Decía Chesterton que las dos grandes fuerzas que componen la poesía de la vida siempre han sido el amor a la mujer y el amor a la tierra pero que ambas se han corrompido en nuestros tiempos. Señala que, en este aspecto, «el hedor del paganismo decadente no era tan malo como el hedor de la cristiandad decadente»: un caso más del viejo adagio de que la corrupción de lo mejor es lo peor. Lo explica señalando que, en el paganismo antiguo, había un pecado que estaba «del lado de la Naturaleza», «del lado de la vida»; pero que «ha sido dejado a los últimos cristianos, o mejor, a los primeros cristianos dedicados a blasfemar y negar el cristianismo, el inventar una nueva clase de adoración del sexo, que no es siquiera una adoración de la vida. Ha sido dejado a los últimos modernistas proclamar una religión erótica que a la vez exalta la lujuria y prohíbe la fertilidad».
En paralelo, «la noción de limitar el sentido de la propiedad meramente al goce del dinero, es exactamente lo mismo que limitar el amor al mero goce del sexo. En los dos casos un placer secundario, aislado, servil y hasta secreto sustituye a la participación en un gran proceso creativo, y aún más que eso: en la eterna creación del mundo». Sin duda, el poder actual promueve el sexo como mero placer para que nunca pueda convertirse en poder. Pero, sin duda también, «el mundo ha olvidado simultáneamente que trabajar una granja es algo más grande que lograr un beneficio, o un producto, en el sentido de complacerse en el gusto del azúcar de remolacha, y que fundar una familia es algo mucho más grande que el sexo en el sentido limitado de la literatura corriente». («Sexo y propiedad», El Pozo y los charcos)