Quinta novela de los Episodios Nacionales.
En ella se detalla el cerco de los ejércitos napoleónicos a Madrid, y luego su entrada en la capital. «La población, antes indecisa, cobraba ánimos al verse invadida, y un furor parecido al del 2 de Mayo inflamaba el pecho de sus habitantes. Escenas parciales de encarnizada y cruel lucha se repetían a cada rato en las casas invadidas; batíanse con ferocidad a arma blanca los que no la tenían de fuego, y el Emperador pudo ver muy de cerca aquella enajenación popular, y aquel divino estro de la guerra, que varias veces mostró no comprender en paisanos y menos en mujeres». Todo termina cuando, al fin, José Bonaparte es proclamado rey. Por otro lado, Gabriel está en medio de un maremágnum de personajes, intentando no perder contacto con Inés y siguiendo, sobre todo, las andanzas del insensato don Diego Rumblar, que no hace más que pedirle dinero para las deudas que adquiere: «D. Diego me hizo una pintura horrenda de la plenitud de sus apuros y vaciedad de sus bolsillos; dijo después que se iba a suicidar, y luego me llamó insigne varón, ilustre amigo y el más caballeroso y caritativo de los hombres, siendo de notar que todos estos rodeos, elipsis, metonimias e hipérboles terminaron con pedirme dos reales».
Galdós escribió esta novela en un mes, cosa que se nota en que se deja llevar por su ímpetu dialéctico y en que hace desfilar por su obra muchos personajes de las clases populares, podríamos decir que innecesarios para el desarrollo de sus hilos argumentales. Dedica espacio a las andanzas de un tal señor de Mañara, «persona de alta posición por aquellos días, (…) a punto de ser nombrado regidor de Madrid». Cuando el narrador cuenta un episodio en el que los españoles fueron engañados se pregunta si fue Mañara el autor de la traición y dice: «Histórica, no hija de nuestra invención, es la persona de Mañara; histórica es también su vida licenciosa, sus hábitos manolescos, sus aventuras y trato con la gente de los barrios bajos; histórica es también la Zaina, y tan históricos como la jura en Santa Gadea y el compromiso de Caspe, son sus amores con el regidor, su abandono, sus celos, su despecho, su ira, su sed de venganza (…). Para saber todo esto basta leer media página de la historia mejor y más conocida que sobre aquellos tiempos se ha escrito. Pero ni en este eminente libro, ni en otro alguno, ni en boca de ningún viejo oiréis razones para contestar categóricamente a la pregunta que antes hice» de si Mañara fue o no el responsable de la traición.
Se suceden las escaramuzas y combates callejeros, siempre con malos resultados para los patriotas. «En resumen: mucha, muchísima gente de última hora; pocas y malas armas; ningún concierto, falta de quien supiese mandar aunque fuese un hato de pavos; mucho mover de lenguas y de piernas; un continuo ir y venir, con la añadidura inseparable de gritos, amenazas y recelos mutuos, y la contera de los gallardetes, escarapelas, banderolas, signos, letreros y emblemas, que tanto emboban al pueblo de Madrid». En otro momento, el narrador se lamentará de que «el pueblo español, que con presteza se inflama, con igual presteza se apaga, y si en una hora es fuego asolador que sube al cielo, en otra es ceniza que el viento arrastra y desparrama por la tierra. Ya desde antes del sitio se preveía un mal resultado por la falta de precaución, la escasez de recursos y la excesiva confianza en las propias fuerzas, hija de recuerdos gloriosos a todas horas evocados, y que suelen ser altamente perjudiciales, porque todo lo que aumenta la petulancia, lo hace quitándoselo al verdadero valor».
También en estas situaciones proliferan los personajes de todo tipo, unos miserables, o simplemente aprovechados, como «el insigne Pujitos, flor y espejo de los entremetidos», y otros dignos sucesores de don Quijote, como el veterano Gran Capitán, cuyos parlamentos asombran y encienden a Gabriel: «Eche Vd. a los moros, descubra y conquiste Vd. toda la América, invente usted las más sabias leyes, extienda Vd. su imperio por todo lo descubierto de la tierra, levante Vd. los primeros templos y monasterios del mundo, someta Vd. pueblos, conquiste ciudades, reparta coronas, humille países, venza naciones, para luego caer a los pies de un miserable Emperadorcillo salido de la nada, tramposo y embustero. Madrid no es Madrid si se rinde. Y no me vengan acá con que es imposible defenderse. Si no es posible defenderse, deber de los madrileños es dejarse morir todos en estas fuertes tapias, y quemar la ciudad entera, como hicieron los numantinos. ¡Ay! todos mis compañeros se han portado cobardemente. España está deshonrada, Madrid está deshonrado. No hay aquí quien sepa morir, y todos prefieren la mísera vida al honor».
Es Inés, con todo, quien sostiene la esperanza de Gabriel con palabras que, aunque se refieren al amor que se tienen, también se aplican a la difícil situación social y política que les rodea: «Tengamos confianza en Dios y esperemos. Lo que parece más difícil, se hace de pronto fácil. Yo sé, sin que nadie me lo haya enseñado, que cuando las cosas deben pasar, pasan, y que la voluntad de los pequeños suele a veces triunfar de la de los grandes». El narrador lo acepta: «al decir estas palabras que indicaban junto con un firme amor, un profundo sentido, Inés me mostraba la superioridad de su alma, bastante fuerte para poner las leyes inmortales del corazón sobre todas las conveniencias, preocupaciones y artificiosas leyes de la sociedad».
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