Señala Romano Guardini que los problemas del hablar son, primero, que las palabras se ajan y gastan; luego, que las palabras pierden hondura y sus raíces previas se van muriendo; y el tercero, el peor de los crímenes, es el de la confusión sembrada conscientemente por la propaganda, cuando las palabras no surgen de la sinceridad propia de quien tiene voluntad de verdad y de quien respeta la confianza del oyente. «¿O es que cabe afirmar que palabras como “paz”, “derecho” o “democracia” tienen aún un sentido universalmente válido?» ¿No parece que vivimos en un mundo en el que «hay que aprender sencillamente una nueva modalidad del oír, consistente en empezar poniendo entre paréntesis lo oído y, a continuación, interpretarlo en función de la posición política del hablante? Un arte que antes sólo tenían que emplear los diplomáticos. Para no hablar de la espantosa situación en la que el dominado responde lo que la violencia quiere que se le responda (…) y se limita a colocar [su respuesta] delante de sí como trampantojo o dispositivo de protección». Pues bien, para comenzar a salir de una situación como esta, para rehacer la conversación, «probablemente no quepa más que una cosa: hablar de forma cada vez más sencilla, pues la sencillez es lo que más tiempo resiste a la destrucción. Ahora bien, quien lo haya intentado sabrá qué difícil es. Requiere verdadera maestría». Quienes leemos muchos libros infantiles lo sabemos.
Romano Guardini. La paz y el diálogo (Der Friede und der Dialog, 1952), contenido en Escritos políticos. Madrid: Palabra, 2011; 412 pp.; col. Biblioteca Palabra; trad. de José Mardomingo; prólogo de Alfonso López Quintás; ISBN: 978-84-9840-465-4.