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ROWLING, Joanne K.

Como si de una poción mágica se tratase, Rowling ha escogido cuidadosamente muchos ingredientes, ha seleccionado la cantidad justa de cada uno, y los ha ido añadiendo en el orden exacto. Entre las referencias que maneja con talento y equilibrio, quizá las más patentes sean las de TOLKIEN [1], C. S. LEWIS [2], DAHL [3]. Cualquier lector de Tolkien pensará en Ella Laraña cuando tropiece con las arañas de la segunda novela, o en los Jinetes Negros al ver a los dementores de la tercera. El paso del mundo «muggle» al mundo mágico, evoca las entradas en Narnia de los chicos Pevensie; la «magia antigua» que se invoca en la cuarta entrega recuerda la «magia profunda» del mundo creado por Lewis; el valor revelador que adquiere un cuento de hadas en el séptimo libro es tal vez otra deuda con las CRÓNICAS DE NARNIA [4]. También parece patente la influencia de Dahl, sobre todo en el tono sarcástico con que se dibujan los Dursley y se satirizan la televisión y la glotonería.

Pero hay muchos más guiños. El callejón Diagon podría pertenecer al MUNDODISCO (Terry PRATCHETT [5]). La escuela Hogwarts, no tan seria pero sí parecida a la de Un mago de Terramar [6] (Ursula LE GUIN [7]), podría ser un castillo digno de las mejores novelas góticas en el que no faltan elementos de las actuales novelitas de terror —fantasmas llorosos, extraños pasadizos, chicos que aparecen petrificados, niña engatusada por el mal y liberada por el héroe-príncipe…—. La vida cotidiana en Hogwarts se parece a la de muchas novelas colegiales. La situación de Harry en casa de los Dursley es como la de Cenicienta [8]. Hay incidentes y toques descriptivos dignos de George MACDONALD [9] y Edith NESBIT [10], o de relatos como El bastón mágico [11] de John BUCHAN [12], o El fantasma de Canterville [13] de Oscar WILDE [14] (los bromistas gemelos Weasley y su hermana Ginny, recuerdan a los gemelos «Barras y Estrellas» y a su hermana Virginia). Cuando Dumbledore dice a Harry que «para una mente bien organizada, la muerte no es más que la siguiente gran aventura», está citando a Peter Pan [15]. Cuando le señala que «no es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir, recuérdalo», habrá quien piense en una frase parecida de La historia interminable. Algunos toques de ingenio y humor podrían estar inspirados en las novelas de Diana Wynne JONES [16] como las de la serie de LOS MUNDOS DE CHRESTOMANCI [17]. Y, por supuesto, hay consideraciones que no necesitan ningún antecedente, como la explicación que Dumbledore da del porqué Harry gana en una de sus peleas: «Si hay algo que Voldemort no puede entender es el amor. No se dio cuenta de que un amor tan poderoso como el de tu madre hacia ti deja marcas poderosas. No una cicatriz, no un signo visible… Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos ama no esté, nos deja para siempre una protección».

Pero Rowling maneja todo esto con la soltura de quien se ha empapado de toda la literatura previa y consigue unos relatos consistentes que se leen de un tirón. Los personajes tienen gancho; los episodios están bien trabados y se suceden con rapidez; no falta un plan de estudios y una bibliografía completísima sobre magia; continuamente surgen pequeñas incógnitas que tensan más la trama, pero a la vez hay escenas o diálogos humorísticos en momentos oportunos; abundan las descripciones ingeniosas y son muchos los juegos de palabras; en cada libro aparece algún nuevo personaje y algunos, como es el caso Dolores Umbridge en el quinto libro, ocupan por completo el escenario; al final de cada historia se atan los cabos que se fueron soltando pero, a la vez, se abren nuevos interrogantes para las siguientes entregas. En todos los libros, y en especial en el último, hay numerosas situaciones de tensión y escenas de acción con salvaciones en el último momento, que se alternan con momentos de lucha interior de Harry en torno a qué debe hacer y qué no, y con peleas dialécticas con intercambio de reproches y arrepentimientos posteriores.

