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CHESTERTON, Gilbert Keith

Chesterton, un gran lector de novelas policiacas, formuló en más de una ocasión sus ideas acerca de cómo debían ser esa clase de relatos: breves, de tiempo y alcance limitados, con un número reducido de sospechosos y que jugasen limpio con el lector. Puso en práctica sus ideas con los casos protagonizados por el Padre Brown y provocó una revolución en las novelas policiacas, entonces dominadas por las imitaciones de Sherlock Holmes. En primer lugar, debido a su protagonista, tan singular en su apariencia y en sus actitudes que influirá mucho en otros detectives posteriores. En segundo lugar, por el énfasis en los motivos de los actos criminales o, si se quiere ver por el otro lado, por el particular enfoque del Padre Brown para encontrar las soluciones. A esos rasgos añadió una calidad literaria y una profundidad muy por encima de lo habitual.

El Padre Brown es un curita con «una cara redonda y roma, como budín de Norfolk, unos ojos tan vacíos como el mar del Norte» (La cruz azul); con unos «habituales andares renqueantes» (El fantasma de Gideon Wise); que a veces parece comportarse infantilmente y que siempre lleva en las manos un paraguas. En El duelo del doctor Hirsch se lo describe como un hombre que, «como solía llevar una vida de lo más anodina, tenía una afición muy peculiar a los lujos imprevistos y aislados; se trataba de un epicúreo abstemio». En El fin de los Pendragon se dice que, «incluso cuando se sentía desconcertado, el P.B. tenía la suficiente clarividencia para poder analizar su propio desconcierto». En El dios de los gongos se cuenta que tenía «una enorme resistencia para insistir sin perder la paciencia, ante la cual la mente de los burócratas no suele tener capacidad de reacción». Y, de un modo parecido a como Sherlock Holmes tenía como ayudante al doctor Watson, en algunos casos el P.B. tendrá en el antiguo delincuente y luego detective Flambeau a un oponente que, aunque no resaltará la sabiduría de su compañero al modo admirativo de Watson, sí emprenderá vías de solución con frecuencia equivocadas o facilitará que el P.B. explique su postura y sus deducciones.

Los trabajos que afronta el Padre Brown no son unos casos-problema para que pueda desentrañar el lector: son relatos literariamente acabados donde se mezclan con brillantez el misterio, el humor y un sentido común que podría denominarse teológico. Si Chesterton opinaba que los casos policiacos de Sherlock Holmes eran los mejores que se habían escrito, los suyos están construidos a la contra de su cientificismo, pues las deducciones del Padre Brown se basan en la comprensión del interior del delincuente y no tanto en las pruebas materiales objetivas. También tiene Chesterton la intención de combatir los modos de pensar que le parecen desenfocados: el orientalismo entonces a la moda, las creencias parapsicológicas (que defendía el mismo Conan DOYLE [1]), el pensamiento social con el de algunos antepasados o contemporáneos suyos (como William MORRIS [2] o H. G. WELLS, entre otros), etc.

En esas y otras direcciones, el ingenio y la profundidad que gasta el Padre Brown en sus explicaciones de fondo sobrepasan lo común: «La primera consecuencia de no creer en Dios es que uno pierde el sentido común y no es capaz de ver las cosas tal y como son. Cualquier cosa que te cuentan y dicen que es muy importante, cobra un valor infinito, como el paisaje de una pesadilla. Un perro se convierte en oráculo, y un gato en misterio, y un cerdo en mascota, y un escarabajo en animal sagrado, y se resucita todo el zoo del politeísmo de Egipto y de la India antigua» (El oráculo del perro). Por esta razón, los relatos de Chesterton conviene leerlos poco a poco, reflexivamente: su amor por las paradojas es mucho más que un juego intelectual.

