C. S. Lewis: «Hasta muy recientemente —hasta la segunda mitad del siglo diecinueve— se daba por supuesto que la ocupación del artista consistía en deleitar e instruir a su público. Había, naturalmente, diferentes públicos. Las canciones callejeras y los oratorios no iban dirigidos a la misma audiencia (aunque, a mi juicio, a una gran cantidad de gente les gustaban las dos). El artista podía incitar a su público a apreciar cosas más bellas de las que había querido al principio. Ahora bien, sólo podía hacer una cosa así si resultaba entretenido desde el comienzo —aún cuando no se limitara a entretener—, ofreciendo una obra básicamente inteligible —aunque no se entendiera completamente—. Todo esto ha cambiado. En los círculos estéticos más elevados no se oye hoy día nada acerca del deber del artista hacia nosotros. Todo gira acerca de nuestra obligación hacia él. Él no nos debe nada. Nosotros, en cambio, le debemos «reconocimiento», aún cuando no haya prestado la menor atención a nuestros gustos, intereses o hábitos. Si no se lo damos, nuestro nombre será vilipendiado. En esta tienda el cliente está equivocado siempre».
C. S. Lewis. «La obra bien hecha y las buenas obras» (1959), en El diablo propone un brindis (Screwtape proposes a toast and other pieces). Madrid: Rialp, 2002, 4ª impr.; 152 p.; col. literaria; prólogo de Walter Hooper; trad. de José Luis del Barco; ISBN: 84-321-2935-6.