Elogios y reproches

Con la serie terminada queda de relieve el talento de la autora para construir una trama de conjunto y unas tramas individuales intrincadas, todas ellas armadas dosificando la información cuidadosamente, que no se le van nunca de las manos —se ve que sabía bien lo que hacía desde los comienzos—, y que resultan convincentes para el lector interesado —todo tiene lógica interna e incluso son aceptables las opciones por caminos más cómodos—.

La evolución interior de los personajes principales resulta convincente. La de Harry, por supuesto, pero más aún la de Hermione, que a lo largo de la serie combina bien la doble faceta de chica lista y protectora, repelente unas veces y afectuosa otras, humanamente acaba siendo la gran protagonista. El personaje de Ron es más desigual, pues en los libros intermedios juega el papel de comparsa que da réplicas diferentes según convenga y su comportamiento es algo errático.

Aunque cada lector pueda escoger qué libro prefiere, o qué personajes son los que más le han cautivado, no es fácil juzgar los libros aisladamente y todos son absorbentes. Tal vez en sentido negativo sí hay unanimidad en que el sexto, con abundantes conversaciones explicativas y mucho ir y venir por los pasillos de Hogwarts, es el que acusa más su inevitable carácter de libro de transición a la espera del séptimo. A este último, bien resuelto en lo fundamental, se le puede objetar que, al estar tan centrado en los protagonistas principales, deja un poco sueltos algunos hilos narrativos y presta poca atención a los secundarios que habían ido ganando fuerza en libros anteriores.

En general, cabría reprochar a la historia que son un tanto arbitrarias, por no decir absurdas, las reglas del «quidditch», una especie de fútbol aéreo con jugadores montados en escobas: da la impresión de que a Rowling le gustan la parafernalia y las emociones del deporte, y en transmitir eso es magistral, pero no el deporte mismo.

En otro nivel, merece ser subrayado que las sucesivas entregas de los libros han dejado claro que los intereses fundamentales de Rowling han sido los de contar su historia: podría perfectamente haber optado por un camino más fácil y no haber aumentado la longitud y complejidad de los libros tercero, cuarto y quinto. Aunque, desde un punto de vista literario, esto es discutido pues hay quien defiende la necesidad de mayor contención narrativa, lo cierto es que la historia no sería mejor por eso: no sólo es que las múltiples derivaciones argumentales lo dificultarían sino que para no pocos lectores serían deseables muchas más precisiones.

Una Nimbus 2.000

Una de las razones de la eficacia narrativa de los libros de Harry Potter entre los chicos está en que las descripciones tienen toques visuales o cinematográficos que conectan con ellos en directo.

Así, en el primer libro Harry encuentra por los pasillos del colegio a un ser extraño de nombre Peeves, un duende, le explican, «lo que en las películas llaman poltergeist». Y, cuando la profesora McGonagall se da cuenta de las cualidades de Harry para el «quidditch», le consigue el sueño de todo joven mago: una escoba «pulida y brillante, con el mango de caoba, una larga cola de ramitas rectas y, escrito en letras doradas: “Nimbus 2.000”». O la primera hazaña colegial de Harry, la captura de una Recordadora, una bola de cristal que su odioso rival Draco Malfoy arroja con malas intenciones: «Harry vio, como si fuera a cámara lenta, que la bola se elevaba en el aire y luego comenzaba a caer. Se inclinó hacia delante y apuntó el mango de la escoba hacia abajo. Al momento siguiente, estaba ganando velocidad en la caída, persiguiendo a la bola, con el viento silbando en sus orejas mezclándose con los gritos de los que miraban. Extendió la mano y, a unos metros del suelo, la atrapó, justo a tiempo para enderezar su escoba y descender suavemente sobre la hierba, con la Recordadora a salvo».

