«He llegado a pensar, decía Chesterton, que si la gente sólo aprendiera Historia, llegaría a aprender todo lo demás»: geografía y Napoleón, álgebra y las Cruzadas, griego y la historia de Grecia, etc. «La historia es simplemente humanidad. Y la historia es capaz de humanizar todos los estudios, incluso el de antropología». Pero en nuestra época, seguía, «no hay historia; sólo historiadores», y «todos los historiadores modernos se dividen en dos categorías: los que narran sólo la mitad de la verdad, como Macaulay o Froude, y los que no narran verdad alguna, como Hallam y todos los imparciales. Los historiadores airados ven sólo una de las caras del problema. Los historiadores serenos no ven nada, ni siquiera el problema». Por tanto, tal vez, la actitud correcta debería ser, no la de leer a los historiadores sino la de leer la historia, no la de leer a hombres vivos que tratan temas muertos, sino la de leer los textos propios de las distintas épocas, leer a hombres muertos que hablan de temas vivos. Deberíamos, también, considerar que las novelas merecen a veces mayor confianza que los libros de historia: «El novelista se ve obligado, al menos, a tratar de describir seres humanos, cosa que el historiador muy a menudo ni siquiera intenta». («La historia frente a los historiadores», Lectura y locura)
Sea como sea, el estudio de la historia, decía, es necesario porque «un hombre sin historia es, casi en sentido literal, un imbécil. Sólo dispone de una parte de su propia mente. No sabe lo que significan la mitad de sus propias palabras, o la mitad de sus propias acciones» («Los derechos del ritual», El color de España y otros ensayos). Lo es también porque si no conocemos el pasado tampoco conocemos el presente: la historia es como una columna o un punto alto desde el cual los hombres ven la ciudad en la que viven o la época en la que están viviendo. Sin tal contraste o comparación, sin tal capacidad de cambiar de punto de vista, no podríamos ver ninguna otra cosa más que nuestros entornos sociales actuales. Los daríamos por supuestos, pensaríamos que son los únicos posibles, seríamos tan inconscientes de ellos como lo somos del crecimiento de nuestro pelo o del aire que respiramos. Frente a eso, es la variedad de la historia humana la que nos hacer ver agudamente el último giro que ha tomado el camino («On St. George Revivified», All I Survey).
Por otro lado, viene bien pensar que la mayoría de la gente, si tuviera que dar razón de sus creencias históricas, tendría que acabar dando ésta: «“Yo creo en esto porque lo he visto en cierto sitio escrito en caracteres de imprenta por alguien a quien nunca he conocido que cita una prueba que nunca he visto, y que explica una historia que no puedo comprobar en modo alguno, ni siquiera por el paisaje”». Es decir, debemos desconfiar de quienes «no solamente no necesitan que el paisaje corrobore su historia, sino que ni siquiera se preocupan de si el paisaje contradice la historia» (William Cobbett); debemos tener en cuenta que hay cosas que no explican los libros de historia: «hay que empaparse en la atmósfera de muchas viejas ciudades y muchos libros antiguos para comprenderlas»; si no, «es como ver bailar a unos hombres sin oír la música. («Historia en piedra», El color de España y otros ensayos).