En cuanto a la confección de sus relatos, Chesterton compone las escenas de un modo teatral y, al tiempo, da valor a cada una de las observaciones que hacen sus personajes y a cada uno de los adjetivos que pone. Si habla de la «ensangrentada oscuridad» que da una bombilla roja de un cuarto para revelar fotografías, el lector hará bien en esperar que algo sucederá (El sino de los Darnaway). Y también tendrán una finalidad las descripciones coloristas como la del «sendero flanqueado por flores azules que va todo recto hasta la oscura entrada del invernadero, y el abogado que bajaba por el mismo, con traje negro y chistera, y la roja cabeza del secretario asomando por encima del seto verde, que recortaba con unas tijeras de jardinero» (El oráculo del perro). Por supuesto, los títulos son significativos: el candor es tanto el aspecto externo del P.B. como el remedio para convertir al delincuente; la sabiduría es saber distinguir la realidad de las apariencias; la incredulidad tiene que ver con que si uno cree en los verdaderos milagros no cree en cualquier milagro; el secreto del P.B. es tanto su técnica detectivesca como su talante; el escándalo se refiere a la sorpresa que causan sus actitudes y su modo de juzgar los delitos.

Hay otros comentarios a cada uno de los libros en las siguientes notas: El candor del padre Brown (1911) [3], La sabiduría del padre Brown (1914) [4], La incredulidad del padre Brown (1926) [5], El secreto del padre Brown (1927) [6], El escándalo del padre Brown (1935) [7].

Clases de personas

Algunos ejemplos de la maestría de Chesterton en la descripción de tipos y de comportamientos femeninos:

—En El hombre del pasaje, la actriz que «entró como siempre lo hacía, incluso en la vida privada, de forma que hasta el propio silencio parecía una salva de aplausos, y una salva bien merecida».

—En La forma equívoca, el P.B. habla de una mujer que «está agotada» y afirma: «Es el tipo de mujeres que cumplen con su deber durante veinte años seguidos y luego hacen una atrocidad».

—En La actriz y su doble el P.B. comenta que «si quiere usted saber cómo es una mujer no la mire directamente, porque quizá sea demasiado inteligente y lista; no mire tampoco a los hombres que la rodean, pues quizá sean demasiado tontos, sino mire a otra mujer que está cerca de ella y en especial a una que esté a sus órdenes. Usted verá en ese espejo su rostro verdadero».

—En La canción del Pez Volador el P.B. señala cómo el ladrón se equivocó al juzgar la psicología de una mujer: «si se dice delante de una mujer que se debiera hacer algo, siempre se corre el peligro de que lo haga inmediatamente».

Y masculinos:

—En La peluca roja, el redactor jefe cuya «vida era una serie de agobiantes compromisos entre él mismo y el propietario del periódico, un anciano incondicional de los folletines, con tres ideas fijas y equivocadas, y el competentísimo equipo de trabajo del que se había rodeado para llevarle el periódico; algunos de sus miembros eran hombres brillantes y con gran experiencia y, lo que es todavía peor, auténticos partidarios de la línea política del periódico».

—En La resurrección del Padre Brown, el ingeniero norteamericano que «era excepcional en el sentido de que hacía excepcionalmente bien su oficio, pero por lo demás era una persona de lo más corriente», para quien la Biblia familiar que había aprendido en el regazo de su madre «seguía siendo su religión en la medida en que aún le quedaba tiempo para tener una religión».

—En El oráculo del perro, el jugador, un tipo de persona que «siente la tentación de cometer una locura, precisamente porque el riesgo es algo maravilloso en retrospectiva» y se deja arrastrar por la vanidad de adivinar el futuro.

Las dos personalidades del Padre Brown

En su autobiografía, Chesterton cuenta cómo concibió al personaje del Padre Brown. Invitado a una cena, conoció allí a un sacerdote bajito y con cara de duende: el padre John O’Connor, quien más influencia tendría en su conversión posterior al catolicismo. Al día siguiente, charlando con él, descubrió que tenía un profundo conocimiento de muchas cuestiones sociales sórdidas. Luego, en otra conversación en la que ese sacerdote no estaba, dos jóvenes estudiantes de Cambridge manifestaron su admiración por él pero hicieron notar que, con el tipo de vida que llevaba, no sabía nada de la verdadera maldad del mundo. Chesterton pensó entonces en la gran ironía encerrada en esa observación y concibió a su personaje novelesco.

