Chesterton hizo verdaderos equilibrios en su biografía sobre su amigo George Bernard Shaw (1856-1950) para explicar su pensamiento y decir lo que pensaba sobre él y, al mismo tiempo, para salvar su figura intelectual y humana. En ella puso en práctica la teoría de la sátira que había expuesto en Twelve Types con ocasión de un comentario sobre Alexander Pope, a quien califica de gran poeta con un gran don para la sátira política y social, un arte perdido como la alfarería o el fabricar vidrieras porque, dice Chesterton, «para escribir gran sátira, para atacar a un hombre de modo que él sienta el ataque y reconozca su justicia, es necesario tener la magnanimidad intelectual que aprecia tanto los méritos como los defectos del oponente». Eso sí, ya desde el principio dejó claras las limitaciones de su intento: «Es conveniente que haya un continente secreto en el carácter del hombre de quien se escribe. Se conservan así dos cosas muy importantes: la modestia en el biógrafo y el misterio impenetrable en la biografía».
Como siempre, Chesterton perfila el talante de su biografiado con excelentes comparaciones. Así, dice de Shaw y Swift que ambos combinan «la extravagante fantasía con una curiosa especie de frialdad»; ambos se parecen en «una benévola fanfarronería, una piedad con toques de desdén y un hábito de derribar a los hombres por su propio bien». Explica que hay «dos tipos de grandes humoristas: aquellos a los que les gusta ver a un hombre en ridículo y los que odian esta postura. Rabelais y Dickens son de los primeros, Swift y Shaw, de los segundos».
Hace notar que aspirar al realismo puro, como Shaw, es un gran error pues el sentimentalismo es lo más práctico del mundo: «un enamorado racional no se casaría nunca. Un ejército racional saldría corriendo». Eso impide a Shaw hacerse cargo de las contradicciones de la vida y, por tanto, comprender al ser humano tal como es. Así, dice que Shaw es un hombre que «no se acerca a (los cuentos de hadas) como un niño de cuatro años sino en plan de “folclore” como un hombre de cuarenta», que es «vegetariano porque le desagradan los animales muertos más que porque le gusten los animales vivos». Y, a propósito de una famosa réplica de Shaw —«si no celebro mi cumpleaños no sé por qué he de celebrar el de Shakespeare»— Chesterton apostilla que tal vez «si Shaw hubiese festejado siempre el día de su nacimiento podría comprender mejor el de Shakespeare y la poesía de Shakespeare».
Luego, no sin retranca, señala que los ataques de Shaw a Shakespeare son un gran beneficio pues así se puede acabar con la idolatría, con la autocomplacencia de pensar que Inglaterra tiene un poeta por encima de la crítica, una situación realmente dañina tanto para la literatura como para la moral. Es cierto, dice, que Shaw observó los defectos de Shakespeare principalmente a través de sus propios defectos. Pero, en cualquier caso, «hacía falta alguien tan prosaico como él para que resistiese al peligroso encanto de aquella poesía; acaso no sea un error tan grande enviar a un sordo a destruir la roca de las sirenas».
Uno de los contenidos más interesantes de esta obra de Chesterton es su definición y descripción extensa de la paradoja: «algo cuya antinomia o evidente incongruencia está suficientemente clara en las palabras utilizadas y, más generalmente, significa una idea expresada en forma verbalmente contradictoria. Así, por ejemplo, la admirable frase: “El que pierda su vida, la ganará”, es un ejemplo de lo que los modernos entienden por paradoja». Y, para explicar que Shaw no comprende la paradoja en absoluto, pone algunos ejemplos memorables. En concreto, señala que Shaw no comprende «la inevitable paradoja de la niñez. Aun cuando este niño es mucho mejor que yo, debo enseñarle. A pesar de que este ser tiene pasiones mucho más puras que yo, debo dominarle. Aunque Tomasito tiene mucha razón en correr hacia un precipicio, hay que castigarle en un rincón por haberlo hecho. Esta contradicción es la única condición posible para el que tenga que habérselas con niños; todo el que hable de un niño sin darse cuenta de esta paradoja, se encuentra en las mismas condiciones del que habla de un tritón; es decir, que ni siquiera ha visto al animal».
Y, ya lanzado, Chesterton explica cómo la ceguera de Shaw ante la paradoja enturbia su visión de todas las cosas: «No puede comprender el matrimonio porque no es capaz de comprender la paradoja del matrimonio, que la mujer es lo más importante del hogar precisamente por no ser su cabeza. No puede entender el patriotismo, porque no entiende la paradoja del patriotismo, que se es tanto más humano sencillamente por no amar a la humanidad. No comprende el cristianismo, porque no comprende la paradoja del cristianismo: que únicamente somos capaces de comprender realmente todos los mitos cuando sabemos que uno de ellos es cierto».
G. K. Chesterton. George Bernard Shaw (1909). En Obras completas, volumen IV. Barcelona: Plaza & Janés, 1962; de la p. 837 a la 989 de 1261 pp.; trad. de José Méndez Herrera. Nueva edición en Sevilla: Renacimiento, 2010; 192 pp.; col. Biblioteca de la memoria; trad. de José Méndez Herrera; ISBN 13: 978-84-8472-528-2. [Vista del libro en amazon.es]