RELATOS PARA LECTORES DE UNOS TRECE AÑOS
1868. Mujercitas, Louise May Alcott. No es el primer libro de vida familiar pero sí es el que se puede considerar que da origen al subgénero. La sencillez, la espontaneidad, el sentido común y el optimismo que se respira en toda la novela, tiene tanta capacidad de arrastre hoy como ayer. Es siempre interesante pensar que si una novela no alcanza la excelencia literaria y llega a ser inmortal es, quizá, porque toca teclas más profundas y menos circunstanciales.
1898. La guerra de los mundos, H. G. Wells. Novela con la que comenzaron las ficciones de vida extraterrestre. Unos marcianos aterrizan en Inglaterra y amenazan a la población obligando a la evacuación de Londres. Donde Verne mimaba los detalles, Wells era más «práctico», donde Verne hacía cálculos, Wells inventaba sustancias o máquinas que resolvían las dificultades.
1898. Moonfleet, John Meade Falkner. Inglaterra, siglo XVIII. John Trenchard, un joven huérfano, cuenta su adopción por Elzevir Block, un posadero que acaba de perder a su hijo; su vinculación a los contrabandistas de Moonflet; su búsqueda del diamante de Barbanegra; su amor por Grace Maskew… Moonflet posee un acento y un estilo que nada tienen que envidiar a los de aventuras semejantes. El narrador, John Trenchard, como un nuevo Jim Hawkins, rememora los incidentes que condujeron su vida por derroteros inesperados y que le hicieron madurar en medio de una notable galería de personajes.
1915. Papá piernas largas, Jean Webster. Novela epistolar. Judy Abbott escribe a un desconocido benefactor desde el colegio donde estudia. Relato de formación, de cambio personal, y de enamoramiento. La narradora es muy desenvuelta y, a veces, cómica.
1943. La comedia humana, William Saroyan. Ithaca, California, segunda Guerra Mundial, cuando muchos jóvenes están movilizados. Uno pertenece a la familia Macauley, compuesta por la madre, la hija Bess, el pequeño Ulises, y Homero, de catorce años, que trabaja repartiendo telegramas. Los personajes son alegres, sabios, simpáticos y cercanos: sobre todo, el pequeño Ulises y el desenvuelto Homero son inolvidables. Son muchos los episodios fascinantes, como la trampa en la que cae Ulises o una carrera de Homero. Como es habitual en el autor, parte de los personajes son emigrantes de origen armenio o sus descendientes.
1945–1970. LA FAMILIA MUMIN, Tove Jansson. Nueve libros. Los Mumin son unos trols, minúsculos seres vergonzosos, de pelaje suave, curiosos, alocados y juguetones, que viven en un valle de Finlandia. Sus historias que hablan de amabilidad, de optimismo, de comprensión, de que una madre siempre atenta y un ambiente familiar afectuoso son el refugio seguro frente a las amenazas. Están ambientadas en el clima y las tradiciones nórdicas, como se comprueba en las descripciones de islas y tormentas, en los contrastes de luz y oscuridad entre los veranos y los inviernos, en la multitud de seres extravagantes que proceden del folclore y de la influencia de otros autores nórdicos. Eso sí, el mundo de los Mumin lo disfrutarán los lectores con más inclinaciones poéticas y no los dados a las historias de acción.
1953. Farenheit 451, Ray Bradbury. Futura sociedad totalitaria, Estados Unidos, una época en la que los libros están prohibidos y en la que los bomberos provocan los incendios en lugar de apagarlos. Guy Montag es uno de ellos, hasta que conoce a una chica y a un viejo que le hacen reflexionar. Si el lenguaje de Bradbury tiene habitualmente intensidad poética y sus personajes están dotados de profundidad psicológica, en el caso de Montag resulta también convincente la descripción de su evolución moral. El fondo pesimista se ve compensado por el apasionamiento con que Bradbury defiende la libertad: el futuro puede ser distinto.
1960. Matar un ruiseñor, Harper Lee. Relato con sentido del humor, penetración en el mundo interior de los niños, agudeza en la observación de la realidad y en la crítica social, y apreciaciones valiosas acerca de cómo debe ser una educación liberal. Jean Louise Scout, la hija de Atticus Finch, un abogado viudo, cuenta lo que sucedió entre 1935 a 1937: en Maycomb, Alabama, Atticus defiende a Tom Robinson, un negro acusado de un delito que no ha cometido. Scout y su hermano Jem, de ocho y doce años, presencian y juzgan tanto la actuación de su padre como las reacciones de sus vecinos y amigos.
