A veces me llegan mensajes del tipo «¡pero cómo no has puesto todavía a…!» que me hacen caer en la cuenta de ausencias verdaderamente imperdonables. Es lo que tiene que la vida sea analógica y no digital. Últimamente me lo han dicho, con razón, a propósito de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, una obra que también evoca la nostalgia de la Navidad: «Cuando yo era pequeño, la luz del árbol de Navidad, la música de la misa de gallo, la dulzura de las sonrisas formaban todo el resplandor del regalo de Navidad que recibía».
3 diciembre, 2009