36 – Novelas «históricas» (1).

 

NOVELAS «HISTÓRICAS» (1)

Si usamos la expresión en sentido amplio, muchas novelas que podríamos llamar históricas —porque, a su modo, pretenden mostrar ambientes, acontecimientos y personajes del pasado— están entre las que ya seleccioné como grandes relatos de aventuras y acción del pasado. Así, en ese caso están novelas de Walter Scott —como Rob Roy, El talismán, Quintin Durward—, de Nikolai Gógol —como Tarás Bulba—, de Alexander Pushkin —como La hija del capitán—, de Alexandre Dumas —como Los tres mosqueteros y Veinte años después, o como El conde de Montecristo—, de Paul Féval —como El jorobado—, o, por supuesto, de Benito Pérez Galdós. —con su primera serie de los Episodios Nacionales—…

Indicaré, a continuación, otras novelas a las que se las puede calificar de «históricas», aunque solo sea porque la intención de sus autores fue hablar, con un cierto rigor, de la vida y los hechos en otras épocas. Lógicamente, la credibilidad de un relato que se sitúa en un marco histórico concreto es inseparable de una mínima solidez no sólo en la reconstrucción ambiental externa sino, también, en la presentación de los mundos interiores de los personajes. Esto quiere decir que cuantos más testimonios históricos haya del momento del que se trate, más posibilidades tenemos de contrastar las cosas: de ahí que, lo siento, pero no hay aquí ningún relato imaginativo de los que tienen lugar en la prehistoria, una época sobre la que no hay documentos que nos permitan construir narraciones más o menos consistentes.

Las ordenaré según la fecha en que su publicaron. Incluiré algunas decimonónicas (que aunque tengan claros defectos, el hecho de que sean tan duraderas también nos habla de que poseen grandes cualidades, momentos o personajes inolvidables), otras que no se pueden calificar exactamente de juveniles pero que a mí me han gustado y que tienen reseña en mi página, y muchas con héroes jóvenes en el centro de la trama. Pondré, al final, unas cuantas novelas norteamericanas o inglesas que no han sido publicadas en castellano y que tienen reseña en mi página. Incluiré algunas novelas largas y relatos cortos ya citados en las selecciones por edades. Dejo para otras posibles selecciones novelas que pueden formar grupos propios, como las que tratan sobre o están relacionadas con la segunda Guerra Mundial (con alguna excepción), o todas las aventuras marineras confeccionadas con interés histórico…

Al comienzo de las próximas selecciones haré más observaciones más acerca de este tipo de novelas.

1827. Los novios, Alessandro Manzoni. Novela de amor juvenil que es como un gran tapiz realista sobre las duras condiciones de vida de mucha gente sencilla, en la Lombardía del siglo XVII. Sus protagonistas, Renzo y Lucía, un tejedor y una campesina, logran que su amor triunfe después de numerosos incidentes. Manzoni hace un canto a la fortaleza del amor de sus héroes, sostenido en medio de las dificultades por la fe que garantiza la esperanza de los dos, por la bondad inalterable de Lucía y por la madurez humana que Renzo adquiere progresivamente. El transcurso de la historia, parece decir Manzoni, está en sus manos y no sólo en las de los poderosos. Son extraordinariamente intensas las páginas que narran la peste y sus efectos.

1834. Los últimos días de Pompeya, Edward Bulwer-Lytton. Relato ambientado en el momento de la erupción del Vesubio. El narrador presenta los amores de un ateniense y una chica napolitana Iona, e introduce numerosos personajes secundarios que dan una visión panorámica de los modos de vivir de aquellas gentes. Dentro de la corriente de novelas de culto al pasado que propició el Romanticismo, esta novela fue la que abrió camino a muchas sobre la época del nacimiento del cristianismo.

1841. Barnaby Rudge, Charles Dickens. Segunda de las novelas históricas del autor que aquí trató sobre unas algaradas callejeras anticatólicas, encabezadas por Lord George Gordon y conocidas como Gordon Riots, que tuvieron lugar en Londres el año 1780.

1847. Los chicos del Bosque Nuevo, Frederic Marryat. Primera novela histórica con chicos como protagonistas y dirigida expresamente a un público joven. Cuatro hermanos huérfanos deben ocultarse cuando estalla la guerra civil, en la Inglaterra de 1647, rehacer su vida y luchar por recuperar la casa y las tierras de su familia.

1852. La cabaña del tío Tom, Harriet Beecher Stowe. Además de ser el primer bestseller de la historia, fue una novela concebida por su autora y usada después por muchos como un arma arrojadiza contra el esclavismo en Norteamérica. Tiene garra narrativa, el interés de ver cómo pensaban y actuaban algunas gentes, un valor literario desigual y, al margen de las descalificaciones que hoy sufre por el racismo subyacente que revela su visión paternalista de los negros, probó la eficacia de algunos libros que desean ser un vibrante testimonio en defensa de los oprimidos.

1854. Fabiola, Cardenal Wiseman. Si Bulwer-Lytton hizo exactas descripciones físicas elaboradas en el mismo terreno donde se realizaban las excavaciones arqueológicas, Wiseman intentó la máxima concordancia con los datos históricos disponibles en su novela con la historia de algunos mártires cristianos de los primeros siglos.

1859. Historia de dos ciudades, Charles Dickens. Relato sobre la revolución francesa, más lineal que otros del autor. En 1775 el enviado de un banco inglés se trae, desde París, al doctor Manette, un hombre que ha estado en prisión casi veinte años. Cuando ya se ha recuperado y su hija se ha casado con un joven de origen francés, todos deben acabar volviendo a París en el momento en el que la revolución está en su punto más alto. Novela intensa con un héroe final inesperado.