1964–1968. CRÓNICAS DE PRYDAIN, Lloyd Alexander. Cinco libros. El protagonista principal es Taran, un chico joven que, al principio, es un porquerizo. En El Libro de los Tres hace amigos que le acompañarán en sus aventuras posteriores. En El Caldero mágico ha de combatir contra enemigos que pretenden dominar la tierra de Prydain. En El Castillo de Llyr la principal protagonista es la princesa Eilonwy, que choca con una malvada hechicera. En Taran el vagabundo se cuentan los viajes de Taran para demostrar su origen noble y así poder casarse con Eilonwy. En El Gran Rey Taran termina de descubrir cosas sobre sí mismo y se resuelven los enigmas planteados en los primeros libros. Saga de literatura fantástica inspirada en relatos mitológicos germánicos y célticos. Es un mundo imaginario, con reminiscencias mágicas y ambiente paramedieval. En un clima optimista, con rasgos de humor y un estilo poético, el narrador exalta el valor, la alegría en las dificultades, la lealtad en la amistad.
1967. Mi planta de naranja-lima, José Mauro de Vasconcelos. Zezé, seis años, trabaja de limpiabotas, de cantor con don Ariovaldo, y, en sus travesuras por las calles de Río de Janeiro, se gana broncas, palizas y amistades. Precozmente, le llega el descubrimiento del dolor. El narrador utiliza un lenguaje popular y muestra las cosas a través de los ojos de Zezé, un testigo que cuenta lo que ve, lo que no entiende, lo que sufre. Y, aunque podemos sospechar que hace algo de trampa emocional, pues ciertamente acentúa unas cosas y omite otras, consigue llegar al corazón del lector con una intensidad demoledora.
1967. El otro árbol de Guernica, Luis de Castresana. Durante la guerra civil española, un grupo de chicos vascos es enviado a Francia primero y Bélgica después, a la espera de que la guerra termine. El narrador expone bien el dolor de la separación y la nostalgia de su familia, el miedo ante las noticias que le llegan y las dificultades de adaptación a otros ambientes. El tono ponderado y sin rencor con que se narran los hechos da más vigor aún al rechazo de la guerra, y hace más perdurable la novela.
1968. La estepa infinita, Esther Hautzig. Muchos años después, la escritora, de origen polaco-judío, recuerda su estancia de cinco años en Siberia durante la segunda Guerra Mundial, cuando era una niña. La irrupción de los soldados en su vivienda, el espantoso viaje con sus padres y su abuela, los trabajos que todos tuvieron que desempeñar, las viviendas que ocuparon, las escuelas a las que asistió, etc. Relato bien escrito, con viveza y buen humor, con acentos positivos que renacen una y otra vez en medio de la dureza de las situaciones que han de vivir tanto Esther y su familia como mucha otra gente.
1969. El cayo, Theodore Taylor. En 1942, Phillip, doce años, embarca con su madre para ir de Curaçao a Miami. Pero, al poco de salir, un submarino alemán torpedea el barco y, al intentar llegar al bote de salvamento, Phillip siente un golpe fuerte y pierde el conocimiento. Cuando se rehace descubre que está ciego y en un bote junto con un viejo negro antillano, Timothy. Este es amable con él pero Phillip no le tiene simpatía ninguna. Finalmente llegan a un cayo, una pequeña isla deshabitada. Buena narración, uno de cuyos intereses es ver cómo evoluciona la relación entre chico y viejo.
1970. Trueno, William Howard Armstrong. Sur de los EE.UU., después de la Guerra de Secesión. Cuando, acuciado por el hambre, el padre de una familia de aparceros negros roba comida, es detenido. El perro, Trueno, intenta defenderle, pero es herido y huye al bosque. El hijo —el niño, en toda la primera parte de la novela; el muchacho, en la segunda—, ha de aprender a vivir sin su padre y sin su perro, esperando siempre su regreso. Narración conmovedora, positiva y esperanzada, pero realista y dura. El estilo cortado, con frases que van encajando unas en otras como las piezas de un puzle, se dibuja bien el mundo interior del protagonista.
1982. Peña Grande, Miguel Martín Fernández de Velasco. Relación entre Vitines, un campesino y montañero solitario, y el oso Grandullón. Uno de los relatos sobre animales más veraces, consistentes y divertidos que se han escrito nunca, un libro adictivo, de los que siempre apetece releer, con un calor humano extraordinario y con anécdotas que arrancan la carcajada.
1993. El Dador, Lois Lowry. Mundo futuro en el que la vida social está completamente regulada. En la Ceremonia anual se celebra el paso de todos los niños a un nivel superior. Un Comité de Ancianos asigna, de acuerdo con las capacidades y gustos, la misión más apropiada para cada uno. Jonás, doce años, recibe, sin embargo, una misión no común e inicia un aprendizaje distinto: en la Comunidad no hay dolor excepto para quien desempeña el oficio de Receptor de Memoria. Inteligente relato en el que, a través de los ojos de Jonás, el lector acaba viendo el horror que significa matar a un inocente, no importa qué tamaño tenga.