El secreto del Padre Brown (1927)

El secreto del Padre Brown (1927)Chesterton (libros de ficción)
 
El secreto del Padre Brown (1927)

El secreto el Padre Brown es la cuarta colección del personaje y contiene diez nuevos casos que comienzan por un primer capítulo con ese título. En ella, el autor intenta entrar más a fondo en los misterios del alma humana y en cuestiones como la naturaleza del pecado y del perdón. El título se refiere al secreto de la particular técnica detectivesca del protagonista, que también tiene que ver con la bondad y la sabiduría propia de un sacerdote cuyo principal interés no es descubrir a nadie sino congraciarlo con Dios.

Esto se manifiesta en que, mientras un detective se alegra con un delincuente al que descubre o desenmascara, el P.B. se alegra con un pecador que se convierte y desea subrayar la diferencia entre la manera limitada e incluso mezquina de perdonar de los hombres y la grandeza del perdón de Dios. Así, cuando en La penitencia de Marne una mujer le indica que no se puede perdonar todo, que «hay un límite en la caridad humana», el P.B. le confirma que, en efecto, «lo hay, y esta es la verdadera diferencia que existe entre la caridad humana y la divina»: los hombres con frecuencia «sólo perdonan aquellos pecados que no creen verdaderos» como por ejemplo un duelo convencional; en definitiva «perdonan porque no hallan qué perdonar».

Entre las claves para enfrentarse a los casos que se le plantean, el P.B. subraya la importancia de razonar bien y en La luna roja de Meru dice: «La razón nos proviene de Dios y cuando las cosas son poco razonables, créame, es que sucede algo». En otro momento habla de observar las cosas desde la distancia justa: en La canción del Pez Volador dice que «a veces una cosa está demasiado cerca para que la veamos» como una mosca en el ojo del que mira por un telescopio. En ese mismo caso reconoce que la casualidad también cuenta pues comenta que «todo crimen depende de que alguien no caiga en la cuenta o no se despierte lo bastante pronto». Y, como en otras ocasiones, indica que no cualquiera puede cometer cualquier crimen: en El secreto de Flambeau explica cómo «el hombre mundanal, cuya vida existe sólo en función de este mundo, sin creer en ningún otro, cuyos éxitos y placeres mundanales son todo cuanto pueda arrebatar a la nada, ése es el hombre que realmente hará cualquier cosa, si está a punto de perder el mundo entero sin sacar ningún provecho de él. No es precisamente el hombre revolucionario, sino el respetable, quien cometería cualquier crimen para salvar su reputación».

Entre las fuertes andanadas que hay en esta colección contra los prejuicios de clase, una se dirige contra ciertas creencias que muchos asumen acríticamente y que parecen extendidas por los propios interesados: en La desaparición de Vaudrey el P.B. dice que «la mitad de la política moderna estriba en unos ricos que hacen víctima de un chantaje a los pobres» y comenta lo increíble que resulta el pensar que un hombre rico puede actuar en política desinteresadamente porque, supuestamente, no tiene ya nada que ganar: es una opinión insultante e increíble «que los ricos no quieren ser más ricos, que a un hombre sólo se le puede sobornar con dinero», y por tanto que los pobres tienen más inclinación a robar…

Otra va contra la inmoralidad de quienes se mueven sólo por el dinero: en El hombre de dos barbas afirma que «en principio no existen profesiones y tipos buenos o malos. (…) Pero si es verdad que hay un cierto tipo de hombre que se inclina a desoír a Dios, es éste el tipo del hombre de negocios. No posee ningún ideal social ni, mucho menos aún, religioso; no posee ni las tradiciones del caballero ni la lealtad que hermana a los de una profesión. Todos aquellos alardes de haber hecho un buen negocio no eran más que alardes de haber engañado a una persona».

Y otra contra quienes hablan de honradez pero son herederos de una historia que no tiene nada de honrada. En La luna roja de Meru el P.B. afirma que «hay caballeros ingleses que han robado antes y a quienes el Gobierno y la ley han protegido (…). Al fin y al cabo, no es el rubí la única piedra preciosa en el mundo que ha cambiado de dueños; ha sucedido igual con otras piedras preciosas, con frecuencia más esculpidas que un camafeo y tan decoradas como flores», y al decir esto señala la iglesia que tiene a sus espaldas.

Un toque a los fascinados con cuestiones orientales está en ese mismo caso, La luna roja de Meru, cuando lady Mounteagle le dice al P.B. «no me vayas a decir que no comprendes que todas las religiones son una misma cosa», y el P.B. le responde: «Si lo son, me parece un poco descabellado tener que ir al centro de Asia para hablar de una».

22 mayo, 2008
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