GRIPE, Maria

GRIPE, MariaAutores
 

Escritora sueca. 1923-2007. Nació en Vaxholm, Suecia. Estudió Filosofía e historia de las religiones en la Universidad de Estocolmo. Poeta. Autora de muchos libros infantiles de distinto tipo, escribió el primero en 1954 para su hija. Premio Andersen 1971. Falleció en Rönningen.


Hugo y Josefina
Madrid: Noguer, 1990, 5ª ed.; 126 pp.; col. Mundo Mágico; ilust. de Harald Gripe; trad. de Adriana Matons de Malagrida; ISBN: 84-279-3328-2. Nueva edición en 2011; 176 pp.; col. Noguer infantil; ISBN: 978-84-279-0132-2.
Es la segunda entrega de una trilogía que comienza con Josefina (Josefin, 1961) y que se cierra con Hugo (1966); Madrid: SM, 2000, 15ª ed. y 16ª ed; 128 y 136 pp.; col. El barco de vapor, serie naranja; ilust. de Harald Gripe; trad. de Guillermo Solana; ISBN: 84-348-1780-2 y 84-348-1849-3.

Josefina es la hija del pastor protestante de la localidad. Acude por primera vez al colegio y no le resulta fácil adaptarse. Entre otras cosas, porque la llaman con su verdadero nombre, Ana, que a ella no le gusta. Hace amistad con Hugo, un chico que vive en el bosque, tranquilo, mañoso, contundente en sus razonamientos, y con unos intereses opuestos a los de los demás.


Elvis Karlsson
Madrid: Alfaguara, 2003, 2ª ed., 14ª reimpr.; 152 pp.; col. Infantil naranja; ilust. de Harald Gripe; trad. de Leopoldo Rodríguez; ISBN: 84-204-4785-4. Nueva edición en Madrid: Santillana - Loqueleo, 2018; 256 pp.; ISBN: 978-8491222033. [Vista del libro en amazon.es]
Primera novela de una trilogía que continúa en ¡Elvis, Elvis! (1973) y El auténtico Elvis (Der «Riktiga» Elvis, 1976); Madrid: Alfaguara, 1990, 8ª y 6ª ed.; 176 y 176 pp.; col. Juvenil Alfaguara; ilust. de Harald Gripe; trad. de Leopoldo Rodríguez; ISBN: 84-204-3215-6 y 84-204-3223-7.

Elvis tiene seis años y medio. Es hijo único y su nombre procede de la admiración de su madre por Elvis Presley. Se siente incomprendido por sus padres.


Los escarabajos vuelan al atardecer
Madrid: SM, 2003, 41ª ed.; 221 pp.; col. Gran Angular; trad. de Marta Ruiz Corbella; ISBN: 84-348-1163-4. Nueva edición en 2019; 232 pp.; ISBN: 978-8491820574. [Vista del libro en amazon.es]

Los hermanos Berglund, Jonás y Annika, con su amigo David, tienen que cuidar las flores de una casa deshabitada durante el verano. Allí encuentran unas cartas escritas en el siglo XVIII relativas a una estatua egipcia: un raro misterio en el que se entrecruzan el pasado y el presente.



María Gripe es una gran retratista del mundo interior de familias y niños característicos de su entorno social. Tiene relatos realistas, que se desarrollan en ambientes reducidos y, con frecuencia, oprimentes. Tiene también narraciones fantásticas, en las que no hay época y cuyo telón de fondo suele ser una especie de lucha entre el bien y el mal. Todos sus relatos están salpicados de reflexiones con las que quiere abordar cuestiones como la soledad, la esperanza, el miedo, la muerte… Con un lenguaje elegante y capacidad para golpear el corazón del lector, suele tener una idea central: dejar al niño afianzar su propia personalidad, señalar que los adultos no deben imponer sus criterios.

Hugo y Josefina es una historia narrada con simpatía y delicadeza, con relaciones entre padres e hijos menos tirantes que las de otras novelas de la autora: el padre de Josefina, que al principio es distante, resulta cercano cuando llega el momento. Josefina defiende su derecho a ser llamada como ella quiera serlo, y no como han querido sus padres. Está bien cogido el ambiente de la clase, en el que hay compañerismo pero también rivalidad. La autora dibuja unos caracteres bien perfilados. Un ejemplo de las preocupaciones de Gripe, aflora, por ejemplo, cuando la maestra da una explicación a los niños y Hugo la interrumpe:

«—Señorita Sund, yo creo que sus palabras no son muy acertadas. No son más que palabras que dicen los mayores para que seamos buenos.

—¿No tienen que ser buenos los niños?

—Sí, sí, es posible que sí. Pero no hay que obligarles a serlo».

Gripe emplea un eficaz modo de narrar, en tercera persona pero desde dentro de los protagonistas, que alcanzará toda su potencia en Elvis, donde se nos presenta una historia llena de un humor triste y una ternura infeliz. Elvis es un personaje inocente a quien, sin embargo, se culpa de muchas cosas, y que percibe la confusión y la ignorancia de sus padres, de su madre sobre todo, para quien Elvis es como un objeto manipulable. Como en otras obras similares, se sobrevalora la percepción del niño o, más bien, se sobrevalora su capacidad de enjuiciar y formular lo que ocurre a su alrededor. Pero, sea como sea, Elvis es un carácter ya clásico en la literatura juvenil, y casi un paradigma de la incomunicación entre padres e hijo. Las ilustraciones de Harald Gripe, marido de la escritora, están perfectamente ajustadas al contenido y a los sentimientos que infunde la narración.

