Una crítica de arte sana

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Una crítica de arte sana

En su continua defensa del modo limpio de ver las cosas propio de los niños, decía Chesterton que «las frases comunes usadas con respecto a las fantasías infantiles frecuentemente me han dado la impresión de no dar en el blanco, y de ser, de manera sutil, completamente desorientadoras. Por ejemplo, existe la frase popular «hacer creer». Parece implicar que a la mente se le hace creer algo, o que al principio sucede algo y después se le obliga a creerlo, o a creer algo respecto de eso. No me parece que exista la menor sombra de falsedad en la claridad cristalina y la rectitud de la visión infantil de un palacio de hadas, o de un policía del país de las hadas. En un sentido, el niño cree mucho más que eso y, en otro sentido, mucho menos. No creo que el niño se deje engañar; o que por un momento se engañe a sí mismo. Creo que de inmediato establece su derecho directo y divino a disfrutar de la belleza; que se introduce en su propio y legítimo reino de la imaginación, sin retóricas ni preguntas, como surgen después de las falsas moralidades y filosofías, tocando la naturaleza de la mentira y de la verdad. En otras palabras, creo que el niño lleva en la cabeza una definición correcta y completa de la función del arte y de su plena naturaleza; con el agregado de que es completamente incapaz de decir, siquiera a sí mismo, una sola palabra sobre el asunto. Ojalá que muchos otros profesores y estetas tuvieran la misma limitación. De todos modos, el niño no se dice: «Ésta es una calle verdadera, por la cual mamá podrá ir de compras”. No se dice: «Ésta es una copia exacta y realista de una calle verdadera, para que la admiren por su corrección técnica.» Tampoco dice: «Ésta es una calle irreal, y yo estoy engañando y atontando mi poderosa mente con algo que es pura ilusión». Ni dice: «Esto es una mentira y la niñera dice que no se deben decir mentiras”. Si dice algo, dice sólo lo que dijeron aquellos que vieron el resplandor blanco de la Transfiguración: «Bueno es estarnos aquí”.

Éste es el comienzo de toda crítica de arte sana: admiración combinada con la serenidad total de la conciencia en la aceptación de tales maravillas. La pureza del niño consiste, en gran parte, en la completa ausencia de moral, en el sentido de moral puritana, y de todas las morales modernas y confusas que han surgido de ella, científicas, groseras y equívocas, especialmente en lo que se refiere a los distintos sentidos de palabras como «realidad», «fábula» y «mentira». El problema se parece mucho al verdadero problema de las imágenes. Un niño sabe que una muñeca no es una criatura, tan claramente como un creyente sabe que la estatua de un ángel no es un ángel. Pero ambos saben que, en los dos casos, la imagen tiene el poder de abrir y concentrar la imaginación». («La pantomima», El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad)

 

29 enero, 2011
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