A lo largo de los relatos se describe su comportamiento en distintas circunstancias y se dibujan sus hábitos mentales, a veces indicando lo mismo de distintos modos. Quizá la descripción más completa sea esta: «Dentro del Padre Brown había en realidad dos personalidades. Una era la de un hombre de acción, humilde como una prímula y puntual como un reloj, que cumplía con sus pequeñas obligaciones sin que se le ocurriera ni por lo más remoto alterar el orden de las mismas. Y la otra era la de un hombre de reflexión, mucho más sencillo pero mucho más fuerte, al que no era fácil detener y cuyo pensamiento (en el único sentido inteligente de esta expresión) era el propio de un librepensador. No podía evitar, aunque fuera de manera inconsciente, plantearse todas las preguntas que uno podía plantearse y contestarse a todas las que supiera contestar, y todo esto lo hacía con la misma naturalidad con que respiraba o con que circulaba la sangre en sus venas. Pero conscientemente nunca actuaba fuera de la esfera de su propio deber; y en este caso siempre ponía adecuadamente a prueba estas dos actividades. Se disponía a reemprender su caminata con paso cansado bajo la débil luz del amanecer, diciéndose para sus adentros que aquello no era asunto suyo, aunque dándole instintivamente vueltas y más vueltas en la cabeza a dos docenas de teorías capaces de explicar aquellos extraños ruidos» (La ensalada del Coronel Cray).

Más información

Los interesados en conocer más cosas de Chesterton pueden acudir a sus obras autobiográficas, Ortodoxia [8] y Autobiografía [9], a las biografías de Joseph Pearce y Luis Ignacio Seco, y al ensayo sobre su pensamiento de Dale Ahlquist.

Las de Pearce y Seco son biografías claras, completas y fáciles de seguir. La primera es más densa y en ella se ofrece todo el panorama intelectual de su entorno, sus relaciones con sus amigos Hilaire BELLOC [10], G. B. Shaw [11] y H. G. WELLS [12] entre otros, cordiales siempre aunque mantuvieran posiciones opuestas. La segunda tiene un ritmo más periodístico y recoge bien la evolución del autor, su carácter, su modo de enfocar los asuntos, la importancia de su esposa y de su secretaria Dorothy Collins en los años últimos de su vida. En la de Pearce se menciona el origen de las citas al final de cada capítulo pero no hay índices finales; en la de Seco no se indica la procedencia de las citas ni tampoco hay índices finales: en ambos casos hubieran sido de agradecer al menos un índice onomástico y, aunque menos, también un índice de obras citadas.

El ensayo de Dale Ahlquist, un reconocido especialista en Chesterton, resume su pensamiento con claridad y entusiasmo; incluye, al final, una relación de todas las obras de Chesterton publicadas en castellano.

En la opción Otros contenidos-Otros libros-Libros de G. K. Chesterton [13] hay reseñas y textos de prácticamente todos los libros del autor.

En lo que se refiere a la literatura infantil, vale la pena fijarse también en la influencia que tuvo en Chesterton La princesa y los trasgos [14], de George MACDONALD [15]: hizo «que toda mi vida fuera distinta; me ayudó a ver las cosas de una manera determinada, desde el principio». Y es que Chesterton atribuía buena parte de su propia formación moral a los cuentos de hadas, como luego sostendrán también TOLKIEN [16] y C. S. LEWIS [17].

También sus opiniones sobre autores tan relevantes como DICKENS [18] y STEVENSON [19], sobre los que publicó unos penetrantes ensayos-biografías que cito en sus voces correspondientes, son lúcidas y dicen mucho del modo de pensar de Chesterton.

Bibliografía:
Joseph Pearce. G. K. Chesterton (Wisdom and Innocence – A Life of G. K. Chesterton, 1996). Madrid: Encuentro, 1998; 601 pp.; trad. de Carmen González del Yerro Valdés; ISBN: 84-7490-462-5.
Luis Ignacio Seco. Chesterton, un escritor para todos los tiempos (1998). Madrid: Palabra, 2005, 2ª ed.; 368 pp.; col. Ayer y hoy de la historia; ISBN (10): 84-8239-963-2.
Dale Ahlquist. G.K.Chesterton: el apóstol del sentido común (G. K. Chesterton: The Apostle of Common Sense, 2003). Madrid: Voz de papel, 2006; 226 pp.; trad. de Rosario Domingo Chaves; ISBN: 84-96471-33-0.
William Oddie. Chesterton and the Romance of Ortodoxy. The Making of GKC 1874-1908 [20].
Ian Ker. G. K. Chesterton: A Biograpy [21].
Nancy Carpentier Brown. The Woman Who Was Chesterton [22].
Luis Daniel González. Gramática de la gratitud [23].