Los escarabajos vuelan al atardecer es representativa de un tipo de relatos sobre misterios parapsicológicos: sueños premonitorios, voces extrañas recogidas en un magnetófono, señales de los animales y las plantas… Se mantiene la intriga y se sigue con interés la investigación. Es muy simpático Jonás, un aprendiz de periodista aficionado al regaliz pues «quería conservar siempre ágil el pensamiento, y decía que el regaliz le hacía más inteligente». Cuestión aparte es su tesis subyacente de un alma universal del mundo que daría razón de los fenómenos raros que suceden…

Un manual de comportamientos antieducativos

Los libros protagonizados por Elvis tienen bastante de manual de comportamientos antieducativos. Entre otros puntos, Gripe:

—retrata con exactitud la desconexión entre Elvis y sus padres: su madre «y él no parecen hablar la misma lengua, no se entienden»;

—señala el miedo de los padres a hablar de la muerte: «Mamá nunca dice “morir”, ella dice “abandonarlos” o “irse”, igual que la abuela. No se atreven a decir la verdad claramente. Y él hace como que no entiende, tampoco se atreve a decir nada. […] A lo mejor creen que es una cosa demasiado seria para un niño»;

—fustiga el cotilleo acerca del niño: «Mamá no tiene en cuenta lo que él dice. Ella solamente hace caso de lo que dicen las amigas con las que habla por teléfono […]. Habla con ellas todos los días. Lo que ellas dicen sí le interesa. Todo lo que Elvis hace se lo cuenta a ellas y después hablan de la educación de los niños»;

—insiste en que ha de ser el niño quien adquiera su propia personalidad, sin imposiciones: lo mejor es decidir las cosas uno mismo, piensa Elvis, «cuando otros deciden por uno, todo se enreda y puede pasar lo que menos se espera»…

Quiero estar solo pero no sentirme solo

La autora no menciona la necesidad o conveniencia de que Elvis tenga hermanos. Se da por supuesta la normalidad de ser hijo único. Con esa premisa, interiorizada sin discusión, Elvis llega pronto a sus propias conclusiones: «Había aprendido algo: uno tiene que resolver solo sus propios problemas»; y dirá: «Quiero estar solo, pero no sentirme solo»; «lo suficientemente solo como para estar a gusto, pero no tanto como para sentirse triste», según aclara el narrador. Cabría pensar, sin embargo, si esta pauta de conducta individualista que se propugna para Elvis, en el futuro no dará lugar de nuevo a los mismos errores educativos que con tanta puntería se denuncian.

Castigos que Dios manda a los hombres

El origen del drama de Elvis está en que sabe que no es querido por sí mismo: los comentarios de su madre, insensatos y a veces crueles, así se lo hacen notar.

«—Naciste por mis pecados —acostumbra a decirle mamá.

Quiere decir que lo tuvo como castigo por algo que había hecho hace mucho tiempo, piensa Elvis.

Exactamente igual que cuando uno hace algo malo y se lastima.

Los castigos hacen daño; una vez que estaba saltando en el sofá de la cocina lo rompió y se lastimó un pie como castigo. Y cuando mamá lo tuvo (a él) también le hizo tanto daño que ya no quiere tener más hijos; eso lo dijo una vez por teléfono, ya es bastante con uno, añadió.

Ser un castigo no le resulta muy agradable, pero ahora ya no le importa tanto, lo ha oído demasiadas veces. […]

Pero una vez mamá le dijo algo. Le dijo que había sido Dios el que había enviado a Elvis. Entonces sí que se asustó, porque nadie puede pensar en castigos tan terribles como Dios. Lo había visto en televisión. Guerras, accidentes y toda clase de cosas terribles las piensa Dios. Cada vez que se ven cosas así, dice mamá que son castigos que Dios manda a los hombres. La abuela dice lo mismo. O sea, que si fue Dios el que ideó a Elvis, la cosa no resulta demasiado agradable. Al saber esto sintió pena por mamá.

—Sí, es horrible —le dijo él una vez que ella se estaba lamentando. Se lo dijo para consolarla, como dice papá. Pero ella le dio una bofetada y él se la tuvo que devolver. O sea, que no sirve de nada consolarla. Elvis no sabe lo que hacer».

Pero Elvis no es querido tampoco, y él lo nota, no sólo por cómo ha sido concebido, sino también por no ser lo que su madre esperaba:

«A Elvis le gusta el silencio.

Elvis es de naturaleza pensativa.

Elvis sabe que él es el origen de todas las preocupaciones de mamá. Él no ha salido como ella esperaba (como el Elvis de la fotografía, no tiene bucles ni sabe cantar)».

¡Pobre Elvis!, debería ser el último título de esta serie, tan interesante y luminosa para educadores como deprimente y demoledora para chicos a los que pone frente a situaciones que para ellos son irresolubles.


30 mayo, 2007
Imprimir

Comments are closed.