A propósito de la blogocampaña contra la pornografía infantil, una buenísima idea, el año pasado puse dos notas que titulé Infanticidios y Una sociedad sin honor.
Siguiendo el argumento de que comportamientos tan deplorables no pueden sino proliferar más de la cuenta en unas sociedades donde algunas leyes no sólo permiten sino que incluso promueven cosas mucho peores, recurro de nuevo a Chesterton para señalar que algunos sacrificios humanos de viejas culturas, y algunas ejecuciones públicas de antiguos regímenes despóticos, trataban a los hombres con mucha más decencia y dignidad que prácticas de nuestro tiempo como el aborto, la eutanasia o la experimentación con seres humanos.
Basta pensar que, al menos, los sacrificios humanos eran humanos pues quienes los practicaban elegían a las víctimas por su valía y, aunque las trataran con crueldad, en muchos casos no lo hacían con desprecio. Y, en cuanto a las ejecuciones públicas del pasado, podemos decir en su favor que eran una especie de justicia salvaje que ni ocultaba la crueldad del acto, ni escondía a los verdugos, ni privaba de la luz de los focos al condenado.
En cambio, los destructores de hoy no consideran ni sagrada ni valiosa la vida humana, no sacrifican a los mejores sino a quienes consideran menos aptos, y no es que desprecien a sus víctimas sino que las ignoran totalmente. Además, intentan cubrir de respetabilidad sus actuaciones llamándose virtuosos a sí mismos, presentándose como los abanderados del progreso, y haciendo todo lo posible para que no se sepa qué hacen con aquellos a quienes eliminan.
Hemos recorrido un largo camino desde los sacrificios humanos que se fundaban en el principio de que lo sacrificado ha de ser lo mejor, según la idea de que se ha de dar algo no porque sea malo sino precisamente porque es bueno, hasta el momento actual en el que, simplemente, las víctimas son escogidas por ser pequeñas o molestas, o porque no tienen voz ni voto para protestar. Es, sin duda, un progreso: el de que como las máquinas son mejores las barbaridades son mayores.
En todos los casos, sin embargo, algo es común: los ritos antiguos más crueles no los practicaron los pueblos más primitivos sino los supuestamente más avanzados como Cartago, el Terror revolucionario tuvo lugar en la ilustrada Francia, el nazismo floreció en la culta Alemania, las prácticas eugenésicas y las legislaciones que las protegen nacieron y crecieron en los países más desarrollados. Para el que quiera verlo está más que claro: no podemos confiar en que sean la Educación, o la Cultura, o la Ciencia (o al menos lo que hoy entienden muchos como tales), quienes protejan a la humanidad.
Prácticamente todas las ideas están en «About Sacrifice», artículo de As I was saying que vale la pena leer completo.