin embargo, contento (2012). Se puede descargar gratuitamente desde aquí, y desde aquí.