Chesterton era muy consciente de las limitaciones y de las cualidades del trabajo periodístico. Ya indiqué su famosa idea de cómo los periódicos difunden noticias falsas y la verdad siempre tiene que viajar «media hora detrás de la calumnia, y nadie puede estar cierto de cuándo y dónde la alcanzará» (El escándalo del Padre Brown). Sabía bien, y dijo muchas veces, que «los periódicos nunca están al día. Quienes escriben artículos de opinión siempre están retrasados, porque van con prisa. Se ven obligados a apoyarse en sus anticuados puntos de vista y no tienen tiempo de concebir unos nuevos. Todo lo que se hace apresuradamente está condenado a ser anticuado» (George Bernard Shaw).
Sin embargo, también defendió ardientemente la importancia del trabajo inmediato propio del periodista, e incluso sostenía que el estilo rápido está «del lado de la moralidad». En «A Plea for Hasty Journalism» (The Apostle and the Ducks), un sensacional artículo que resumo, dice que lo primero para que el periodismo sea y se vea como un trabajo honesto es confesar que es periodismo y nada más. Es decir, que es un trabajo realizado con prisa y por hombres de inteligencia media, que no puede ser preciso pero sí puede ser honesto, y que si es honesto reconocerá que no puede ser preciso; y que aunque no pueda decir la verdad completa sobre las finanzas canadienses, sí puede y debe decir la verdad completa sobre la mente y las convicciones de quien escribe sobre esa cuestión. Por eso, el periódico debe ser el mejor relato posible de las impresiones diarias que puede hacer un hombre inteligente, de un lado o de otro. Si es otra cosa distinta es, o tiende a ser, un fraude: la leche honrada es leche sin nada más; el vino honrado es vino sin nada más; el periodismo honrado es periodismo que es periodístico y nada más. Un periodista es alguien que, diaria y constantemente, recibe noticias e intenta transmitirlas con fidelidad, y por eso su pecado más grave no es tanto que su artículo relate mal la historia, también porque nadie puede estar completamente seguro de que cuenta bien y de modo completo la historia, sino que su artículo represente mal su propia alma. Por eso, apuntaba Chesterton, sería de agradecer que, al principio o al final de cada artículo, hubiese una nota explicando la situación y condiciones en las que fue escrito.
La cuestión es que la gente sabe bien que el periodismo es un arte tan convencional como cualquier otro, que ha de seleccionar y acentuar, y que su némesis es la misma que la de las demás artes: el de que si pierde interés por la verdad lo pierde todo. «El pintor moderno que pinta demasiado inteligentemente, pinta una vaca que podía ser igualmente el terremoto de San Francisco. Y el periodista que informa de un discurso demasiado inteligentemente, hace que al final no signifique nada en absoluto» («On the Cryptic and the Elliptic», All Things considered).