Este modo cinematográfico de narrar, que busca suscitar imágenes en la mente del lector, ha ido en aumento según ha progresado la serie. Cabe pensar que, tras haber intervenido tanto en la confección de las películas y al saber de antemano qué actores representan cada papel, Rowling ha redactado pasos de la narración pensándolos como planos y secuencias de cine, y ha preparado descripciones de ambientes y de rasgos físicos de modo que coincidan plenamente con los de los escenarios o los de los actores previstos.

Vencer el miedo con la risa

En El prisionero de Azkaban se nos cuenta cómo, en la primera clase de Defensa contra las Artes Oscuras, el profesor Lupin quiere mostrar a sus alumnos el modo de protegerse de los boggarts, seres que viven en lugares oscuros y cerrados: roperos, huecos debajo de las camas, armarios de debajo de los fregaderos… Con ese fin ha llevado a un boggart a la clase y lo mantiene oculto.

«—[…] La primera pregunta que debemos contestar es: ¿qué es un boggart? —Hermione levantó la mano.

—Es un ser que cambia de forma —dijo—. Puede tomar la forma de aquello que más miedo nos da.

—Yo no lo podría haber explicado mejor —admitió el profesor Lupin, y Hermione se puso radiante de felicidad—. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo dejemos salir se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de terror de Neville— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el boggart. ¿Sabes por qué, Harry? […]

—¿Porque somos muchos y no sabe por qué forma decidirse?

—Exacto —dijo el profesor Lupin […]—. Siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un boggart, porque se despista. ¿En qué se debería convertir, en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? […] El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica».

Y vencer el miedo con la risa es el recurso de todo un clásico de las novelas de terror para chicos: La feria de las tinieblas [18], de Ray BRADBURY [19].

Errores educativos

Que Joanne Rowling conoce y sabe reflejar bien la complejidad interior de los adolescentes se aprecia bien en el quinto libro. Allí se ve a Harry como un chico furioso cuando piensa que no le consideran, disgustado consigo mismo cuando se ve atacado por celos mezquinos, desazonado al descubrir defectos que tenía su padre, desconcertado en las relaciones con las chicas… Está logrado el modo en que se muestra cómo va reaccionando con una mayor comprensión acerca de qué cosas son las verdaderamente importantes en la vida. Por otra parte, son excelentes muchas pinceladas sobre comportamientos juveniles en distintas situaciones, como los comentarios que debe hacer Hermione a Ron y Harry para explicarles la psicología de las chicas. Y también se presentan con acierto los errores educativos que sufre Harry, incluso a costa de romper un tanto la imagen intachable del Dumbledore anterior. Al final, él mismo pedirá disculpas a Harry por sus fallos —los «errores de un hombre viejo» dirá—, debidos a que siempre le preocupó más que viviera tranquilo que darle a conocer la verdad. También reconocerá que debería haber confiado más en él y, por tanto, no sobreprotegerlo, sino haber echado encima de sus hombros la carga que le correspondía soportar.

En el sexto y séptimo libro conocemos del todo la historia de Dumbledore. se cuentan con detalle sus errores de juventud y sus coqueteos con el deseo de poder, un eco del tema central de El Señor de los anillos, y se revelan los aspectos de su conducta que no quedaron claros en anteriores relatos. El personaje se redimensiona para establecer de modo indudable su arrepentimiento, su buena intención, su sabiduría y su valentía… Sin embargo, habrá quienes piensen que sus tácticas son más que discutibles, tanto en sus planteamientos educativos como en sus decisiones de combate contra sus enemigos, sobre todo una. Por eso quizá convenga recordar que estos libros, igual que no tienen por objetivo enseñar magia, tampoco pretenden desarrollar cuestiones educativas, y por eso tan tonto es prohibirlos como usarlos de modo autoritativo para inculcar cualidades. Como siempre, lo mejor es tomarlos como lo que son: unas novelas de aventuras bien construidas y entretenidas, coherentes en la pintura de los personajes y ricas en lenguaje y descripción de ambientes, a la vez que sensatas a la hora de presentar las tensiones propias del crecimiento y de las relaciones de amistad entre chicos jóvenes. En definitiva, unas novelas infantiles que, como tienen calidad, pueden ser leídas con gusto por cualquiera, tenga la edad que tenga.

