Nuestro común amigo fue la última novela que Dickens completó y fue una especie de regreso a sus primeras tramas, pero si en La pequeña Dorrit volvió a la forma de los primeros libros, pero no a su espíritu, aquí volvió tanto a su espíritu como a su forma. También se puede decir que si el mundo que Dickens presenta es cada vez más sucio y polvoriento según avanzan sus novelas, alcanza la cumbre al llegar a las montañas de basura donde se desarrolla esta historia.
En ella todo comienza cuando un hombre llamado Gaffer Hexam, cuya ocupación es recoger cadáveres del Támesis para robarlos y luego entregarlos a las autoridades, encuentra el cuerpo de John Harmon, un joven que volvía a Inglaterra para heredar la fortuna que su padre había hecho recogiendo basuras. A partir de ahí, la herencia de Harmon pasa al hombre de confianza de su padre, Nicodemus Boffin. Este coge como secretario a un joven desconocido llamado John Rokesmith; además, lleva a vivir a su casa a la joven Bella Wilfer, la que supuestamente habría sido esposa de John Harmon. Entran luego en escena un rival de Gaffer Hexam en el río, un pícaro que intenta robar a Boffin llamado Silas Wegg, y un personaje más que rocambolesco que recompone huesos llamado Venus. Otro hilo narrativo sigue a Lizzie Hexam, la joven y amable hija del barquero, sobre la que se interesan un abogado de clase alta, Eugene Wrayburn, y un maestro, Bradley Headstone, que es el tutor del hermano pequeño de Lizzie.
Al margen de que las coincidencias para que todo resulte bien urdido y relacionado entre sí sean abundantes, algunos personajes y actuaciones son poco creíbles. En concreto, dice Chesterton que no es nada convincente ni el personaje de Silas Wegg ni un tramo de la novela en el que se produce un cambio de personalidad de Boffin. Por otro lado, y como es habitual en Dickens, son memorables algunos personajes muy secundarios y algunas escenas como al margen de la trama principal, por ejemplo unos diálogos que se dan en reuniones de alta sociedad y un lacayo de aspecto fúnebre que aparece unas pocas veces en ellas, y que mientras anuncia que «la comida está servida», el narrador indica que tal vez esté añadiendo por lo bajo un «a ver si os envenenáis, desdichados».
Entre las excelentes observaciones una es la que se hace a propósito del hombre de negocios, míster Podsnap: «el mundo moral y hasta el mundo geográfico de míster Podsnap es un mundo extremadamente limitado, y aunque deba su prosperidad al comercio internacional, este caballero considera el nombre de los otros países como un error y pone a las costumbres extranjeras esta observación: “No son inglesas”, suprimiéndolas con su ademán acostumbrado». Otra es el comentario de Lizzie a su pretendiente: «Si yo le inspiro los sentimientos que podría inspirarle una señora, concédame el respeto que ella tendría el derecho de exigirle. Soy una simple obrera y estoy demasiado lejos de usted y de su familia para que nada pueda acercarnos. ¡Sería noble, por su parte, que esa distancia la considerara usted como si yo fuera una reina!».
Si en otras novelas Dickens era crítico con las enseñanzas de maestros torpes, aquí lo es con un maestro que no es torpe pero sí está muy pagado de sí mismo. Bradley Headstone es un gran antagonista de los que ganan el interés del lector. Hay rasgos originales en su concepción: si otros villanos piensan rápido, Headstone piensa despacio; si el origen de muchos está en los bajos fondos, el de Headstone está en la respetable clase media. Otro personaje bien concebido es el pupilo de Headstone, el hermano de Lizzie, un chico de comportamiento egoísta y cruel pero con un punto de vista de la vida de una sorprendente bajeza. Es singular que Dickens, que era un reformador social y radical que defendía enérgicamente la necesidad de la educación popular, viera tan claro el hecho de que la educación democrática moderna puede tan fácilmente despojar al educando de las virtudes más democráticas.
Charles Dickens. Our Mutual Friend (1864-1865). Una edición en castellano, titulada Nuestro común amigo, está en Madrid: Espasa Calpe, 2008; 708 pp.; col. La otra orilla; trad. de C. Miró; ISBN: 978-84-670-2712-9. Otra edición, titulada Nuestro amigo común, está en Barcelona: Mondadori, 2010; 1088 pp.; col. Grandes clásicos; trad. de Damián Alou Ramis; ISBN 13: 978-8439722236.