La incredulidad del Padre Brown (1926)

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La incredulidad del Padre Brown (1926)

En La incredulidad del Padre Brown, la tercera colección de casos del personaje, no aparece Flambeau. Son ocho relatos, los más largos de todos, que se publicaron doce años después del libro anterior, cuando Chesterton era más famoso y ya se había convertido al catolicismo. De modo indirecto ambas cosas se reflejarán en las historias: varias se desarrollan en los EE.UU. y hablan de la fama y de las impresiones del P.B. en ese país —con sucesos moldeados por el viaje que había hecho allí el autor—, y también los comentarios de carácter apologético del P.B. son más.

Todos tienen que ver con la credulidad de los escépticos y la incredulidad del héroe: en cada uno se da un suceso aparentemente sobrenatural —un fantasma, una maldición familiar, una resurrección…— que algunas personas creen pero no el P.B. Así, en El milagro de la calle de la Media Luna afirmará: «Creo que hay tigres que devoran hombres, aunque no los vea por la calle. Pero si busco milagros, sé muy bien dónde encontrarlos».

Se subraya de nuevo, dentro de las claves interpretativas del Padre Brown, su insaciable deseo de conocer la verdad: en La resurrección del P.B., se dice que «toda la vida se había dejado llevar por una sed intelectual de verdad, aunque fuera en cosas insignificantes. A veces lograba controlarla apelando al sentido de la proporción; pero nunca desaparecía». En sentido contrario, también una vez más se recuerda el interés y la habilidad de los delincuentes para disfrazarse: en El puñal alado se advierte cómo «cuando alguien te recibe en batín siempre piensas que estás en su casa» y no se te ocurre sospechar lo contrario.

En esta y en las posteriores colecciones de relatos, compuestos después de ásperas batallas periodísticas y judiciales que su hermano Cecil y el mismo autor habían tenido debido a sus denuncias contra políticos y hombres de negocios, en la obra de Chesterton y en sus casos del Padre Brown aumentarán las referencias al modo de pensar y de actuar propio de quien ocupa posiciones de poder. En El fantasma de Gideon Wise se habla de tres millonarios que, «en medio de un derroche de decoración rococó que jamás nadie contemplaba, y de una algarabía de pájaros exóticos que jamás nadie escuchaba, y de una abundancia de hermosas tapicerías y de un laberinto de lujosa arquitectura, los tres hombres estaban sentados comentando que el éxito se basaba en la prudencia y el ahorro, así como en el cuidado de la economía y el autocontrol».

Un ataque más al cientificismo está en El sino de los Darnaways, cuando el P.B. dice: «yo no sabría con qué quedarme si me dan a elegir entre la superstición científica de usted o la otra superstición mágica. Da la impresión de que con cualquiera de las dos, la gente acaba paralítica, incapaz de mover piernas o brazos o de salvar su vida o su alma».

Una nueva referencia a un modo de pensar extendido entre periodistas está en La maldición de la cruz de oro, cuando un personaje dice de sí mismo: «Yo no creo en nada; soy periodista —respondió aquel personaje melancólico—, soy Boon, del Daily Wire».

Una mención de la ignorancia de mucha gente acerca de su propia historia está en La maldición de la cruz de oro, un relato en el que el P.B. hace notar el desconocimiento lleno de prejuicios infundados acerca de la Edad Media de sus interlocutores. Se podría considerar un torpedo en la misma dirección, aunque sobre todo se dirige contra una moda propia de su tiempo, un comentario del P.B. en El puñal alado replicando a quien comenta que el budismo es más cristiano que el propio cristianismo: «esa afirmación basta por sí sola para arrojar un horrible y espectral rayo de luz sobre su idea del cristianismo».

Entre las pautas de comprensión de la vida y de comportamiento que da el P.B., tres joyas. En El milagro de la calle de la Media Luna el P.B., cuando le indican que un milagro del que le hablan acabará con el materialismo de mucha gente, responde: «¿No irá usted a decirme que ponga al servicio de la religión lo que, en mi opinión, no es más que una mentira? (…) Es posible que pueda utilizar una mentira al servicio de la religión, pero no al servicio de Dios». En El puñal alado, el P.B. dice a un personaje que no se amilane: «Los demonios siempre intentan vencernos haciendo que nos demos por vencidos»; y, en otro momento: «Sabe usted que soy consciente de que en todas las religiones hay todo tipo de personas: gente buena en religiones malas y gente mala en religiones buenas».

15 mayo, 2008
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