Algunas ideas de fondo

El último libro subraya las ideas importantes de la serie.

En lo que tiene de novela de pandilla, la importancia de una amistad leal, de combatir los celos y las rivalidades egoístas, de comprender a los demás y saber rectificar. En lo que tiene de relato colegial, sobre todo se destaca que los chicos piden a sus educadores que sean coherentes y que les cuenten la verdad: buena parte de los conflictos interiores de Harry se centran en esto. En lo que tiene de novela de aventuras, se carga el acento en la responsabilidad del héroe y en que la inconsciencia propia de la edad no es un argumento para justificar algunas elecciones morales: a Harry le molesta que se intente justificar a un adulto que se comportó mal cuando era joven…, como él lo es ahora.

En la misma línea, se defiende la necesidad de rebelarse públicamente ante la injusticia también porque eso aviva la esperanza en quienes ven las acciones valientes: cuando Harry y Ron llegan a Hogwarts y Neville les explica el origen de varias marcas en la cara, castigos debidos a que replicó comentarios injustos de sus profesores, Ron le dice que podía haberse callado, y entonces Neville comenta: «El asunto es que a la gente le ayuda ver que te enfrentas a ellos, eso les da esperanza. Me di cuenta de eso cuando te vi a ti hacerlo, Harry».

Como todo el conflicto está centrado en el deseo de Voldemort y sus secuaces de imponer la «pureza de sangre», se repite la necesidad de pelear por todos: en un programa de radio de quienes luchan contra el poder de Voldemort el locutor afirma que «Cada vida humana vale lo mismo y merece ser salvada»; cuando el hermano de Dumbledore dice a Harry que se olvide de todo y que se ponga a salvo él, Harry le responde que «a veces, no puedes pensar sólo en tu propia seguridad».


El poder salvador del amor

También el último libro presenta el tema central de toda la serie ya en el mismo título: la muerte y el poder salvador del amor.

Cuando, en la tumba de sus padres, Harry lee la inscripción «El último enemigo que será destruido es la muerte», manifiesta su sorpresa, y entonces Hermione le aclara que eso no quiere decir derrotar la muerte tal como lo entienden los Death Eaters sino que «eso significa… vivir más allá de la muerte, vivir después de la muerte».

Más tarde, a Harry le queda claro que se ha de aceptar la muerte y que «hay cosas que son mucho, mucho peores en el mundo que morir». Más adelante recibe otro consejo en esa dirección: «no tengas compasión de los muertos, Harry, ten compasión de los vivos y, sobre todo, de los que viven sin amor».

En otro momento anterior, cae en la cuenta de que el dolor también es otra cara del amor pues, cuando está sufriendo por la muerte de quien le acaba de salvar la vida, se da cuenta de que, en esos momentos, se desvanece la conexión mental con Voldemort que tanto le atormenta: «Parecía que la pena hacía desaparecer a Voldemort… aunque Dumbledore, naturalmente, habría dicho que era el amor».

También cabría resaltar el comentario con el que Harry, aunque respire por la herida, afirma de modo contundente que «los padres nunca deberían dejar a sus hijos, a menos que se vean obligados a hacerlo», un hilo conductor de toda la serie que se remata con el dickensiano capítulo último, diecinueve años después.

Otra obra: Harry Potter y el Legado maldito [20], obra teatral firmada por la autora, John Tiffany y Jack Thorne.