Ilustrador australiano. 1974-. Nació en Freemantle y creció en Perth. Licenciado en Literatura y Bellas Artes. Ilustrador de ciencia-ficción desde muy joven y más tarde director de arte de una revista de ciencia-ficción. Ha ilustrado libros de ciencia-ficción y de relatos de horror, y es autor de varios álbumes ilustrados propios.
La cosa perdidaCádiz: Bárbara Fiore, 2005; 32 pp.; trad. de Carles Andreu Saburit y Albert Vitó Godina; ISBN: 84-933980-5-5. Nueva edición en 2018; ISBN: 978-8493481193. [
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En una caótica ciudad futurista, el narrador encuentra una cosa perdida e intenta entregarla en el departamento de objetos perdidas.
El árbol rojoCádiz: Bárbara Fiore, 2005; 32 pp.; trad. de Carles Andreu Saburit y Albert Vitó Godina; ISBN: 84-933980-4-7. [
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La niña narradora explica que hay días en que todo empieza mal y va de mal en peor, crecen los problemas, no sabes qué hacer… y parece que el día va a terminar igual que comenzó pero…
EmigrantesCádiz: Barbara Fiore, 2007; 132 pp.; ISBN: 978-84-934811-6-2. [
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Novela gráfica sin texto dividida en seis partes. En la primera se cuenta la partida del padre de familia, dejando atrás a su mujer y a su hija. En la segunda, su viaje en barco hasta el destino. En la tercera, la búsqueda de trabajo y el contacto con personas que, a su vez, le cuentan a él más historias de emigrantes. En la cuarta, el trabajo en la cadena de una fábrica y nuevas historias. La quinta contiene la carta a su familia para que se reúnan con él, el paso del tiempo a la espera de que lleguen, el reencuentro. En la sexta, la familia ya está instalada en el nuevo país y el relato termina con la niña que ayuda en la calle a una mujer emigrante recién llegada.
El acercamiento al mundo de los álbumes del autor es distinto a lo habitual, tanto gráficamente como en contenidos: en ambas cosas se nota su procedencia de la ciencia-ficción. En los dos primeros que se mencionan, sus poderosas ilustraciones, bien compuestas con collages y técnica mixta, son abigarradas e intensas, tienen claras influencias surrealistas y presentan un mundo amenazador y opresivo. También en los dos el autor consigue su intención de presentar una visión inusual de la vida cotidiana, de avivar en sus lectores «la conciencia de que estamos vivos en un planeta muy extraño».
La cosa perdida es su primer álbum propio, y en él confiesa influencias de pintores como El Bosco y Hopper, y de ilustradores como Raymond BRIGGS y Edward GOREY.
El árbol rojo es también especial pero tal vez será menos popular debido a su tema y sus características, que harán que guste mucho a unos y poco a muchos. Es magnífica la ilustración introductoria: atractiva e inquietante a la vez, mete dentro del lector el interés por acompañar a la protagonista en su recorrido. Tanto el tono de las escasas líneas de texto, como el mismo hecho de que vaya en tipos de letra de máquina de escribir clásica, contribuye a que aumente la tensión entre texto e ilustraciones, y transmiten la impresión como de mensaje de socorro.
Emigrantes merece una consideración aparte pues no es un álbum sino una poderosa y singular novela gráfica. El autor dedicó cuatro años a recoger recuerdos y documentación, de su propia familia y de gente que pasó por circunstancias parecidas, y a confeccionar las ilustraciones de la historia. Estas aparecen en dibujos como de carboncillo pero fueron realizados después de un largo proceso de documentación, montaje y tratamiento por ordenador, a partir de antiguas fotografías de gente, otras de paisajes urbanos como el del puerto de Nueva York a comienzos del siglo XX, otras de escenas montadas y fotografiadas expresamente.
La historia se puede seguir con facilidad: la ausencia de texto, que sugiere las dificultades de comunicación propias de un recién llegado a un nuevo país, carga el relato en la continuidad de las imágenes —para las que se inspiró en El muñeco de nieve, de Raymond Briggs— y reclama del lector una observación y reflexión atentas. Se combinan ilustraciones grandes para los momentos claves, con otras páginas repletas de viñetas en las que se cuentan distintos momentos de la historia: el padre que confecciona una pajarita para su hija, la sucesión de las nubes para sugerir estados anímicos y el paso del tiempo cuando viaja en barco, los esfuerzos para comunicarse por escrito con otras personas, etc.
Como en La cosa perdida y El árbol rojo, también en este caso los escenarios son oprimentes y surrealistas: es un acierto ese modo de sugerir la extrañeza y el sentido de amenaza que invaden al protagonista. La historia, sin embargo, es positiva: hay cercanía familiar a pesar de la separación, hay un ansia patente de vivir arraigado en un lugar, hay calor en las relaciones humanas pues hay gente con deseos de ayudar, se muestran detalles que recogen la tendencia natural a buscar refugio en objetos y costumbres para combatir la soledad y la inseguridad. Es un detalle magnífico el recurso a una especie de animal de compañía extraño que acaba estando afectivamente muy próximo al protagonista, algo que al autor se le ocurrió, con motivo de sus viajes, al ver qué diferentes son las costumbres al respecto en unos y otros países.
El autor hace rendir al máximo los recursos del cómic y de los álbumes ilustrados y obtiene un libro de gran poder emocional. Aunque manifiesta que su intención al componerlo era provocar resonancias intuitivas en los lectores y que no le movió una intención documental, lo cierto es que ha logrado una obra que, si no recoge datos históricos, sí captura sentimientos humanos permanentes.
Otros libros: Cuentos de la periferia; Los conejos, álbum ilustrado con texto de John Marsden; El Rey Pájaro y otros esbozos; El visor, álbum con texto de Gary Crew; Las reglas del verano; Cigarra.
En Esbozos de una tierra sin nombre. El proceso de creación de Emigrantes da mucha información sobre su trabajo.
6 febrero, 2006