1873. El amuleto, Conrad Ferdinand Meyer. El hugonote Hans Schadau narra los sucesos previos a la noche de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572, cuando sólo tenía veinte años, y cómo logró escapar de la muerte primero en un duelo y luego en la matanza, con ayuda del católico Wilhelm Boccard, que no tiene tanta suerte. Relato de carácter histórico que se aborda mostrando los hechos y sin entrar en los procesos psíquicos de sus personajes.

1880. Ben-Hur, Lewis Wallace. Novela con poco rigor histórico pero con aciertos narrativos y elementos típicos: amistad infantil que se vuelve rivalidad juvenil, joven protegido por un rico benefactor, caballo excepcional que resulta un compañero impagable para el héroe, extraordinario clímax en la carrera donde compiten los dos rivales.

1886. La flecha negra, Robert Louis Stevenson. Relato de aventuras en a Inglaterra medieval que también es una novela de crecimiento. El joven Richard Shelton acaba en el medio de los combates entre las facciones de York y de Lancaster, y debe impedir que su novia se case con otro. El esfuerzo del escritor escocés por conseguir un estilo pulido y terso, en el que las descripciones sean exactas y expresivas, se aprecia también en esta historia.

1888. Bajo el yugo, Ivan Vazov. A pesar de sus decimonónicos defectos, este gran fresco histórico sobre la insurrección búlgara contra los gobernantes turcos tiene la decimonónica virtud de seguir arrastrando de página en página hoy como ayer, pues su autor capta la intensidad del momento en el que «el espíritu revolucionario, ese ángel fogoso», enciende las ansias de libertad de todo un pueblo.

1894. Juana de Arco, Mark Twain. Obra que Twain prefería a otras suyas y que publicó con seudónimo para que nadie la considerara un relato humorístico como los que le hicieron popular. El autor se ciñó a los hechos conocidos y logró una novela perdurable. También intentó una fidedigna recreación ambiental, pero no los hechos, en El príncipe y el mendigo (1879), donde un joven Eduardo VI cambia de situación con un niño mendigo como él.

1895. Quo vadis?, Henryk Sienkiewicz. Novela que fue un gran éxito. El autor compuso un relato sobre la persecución de Nerón con unos protagonistas atractivos e intentaba, conforme a la sensibilidad de la época, buscar raíces nacionalistas en el pasado: la protagonista era de origen polaco. La gran obra de Sienkiewicz es, sin embargo, la trilogía A sangre y fuego (1884-1888), que presenta las guerras que tienen lugar en Polonia, Lituania y Ucrania, durante las décadas centrales del siglo XVII.

1895. El rojo emblema del valor, Stephen Crane. Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Cuidada y sugerente narración, que usa un modo de contar que armoniza fondo y forma con brillantez, y que ofrece una visión realista de los combates mientras nos hace asistir a los arranques de valor y a los actos de cobardía del protagonista. Es uno de los raros casos en los que un escritor trata con enorme agudeza sobre un tema del que no conocía nada de primera mano. Lo cierto es que nunca antes se había novelado así la guerra.

1902. El esclavo de Atila, Géza Gárdonyi. que adopta el punto de vista del respeto e incluso admiración hacia la «civilización» huna. Un joven y culto esclavo decide no regresar a Constantinopla y abandonar el mundo griego, pues prefiere quedarse como esclavo entre los hunos por amor a una chica «bárbara». Son inolvidables las intensas escenas de los combates en los Campos Cataláunicos. Como suele ocurrir en algunas novelas del género, la figura histórica que inspira el relato es un personaje omnipresente pero que casi nunca ocupa el primer plano.

1905. Jeromín, Luis de Coloma. Biografía novelada de Juan de Austria, una obra que, para los estándares de la época en la que se redactó, podría ser calificada de juvenil.

1908. El duelo, Joseph Conrad. Narración distinta de otras del autor. 1800, Estrasburgo, dos tenientes en dos regimientos de húsares de Napoleón: Feraud, un tipo colérico y primario, y D’Hubert, un hombre cortés que se verá arrastrado por la violencia de Feraud, además de por los usos sociales de su época y su ambiente. Feraud se siente ofendido por D’Hubert y lo reta; a ese primer duelo le seguirán otros, a lo largo de casi veinte años, en diferentes escenarios, pues por distintas razones ninguno termina con la muerte de uno de los dos y Feraud no acepta nunca una posible reconciliación. Para quienes les rodean, el motivo para el duelo se oscurece con el tiempo y se termina transformando en un misterio para todos y en una especie de leyenda.

1909. Zalacaín el aventurero, Pío Baroja. El narrador se ocupa primero de la infancia del protagonista y luego de sus andanzas: en especial, cómo, durante la guerra carlista, se hace contrabandista.

1912. Hadyi Murad, León Tolstoi. Guerra del Cáucaso, 1851. Debido a la desconfianza que siente hacia su propio jefe, el imam Shamil, su lugarteniente Hadyi Murad decide abandonar el campo checheno y pasarse al servicio de los rusos, pues piensa que sólo así podrá tener opciones de salvar a su familia. El relato refleja la vida en la montaña y el comportamiento de los soldados del frente; muestra la mezquindad y cortedad con que actúan los poderosos no importa de qué bando; enseña el conflicto interior de un protagonista que tampoco es inocente pero que decide jugar sus opciones a una sola carta.


4 agosto, 2017
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