Las paradojas de Mr. Pond, un libro póstumo de Chesterton, es tan ingenioso que merece ser conocido incluso en la espantosa versión castellana de la editorial Valdemar.
En los ocho casos que contiene aparecen Mr. Pond, un veterano funcionario gubernamental que ha vivido muchos asuntos delicados, y sus amigos Sir Hubert Wotton, un conocido burócrata, y el capitán Gahagan, un hombre más joven que es un fantasioso narrador. Hay dos casos que cuenta Pond y tres en los que él mismo interviene, de los cuales en uno también actúa Wotton, y luego hay tres protagonizados por Gahagan; pero es siempre Pond quien los resuelve o quien adivina cuál fue su resolución. Frente a otros libros de Chesterton se ha de señalar que, aunque no faltan digresiones de tipo moral, el interés de conjunto y de cada relato se centra sobre todo en el planteamiento aparentemente contradictorio con el que arranca cada historia.
En Los tres jinetes del Apocalipsis Pond cuenta un sucedido durante una guerra en Europa Oriental en el que «todo fracasó porque la disciplina era excelente». Cuando, para impedir que un conocido poeta siga sublevando al pueblo, el mariscal Grock da las órdenes pertinentes, sucede algo curioso: si «le hubiera obedecido uno de sus soldados, las cosas no habrían salido tan mal», pero como le obedecieron dos su plan se vino abajo.
El crimen de Capitán Gahagan trata sobre un episodio de la vida de Gahagan: cuando es acusado de ser el asesino del actor Frederick Feversham, pues frecuentaba mucho el trato de su mujer, Pond tiene clara su inocencia debido al hecho de que tres mujeres distintas dan testimonios contradictorios sobre lo que dijo Gahagan que haría la noche del crimen.
Cuando los médicos están de acuerdo, el caso más articulado y rico de todos, comienza con una charla sobre política internacional entre Pond y sus amigos. Cuando estos muestran su satisfacción por unos acuerdos a los que han llegado varios países, Pond dice que «una vez conocí a dos hombres que llegaron a estar tan completamente de acuerdo que lógicamente uno mató al otro…». Ahí arranca la historia de un doble asesinato, uno de cuyos principales actores es un alumno que presta tanta atención a su maestro que suspende sus exámenes. El caso sirve a Pond para formular una importante tesis: «Demasiado fácilmente quedamos satisfechos diciendo que polacos o prusianos o cualesquiera otros extranjeros han llegado a un acuerdo. Pocas veces preguntamos en qué han llegado a estar de acuerdo. Pero un acuerdo puede ser desastroso, a menos que sea un acuerdo con la verdad».
Pond el Pantaleón comienza con unas frases de Pond que Gahagan no entiende bien y Pond le debe aclarar que «los más graves errores provienen de esta manía de sacar de contexto un comentario y después reproducirlo con insuficiente fidelidad». Esto se ilustra con un sucedido de tiempo atrás que Wooton relata a Gahagan: cuando a Wooton y a Pond se les encomendó la seguridad de unos importantes documentos que debían trasladarse de un lugar a otro, todo transcurre felizmente gracias a la falta de precauciones que propone Pond, y gracias al hecho misterioso de que un lápiz rojo, que Wooton consideraba un lápiz azul, precisamente por eso hacía trazos negros.
El hombre indecible comienza cuando Pond dice a sus amigos que recuerda «un ejemplo bastante singular en el que cierto gobierno hubo de considerar la deportación de un extranjero deseable…», por lo que se ve obligado a contarles el caso de una república donde se produjo una extraña revolución promovida por singulares agitadores.
Anillo de enamorados es otro incidente vivido por Gahagan —un «hombre veracísimo porque dice mentiras desmesuradas e imprudentes» según Pond— y resuelto por Pond: el anfitrión de una cena a la que Gahagan asiste hace circular entre los invitados un antiguo anillo y pasan dos cosas: el anillo desaparece y uno de los asistentes muere repentinamente.
El terrible trovador es un episodio de juventud de Gahagan: un testigo lo vio acuchillar a un rival amoroso en la oscuridad y, a continuación, el rival desapareció porque Gahagan lo debió arrojar al río, y al día siguiente Gahagan partió al frente. La cuestión está, dice Pond, en que «lo más engañoso de una sombra es que puede ser muy fidedigna».
Un asunto de altura comienza con una charla entre los tres amigos sobre las convulsiones políticas que Alemania está sufriendo en ese momento —«es una infame vergüenza el trato que esa nación ha dispensado a los judíos», dice Wooton—, y Pond, al recordar su trabajo durante la primera guerra mundial como responsable de contraespionaje en una ciudad costera, habla de un espía que era demasiado alto para ser visto, afirmación que a continuación debe desarrollar.
Es un logro la figura de Pond (estanque), a veces sereno y límpido, pero a veces con sombras enigmáticas, como monstruos mentales que emergían un momento y luego volvían al fondo. Es un personaje menudo, con una barba arcaizante, entusiasta del siglo XVIII, que habla con una «cadenciosa corriente monosilábica que jamás desafinaba en una sola vocal» en la que de vez en cuando aparecen súbitamente unas pocas palabras que parecen un sinsentido. Esos comentarios siempre provocan que algunos le interrumpan: unos son los listos, que desean una explicación, y otros son los tontos, para quienes «sólo lo absurdo se despegaba de un nivel de inteligencia que los superaba; de hecho esto era en sí mismo un ejemplo de la verdad de una paradoja: la única parte que entendían de la conversación era la misma parte que no entendían».
El lector habitual de Chesterton puede buscar, como siempre, su talento para el retrato —«Frederick Feversham era algo peor que un actor que ha fracasado: era un actor que había triunfado antiguamente»—, o para la observación inteligente —un tipo al que deberían detenerlo por ser un chantajista pero al que no pueden detener porque es un chantajista—; sus alusiones literarias, a relatos en los que se apoyan sus mismos casos, como Los crímenes de la calle Morgue o El Gato con Botas—, o a sus preferencias personales, como que las historias de espionaje constituyen la rama más tediosa del género policiaco; su defensa del hombre común, como cuando dice que «Pond tenía aprendida la definitiva lección del sabio: que a veces el tonto tiene razón».
En cuanto a la traducción, abundan adjetivos como «asaz» y «harto» en expresiones como «sus modales eran no sólo asaz corteses sino asaz convencionales», o «conversaba harto juiciosamente»; una frase como «This may seem odd» se vierte como «Esto puede semejar raro» y así muchas veces, no sé si siempre, donde se usa en inglés «to seem»; y expresiones más raras aún, como «en lo atañedero a este preciso relato», que traduce «so far as this tale goes», o «dijo percutantemente la joven» que traduce «said the young lady briefly»… Brrr.
G. K. Chesterton. Las paradojas de Mr. Pond (The Paradoxes of Mr. Pond, 1937). Madrid: Valdemar, 2005, 4ª impr.; 219 pp.; col. El Club Diógenes; trad. de Fernando Jadraque y María Trouillhet; ISBN 10: 84-7702-241-0. [Vista del libro en amazon.es]