Will Ladislaw, un personaje de Middlemarch, la novela de George Eliot, afirma que «hay muchas cosas en la apreciación del arte que dependen de gustos adquiridos. (…) El arte es un lenguaje muy antiguo con muchos estilos artificiosos y a veces el principal placer que se obtiene surge del hecho mismo de reconocerlos». Dejando de lado que ese placer, como dice el mismo personaje, «está compuesto de muchos hilos diferentes» y también «está ligado en parte al hecho de dedicarse uno mismo a pintarrajear algunas cosas y a tener por ello cierta idea del proceso utilizado», se puede abundar, con Paul Ricoeur, en que el primer componente del placer que nos produce un texto, es el de reconocer. Esa «satisfacción del reconocimiento la construye un autor en su obra de forma que luego la experimenta el lector. A su vez, ese placer del reconocimiento es un fruto del placer que el espectador siente en la composición según lo necesario y lo verosímil. Estos mismos criterios “lógicos” se construyen en la obra y se ejercen por el espectador a la vez». En otro momento Ricoeur explica cómo, en las obras de teatro y por extensión en otras artes visuales, «el placer de aprender pasa por la contemplación». Por eso, si no hay nada que reconocer, si no hay una educación previa que merezca ese nombre, no hay placer posible y, en consecuencia, uno se puede ahorrar insistirles a los niños en la importancia de que lean.
George Eliot. Middlemarch. Un estudio de vida en provincias (Middlemarch. A Study of Provincial Life, 1872). Barcelona: Alba Editorial, 2000; 890 pp.; col. Clásica Maior; trad. de José Luis López Muñoz; ISBN: 84-84280195.
Paul Ricoeur. Tiempo y narración I. Configuración del tiempo en el relato histórico (Temps et Récit. L’histoire et le recit, 1983). Madrid: Cristiandad, 1987; 377 pp.; serie Libros Europa; trad. de Agustín Neira; ISBN: 84-7057-415-9.