Del amor a las preguntas

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Del amor a las preguntas

«El plantear preguntas es ya el deporte aristocrático de moda que nos ha llevado a la mayoría a la bancarrota. El signo de los tiempos es un signo de interrogación. Y la conclusión final es muy sencilla: ningún filósofo escéptico es capaz de plantear ninguna pregunta que no pueda preguntarse también un niño fatigado una calurosa tarde de verano. “¿Soy un niño? ¿Por qué soy un niño? ¿Por qué no soy una silla?” Un niño puede hacer esta clase de preguntas durante dos horas. Y los filósofos de la Europa protestante llevan planteándoselas doscientos años».

Bien, cuando leí esto a Chesterton en «Shaw, el filósofo», artículo contenido en Correr tras el propio sombrero, recordé ¿Hay alguien ahí? (Hallo? Er det noen her?, 1996), de Jostein Gaarder, pues en su momento anoté una escena en la que Joakim, el sorprendido narrador, se dirige al gracioso extraterrestre Mika:

«—¿Por qué haces reverencias? —pregunté.

Mika se inclinó otra vez. Me sentía tan confuso que volví a preguntarle:

—¿Por qué haces reverencias?»

Y Mika responde:

«—Donde yo vivo, siempre hacemos reverencias cuando alguien hace una pregunta divertida —explicó—. Y cuanto más profunda es la pregunta, más profunda es la reverencia. (…) Ante una respuesta nunca hay que hacer reverencias, por muy ingeniosa y correcta que sea. (…) El que hace reverencias se inclina (…). Nunca debes inclinarte ante una respuesta. (…) Una respuesta es siempre el trozo de camino que ya has andado. Sólo las preguntas pueden conducir hacia delante».

Siempre y cuando sepamos a dónde queremos ir, ¿no?

G. K. Chesterton. «Shaw el filósofo», Correr tras el propio sombrero (On Lying in Bed and Other Essays). Barcelona: El Acantilado, 2005; 628 pp.; selección y prólogo de Alberto Manguel; trad. de Miguel Temprano García; ISBN: 84-96489-27-2. El texto original está en la biografía sobre Bernard Shaw.

 

23 abril, 2006
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