Escritor canadiense. 1921-2014. Nació en Belleville, Ontario. A consecuencia del trabajo como bibliotecario de su padre, vivió en varias ciudades de Canadá hasta que, finalmente, la familia se quedó en Saskatoon, Saskatchewan. Luchó en el ejército durante la segunda Guerra Mundial. Naturalista. Fue autor de novelas y libros autobiográficos, muchos relacionados con su trabajo y sus viajes. Falleció en Port Hope, Ontario.
Perdidos en el desierto heladoMadrid: Alfaguara, 1986; 239 pp.; col. Juvenil Alfaguara; ilust. de
Charles Geer; trad. de Gloria Pujol; ISBN: 84-204-4100-7. A la derecha, portada de una edición del Círculo de lectores, de 2007.
Norte de Canadá. Jamie Macnair abandona Toronto para vivir con su tío trampero Angus en los bosques subárticos. Se hace amigo de otro chico de quince años, Awasin, «delgado como un látigo», hijo del jefe de los Crees. Cuando, en ausencia del tío de Jamie y del padre de Awasin, llegan los Chipeweyans pidiendo ayuda, los chicos se van con ellos en una expedición a la caza de caribús que durará, en principio, sólo dos semanas. Pero las cosas se complican y tendrán que arreglárselas solos durante varios meses de invierno. Finalmente serán los esquimales, a quienes los Crees y los Chipeweyans consideraban feroces enemigos, los que les facilitarán volver con los suyos.
Más que un perroMadrid: Alfaguara, 1988; 199 pp.; col. Juvenil Alfaguara; trad. de Joaquín Fernández; ISBN: 84-204-4611-4. A la derecha, portada de una edición norteamericana.
El autor habla de su perro Mutt, que su madre compró cuando él tenía ocho años y era un cachorro recién nacido de raza indeterminada, y hacía muy poco que se habían instalado en la ciudad de Saskatoon. Su singularidad comienza por su porte: «Mutt tuvo, desde el primer día que vivió con nosotros, un aura de resolución, dominio de sí mismo y dignidad»; «no se le podía considerar hermoso, pero poseía ese digno carácter grotesco que distinguía a Abraham Lincoln y al Duque de Wellington». Pero, sobre todo, es su comportamiento testarudo el que da lugar a situaciones tragicómicas y a que, poco a poco, se acabe convirtiendo en una leyenda local.
En todas sus obras Mowat manifiesta entusiasmo hacia la vida en la naturaleza, tanto en las de ficción como en las que cuenta sus viajes o su relación con animales domésticos o salvajes. En algunos de sus relatos más «caseros» predomina una ironía bienhumorada, en otros más «públicos» acentúa su crítica hacia determinadas políticas gubernamentales. Sus investigaciones de campo y publicaciones están en el origen del cambio de sensibilidad hacia los lobos que se produce a partir de la década de los sesenta: encargado por el gobierno canadiense para comprobar que los lobos eran quienes diezmaban la población de caribús, Mowat comprobó la falsedad de muchos estereotipos sobre los lobos, y la narración de sus conclusiones fue un best-seller mundial titulado Los lobos tambien lloran (Never Cry Wolf, 1963); Castellón: Tundra, 2015; 192 pp.; col. Literatura de Naturaleza; trad. de Víctor J. Hernández; ISBN: 9788494311253. [Vista del libro en amazon.es]
Más que un perro, que tendría continuación en otro libro que Mowat dedicó a dos revoltosos búhos que también tuvo en su casa, Owls in the Family (1961), es el libro más popular del autor. Su narrador es el adulto que recuerda su infancia en un ambiente como el de Tom Sawyer y Huck Finn y que va contando con buen humor las habilidades y episodios protagonizados por Mutt. Por ejemplo cómo, después de unos comienzos poco prometedores, adquiere una destreza mítica como perro de caza, o cómo es capaz de subir árboles y escaleras o de andar sobre las vallas como los gatos. Pero la narración tiene otros componentes de interés, como la relación entre sus padres y el propio talante del niño: «Mi madre estaba abiertamente amotinada cuando llegamos a Saskatoon, e incluso mi padre se hallaba un poco deprimido. Pero yo me encontraba en una edad en la que la tragedia no es una realidad permanente. Sólo veía una tierra distinta a todas las que yo imaginaba, y que ofrecía posibilidades ilimitadas para toda clase de aventuras».
Es distinto Perdidos en el desierto helado, un relato de aventuras juveniles que sirve a Mowat para dejar constancia de sus conocimientos sobre ambientes y modos de vida de hombres y animales en las extensiones árticas. El argumento está bien armado y los incidentes se siguen con interés, aunque ciertamente los protagonistas-chicos están calcados sobre otros de aventuras semejantes y pueden resultar algo estereotipados. Jamie y Awasin son dos amigos con muchísimos recursos, que manejan con destreza canoas, perros, fusiles y toda clase de trampas… Raramente se alteran salvo cuando van más lejos de lo prudente y se meten en líos. Pero tienen el sentido común propio de quien tiene tanto que hacer que no le queda tiempo ni para preocuparse, y de quien está tan en contacto con la naturaleza que, por fuerza, debe adaptarse a sus ritmos. Así, cuando los lobos matan a un cervatillo que habían cogido y Jamie se indigna con los lobos, Awasin le hace notar que no puede ser de otra manera: por un lado, eso es lo que ocurre cuando se convierte a un animal salvaje en una mascota y, por otro, «los lobos tienen que comer, ¿qué diferencia hay entre que ellos maten al ciervo y nosotros matemos una docena de liebres?».
¿Crees que podemos conseguirlo?
En Perdidos en el desierto helado hay varios emocionantes descensos en canoa. Uno sucede cuando Jamie y Awasin se unen a la expedición de los Chipeweyans encabezada por el jefe Denikazi, y deben seguirlos río abajo.
«Cuando la canoa de los chicos alcanzó la boca del río, las demás canoas ya habían alcanzado el final de los remolinos. Denikazi les condujo a través de una tranquila calle de agua a la cabeza del primer rápido. Su canoa quedó inmóvil un instante y luego, como lanzada por una mano gigante, la frágil embarcación salió disparada hacia delante y desapareció en medio de una rugiente masa de espuma. Reapareció un instante después deslizándose río abajo a una velocidad de vértigo y girando y retorciéndose como un pez asustado. Entonces, mientras los chicos miraban aterrorizados, la canoa emergió sana y salva en un tranquilo remanso al pie de los rápidos.
Los demás siguieron sin dudarlo. Jamie sintió que se le encogía el estómago.
—¿Crees que podemos conseguirlo? —preguntó débilmente.
Awasin parecía sombrío.
—¡Más nos vale! —replicó secamente.
Deslizaron la canoa hacia el canal. De repente, las paredes rocosas empezaron a pasar como una pareja de trenes expresos gemelos a ambos lados del río. La canoa parecía inmóvil, mientras el mundo entero se volvía loco. Una catarata de espuma helada surgió frente a Jamie y éste manejó su remo desesperadamente para desviar la proa de su canoa. Casi al mismo tiempo se abalanzó hacia él una hilera de negras rocas y con un movimiento frenético volvió a dirigir la canoa hacia la derecha. Se quedó asombrado cuando, de repente, la canoa…».
6 abril, 2010